Calle Comandante Zorita
Calle Comandante Zorita

España
Javier Perote (17/9/2016)
No hay nada nuevo: ignorancia, rencor y bilis. A José Antonio y a otros como él, que  nada tuvieron que ver con Franco, los quitaron del callejero de Madrid hace  ya tiempo. Pero mucho antes, como ochenta años antes, los  habían eliminado hasta de la misma calle.

Ahora son los nietos los que toman el relevo de la operación limpieza. Lo hacen como lo hicieron sus abuelos. Como si fuera un exorcismo y con fervor patriótico: muera España viva Rusia.

Primero los letreros,  después lo que vino. En el caso de José Antonio no saben bien porqué, o no saben decirlo; es difícil justificar aquel asesinato. Hay quien lo quiere sacar del Valle de los Caídos, pero no lo tienen claro y  no saben qué hacer con él. Si por algunos fuera lo volverían a fusilar.

Nunca picó mi curiosidad saber quién fue el Comandante Zorita. Mis héroes de entonces fueron Roberto Alcázar y Pedrín, Juan Centella y otros “fascistillas” como Tintín.  Ahora me entero que fue un importante aviador español, el primero en romper la barrera del sonido.

 Zorita cometió un error imperdonable, como otros miles de españoles. Vino al mundo en un momento en que necesariamente toda nuestra vida se iba a desarrollar durante el Franquismo. Esto lo impregnó todo. ¿Qué hacer? Con Franco nos acostábamos con Franco nos levantábamos. La vida era dura como el pan. A veces el Gobierno tenía necesidad de recompensar algún servicio pero no tenía con qué, entonces te daban una medalla o ponían tu nombre a alguna calle. A Zorita le tocó calle.

Se repartieron honores a manos derechas llenas, mayormente santos y militares, llegando a haber en Madrid más santos que en el Paraíso. Así las cosas, algún día tenía que venir San Pedro con las rebajas.  Pero, ¡horror!, quién ha venido es el señor Torquemada. No sé lo que harán con Zorita y su calle. La cosa pinta mal, por más que él cumplió con lealtad, honradez y abnegación.

Cambian  el nombre a la calle del General Millán Astray por el de Inteligencia, como si de eso no anduviese sobrado el General. Es injusto olvidar, a conveniencia de quien sea, por las razones que sean, y en el siglo que sea, los méritos de una persona que  terminó su generosa y esforzada vida, manco y tuerto. Si pudieran, estos del santo Oficio, le sacarían el otro ojo.

Los del Ayuntamiento de Madrid andan buscando nombres para sustituir a los que vayan quitando del callejero. Van a ser muchos; hay mucho entusiasmo. Pero no lo va a tener fácil;  tendrán que echarle memoria histórica al asunto, a ver  si encuentran alguna  víctima que esté aun sin utilizar. No importa quién sea el muerto ni se respeta su dignidad. Lo que importa es el rédito político que pueda dar la calavera con el agujero del disparo en la nuca como prueba concluyente: veis, aquí está la prueba, este era mi abuelo lo mataron los fachas. Pero en la cuneta de al lado las calaveras también tienen agujero en la nuca. Este era mi otro abuelo lo mataron los rojos. Cavan y rebuscan en las cunetas .¡Lah cunetah lah cunetah!…  pero no van a buscar donde más muertos  hay  y que están a ras del suelo. Se han enredado en una histérica competición para demostrar que los del otro bando mataron más.

Duele ver quitar las placas de los 5.000 muertos de la División Azul. La culpa, si es que la hubo, ya la pagaron con su vida; para algunos no es bastante. Quedaron  allá lejos, en el frío, sepultados bajo el hielo. Ahora estorban y a Madrid le duelen estos muertos; quieren enterrarlos en el olvido.  Las placas con sus nombres nos han hecho compañía setenta años; habrá quien piense que también hace tiempo debimos enterrar sus nombres y olvidarlos; hubiera sido lo más cómodo. ¿Olvidar? por qué. Olvidar, siempre es lo más cómodo.

Había mujeres y niños, muchos, refugiados en el Alcázar de Toledo cuando explotaron las minas. El alcázar ya estaba destrozado y las tropas de Franco estaban al caer. Ya no era un objetivo táctico y casi toda la fuerza había huido. Ya no eran necesarias aquellas voladuras, pero a Largo Caballero responsable directo no le importó un pimiento la posible masacre de aquellas mujeres y niños. Acudió al espanzurre con gran fanfarria de periodistas y políticos para levantar acta de la caída y gloriosa toma del alcázar.

La Presidencia de la misión liquidadora ha eliminado de Madrid toda referencia al General Moscardó defensor del Alcázar pero ha mantenido la estatua de Largo Caballero. Se comprende que no es prudente enfrentarse a lo políticamente correcto; se podría perder la condición de vaca sagrada y acabar con el vivir del cuento.