Eugenio Pordomingo Pérez, director de la Tertulia Espacios Europeos.

Mi Columna
Eugenio Pordomingo (28/11/2017)
Hace unos días, dándole vueltas al dial de la radio, escuché la reconocidísima e inequívoca voz de la escritora Almudena Grandes. La emisora era la Cadena SER y el programa, Hoy por Hoy, que dirige la periodista Pepa Bueno. El ´corto´ que hace la escritora (leído) se tituló “Fueros”. En ese corto relato, repito, leído, Almudena Grandes comenta cómo una pequeña manifestación de  las mujeres de los soldados del zar que combatían, vayan ustedes a saber donde, protestaban por el elevado “precio del pan y el retraso con el que cobraban los sueldos de sus maridos”. Esa pequeña chispa “encendió la mayor revolución que ha visto el mundo”.

La reflexión que se hace la escritora es que hechos insignificantes “desbordan la voluntad de sus protagonistas”.  Lo hemos visto una y mil veces en la historia. Uno de los más recientes ha sido la conocida como Primavera Árabe que, para la mayoría de los humanos, comenzó en Túnez cuando Mohamed Bouazizi, un joven tunecino, que vendía frutas y verduras en su carrito, se quitó la vida mediante el procedimiento de echarse encima un bidón de gasolina y prenderlo. Aunque este hecho provocó la caída de la dictadura de su país –más o menos todo sigue igual-, la Primavera Árabe comenzó en El Aaiún, la capital del Sáhara Occidental Español (territorio que fue colonia y después provincia española), pendiente, según la ONU, de descolonizar, y que vergonzosa e ilegalmente España cedió a Marruecos y Mauritania el 17 de noviembre de 1975, a través del Acuerdo Tripartito de Madrid.

En noviembre de 2010, en el llamado campamento de Gdeim Izik, el pueblo saharaui colocó más de 25 jaimas, y ahí comenzó la Primavera Árabe. A sangre y fuego, el reino alauita lo arrasó. Pero la historia es, según parece, como la escriben los que mandan.

Volvamos al texto de Almudena Grandes y al cuarto de estar y la mesa de camilla. La escritora dijo que el “independentismo catalán ha abierto la caja de Pandora. Celebro que nos atrevamos a decir en voz alta lo evidente, que el concierto vasco es injusto”.  Pero España –continúa Almudena Grandes“sigue pareciéndose demasiado a un cuarto de estar en el que los adultos susurran para que los niños no oigan lo que dicen”. Y añade:

“Si, como parece, ya se puede hablar de todo, deberíamos olvidarnos de una vez de fueros y derechos históricos. Ya sé que el día que explicaron el siglo XIX ningún político español fue a clase, pero les recuerdo que los carlistas nunca ganaron una guerra. Y si es por el peso de la Historia, Castilla, León y Aragón tendrían muchos más derechos que reclamar, aunque sólo sea porque se inventaron este país”.

El texto finaliza así: “Los padres de la Constitución trabajaron bajo mucha presión y optaron casi siempre por el corto plazo. En 1978, cuando ETA era el principal problema de los españoles, la discriminación fiscal positiva para Euskadi y Navarra fue una buena solución. Ahora sólo es un ejemplo de que no basta con reformar la Constitución. Algún día alguien se atreverá a decir en voz alta que hay que hacerla de nuevo, y más vale que sea pronto”.

Una observación: Los padres de la Constitución trabajaron más bien bajo los dictados y la presión del Imperio que tuteló, vigiló e impuso su criterio. Y de aquellos polvos vienen estas aguas. Y que no se olvide, comunistas y socialistas fueron las dos columnas sobre las que se asentó el “régimen del 78”.

Ya fuera del cuarto de estar, de la mesa de camilla y el brasero, habría que empezar a hablar alto y claro –aunque nos oigan los niños-, de la corrupción que nos invade (y no solo del PP); de las extrañas muertes repentinas de fiscales y gentes del entorno de la Gürtel; de tanto yihadista colaborador y confidente de los servicios secretos; de las comisiones de la empresa DEFEX (dedicada a la venta de armamento español); de cómo va el asunto de Iñaki Urdangarin, y un larguísimo etcétera.

Tengo la ligera impresión de que los hábitos y costumbres en el  cuarto de estar va a seguir en muchos de nuestros hogares, aunque sin niños, pues éstos estarán ensimismados con las redes sociales y el WhatsApp.