Rita Barberá en una de sus últimas imágenes.
Rita Barberá en una de sus últimas imágenes.

Mi Columna
Eugenio Pordomingo (28/11/2016)
El pasado día 23 de este mes, antes de comenzar la grabación de la Tertulia Espacios Europeos, comenté fuera de micrófono, con el resto de compañeros de ese programa, lo extraña que parecía la muerte de la senadora Rita Barberá en un momento en el que sus declaraciones, o un simple enfado ante la prensa, podían alterar el estatus y la buena imagen de más de uno. Alguno de los compañeros que comparte micrófono conmigo, calló; otro puso un gesto de extrañeza; y otro, al que yo llamaría “inmovilista mental” –hombre de cabeza amueblada como se suele decir-, emitió una risita sardónica, como pretendiendo desacreditar las dudas que expuse.

El inmovilismo mental, viene de la escasa formación filosófica que tenemos. La filosofía germina en los cerebros que se preguntan, ¿qué?, ¿cómo?, ¿cuándo? ¿por qué?, etc. El síndrome del inmovilismo, la vagancia mental, no se ha estudiado lo suficiente. Se suele dar en individuos de sesgo miedoso, amarrados y amamantados al sistema imperante, sea cual fuere. Con mentes que no indagan lo que acontece a su alrededor, sea el asunto social o físico, no se hubiera descubierto la rueda ni cómo se movían el Sol y la Luna, por ejemplo. Por supuesto, Cristóbal Colón, que no padecía ese síndrome, se fue en busca de otro mundo, y descubrió América.

Cada día me queda más claro por qué la filosofía va desapareciendo de nuestro sistema de enseñanza. Si lo que dimana del Poder es aceptado sin la menor crítica, si no cuestionamos y no ponemos en entredicho lo que nos llega de los medios de comunicación, es que comenzamos a morir, como decía un filósofo. La dependencia que tienen las personas de la televisión es el hecho más destructivo de la civilización actual, dejó escrito el filósofo alemán Robert Spaemann.

¿A qué vienen estas cuitas o reflexiones? Pues lo cuento. Estaba terminando una de mis columnas, ésta titulada ´El atentado contra Cubillo, las cloacas de Estado y los eminentes´, cuando leo en el diario El Mundo, las amenazas que la senadora y ex alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, había recibido durante dos años, las más duras poco antes de morir. Su muerte, dos días después de haber declarado ante el Tribunal Supremo, la relaciono con lo que le aconteció a José Luis Espinosa Pardo, confidente, espía, y hombre de pocos escrúpulos, conocido por  el alias o sobrenombre  ‘topo de Torreagüera’. Torreagüera es un pueblo de Murcia, donde él nació y creo que pasó sus últimos miserables años. Este hombre fue el encargado de acabar con la vida de Antonio  Cubillo, líder del Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC). De resultas de ese atentado, que organizó Espinosa en abril de 1978, por encargo del Ministerio de Gobernación de la época, según él mismo declaró, Cubillo quedó paralítico.  Este hombre, Espinosa, ha muerto hace pocos días, unas jornadas antes de que aceptara una entrevista con un conocido periodista que ya había escrito e investigado su caso. Espinosa era muy mayor, 90 años, se había pasado siete en la cárcel por ese sucio asunto, pero estaba muy cabreado, pues le prometieron que no se preocupara, que estaría uno o dos meses en la cárcel, y luego a la calle, a vivir, a seguir trabajando en las cloacas del Estado. Pero se olvidaron de él, y se pasó seis años entre rejas. Espinosa vivió sus últimos años en la miseria más absoluta.

Otro elemento que se me hace híspido son las cinco muertes de personas relacionadas con el ´caso Gürtel´. Isidro Cuberos, María Rodríguez; Francisco Sánchez Arranz; José Martínez Núñez; Francisco Yáñez

A lo que voy, comenté con esos compañeros de tertulia lo extraño de esas muertes y la de Barberá. Incluso, en la tertulia radiofónica dejé entrever mi parecer.

Ayer, ya de noche me enteré de lo publicado por El Mundo, acerca de las amenazas que recibió Rita Barberá “y sus 37 horas en la habitación 315” en el hotel Villa Real de Madrid. Jornada y media antes de su muerte, día 21 de noviembre, Rita había declarado ante el Tribunal Supremo por un presunto delito de blanqueo de capitales (1.000 euros).  La tensión vivida, el haberla obligado a darse de baja en el partido, el menosprecio de sus compañeros, sobre todo de los jóvenes gerifaltes de ahora, unido a varias amenazas recibidas en los dos últimos años, la habían dejado marcas en su cuerpo y en su psique.

Hemos sabido ahora, que Barberá recibió serias amenazas, dos de ellas denunciadas. En esas dos, la hicieron llegar sendas “balas del calibre nueve milímetros parabellum”, dentro de un sobre. No hay duda que ella molestaba a muchos.

Rita Barberá denuncia amenazas.
Rita Barberá denuncia amenazas.

Quizás la amenaza más grave fue la que puso en conocimiento de un alto cargo del Ministerio de Interior, “a través de un SMS horas antes de morir tumbada junto a su hermana”, según El Mundo.

En el móvil de Barberá –según la misma fuente- han quedado recogidas llamadas perdidas del senador Pedro Agramunt y del exministro José Manuel García-Margallo. Los dos le habían dejado mensajes, pues tenían pendiente cenar juntos y no sabían nada de ella. Pero lo que deja más dudas es el mensaje que envió a ese alto cargo de Interior en el que le alertaba “de la última amenaza que había recibido”. El mensaje reza así: “Simplemente recordarte la nueva carta de amenaza de muerte que he recibido. Esta vez me dan de plazo hasta el dia 1. Bss. Espero verte dias despues. Rita [sic]».

Rita Barberá murió en el mismo hotel donde se alojaba, acostada al lado de su hermana, que no había encontrado habitación en ese establecimiento, y se quedó para atenderla, ya que su estado físico no era óptimo. De madrugada le vino la muerte.

Un dato curioso, la Policía Nacional que se personó en el hotel, se negó a que el cadáver de la senadora saliera por el parking –lo hizo por la puerta principal, que estaba plagada de periodistas-, tampoco los agentes precintaron la habitación 315, que fue ocupada esa misma noche “por otro cliente”.

Con bastante seguridad, Rita Barberá pudo morir a causa de los disgustos, de cierta depresión que padecía, de su hipertensión –a decir de los que la conocían-, pero yo me pregunto, ¿quién la amenazaba? Y, ¿qué pretendía con esas amenazas? ¿Tenía miedo de que hablara?