Clinton y Trump

Internacional
Eduardo Paz Rada (13/8/2016)
La realización de las elecciones presidenciales en Estados Unidos de Norteamérica despierta un alto interés no solamente dentro del poderoso país, sino también en todas las regiones del planeta debido a su influencia y poder económico, político y militar, más aún en las actuales circunstancias en las que apareció con mucho virulencia el candidato republicano Donald Trump. Sin embargo, a pesar de la gran propaganda de las grandes cadenas de comunicación sobre este proceso, el pueblo estadounidense no elegirá a su presidente, será más bien un grupo selecto de 538 intermediarios, llamados “delegados electores”, que definirán la contienda.

La democracia de Estados Unidos es una democracia indirecta en la que incluso el que pierde en la votación en las urnas puede ganar en el Colegio Electoral, esto ya ocurrió con George Bush del Partido Republicano, en el año 2000, quien, a pesar de perder por más de medio millón de votos frente a Al Gore del Partido Demócrata, ganó por el mandato que tenía la mayoría de los 538. Una democracia así, es, por tanto, una democracia parcial, limitada y enajenadora de la decisión de los electores directos y cruzada por millonarios intereses económicos: una democracia “made in USA”.

La jornada electoral de votación será el 8 de noviembre con la concurrencia de alrededor de 140 millones de ciudadanos y ciudadanas que representan poco más del 50% de los 250 millones de habilitados para estas elecciones, en tanto que recién la segunda semana de diciembre se pronunciará el Colegio Electoral. Aquí se presenta también la situación de la reducida participación ciudadana en decisiones indirectas relacionadas a la política de su país.

Por otra parte, en la práctica el norteamericano es un sistema electoral con dos partidos hegemónicos y alguna pequeñísima agrupación que hace testimonio de su vocación democrática, en tanto que, como se observa en EEUU y en todo el planeta, sus campañas electorales son gigantescos espectáculos con la movilización de millones de dólares, funcionarios, artistas y, por supuesto, políticos. Los ahora candidatos seleccionados Hillary Clinton de los demócratas y Donald Trump de los republicanos no son improvisados.

Hillary Clinton es esposa del ex presidente Bill Clinton y fue Secretaria de Estado del actual presidente Barack Obama; durante su gestión ministerial, Estados Unidos llevó adelante las más agresivas invasiones militares en Medio Oriente y en el Norte de África y afianzó el poderío económico, financiero, militar, político y diplomático sobre la Unión Europea. Por su parte, Donald Trump es un radical nacionalista estadounidense, empresario de la hostelería y los juegos, según versiones periodísticas, en el pasado hizo aportes económicos a los dos partidos y su discurso de campaña fue de enfrentamiento directo con los migrantes latinos, a quienes responsabilizó de la crisis en Estados Unidos.

Las campañas de ambos partidos están financiadas, ahora como en el pasado, por corporaciones transnacionales, por poderosas empresas y por los intereses del complejo militar, industrial y financiero que maneja la economía mundial; los aportes económicos privados a los candidatos están autorizados y reglamentados por las leyes, al igual que la formación de lobbys de presión para adoptar decisiones políticas y económicos en el gobierno y en el Congreso.

Trump está interesado en conseguir que “Estados Unidos sea otra vez la potencia que fue en el pasado”, desarrollando una ideología del nacionalismo imperialista, interpelando a los sectores conservadores de su país para conseguir su triunfo, en tanto que Clinton ha orientado su propuesta en proseguir la política de Obama de polarizar los conflictos tanto con los gobiernos del Oriente Medio y el islamismo, como con las potencias rivales: Rusia, China e Irán, y buscando el respaldo de las mujeres y los migrantes latinos. Entre ambos no existen sino pequeñas diferencias porque en los grandes temas internos e internacionales obedecen a la estrategia imperialista de Estados Unidos de mantener la hegemonía mundial montados en su poderoso aparato militar y económico desplazado por territorios y aguas de todo el planeta.

Desde la perspectiva de América latina y el Caribe los dos candidatos representan el mismo pasado intervencionista sobre el que consideran su “patio trasero” con la Doctrina Monroe de “América para los (norte) americanos”, un presente de agresiones directas a los procesos nacionalistas, reformistas, antiimperialistas e integracionistas de la Patria Grande y un futuro de mayor injerencia en nuestros países. En el caso boliviano, tomando en cuenta el contexto de los países vecinos, corresponde fortalecer la unidad del pueblo boliviano, asegurar los avances conseguidos hasta ahora, profundizar el proceso de fortalecimiento del Estado Nacional y del Mercado Interno y consolidar la soberanía y la dignidad nacionales.

N. de la R.
El autor es Sociólogo boliviano y docente de la UMSA. Escribe en publicaciones de Bolivia y América Latina.