Los estudiantes iniciaron la ocupación de universidades en marzo del 68; en la foto uno de sus líderes, Daniel Cohn Bendit.

Francia
Eduardo Febbro (18/2/2018)
A cincuenta años del levantamiento estudiantil que transformó la historia contemporánea francesa
¿Cómo celebrar libremente un acontecimiento histórico en un tiempo que encarna su negación más radical? Ese interrogante se abre en momentos en que las retóricas reaccionarias han infiltrado los medios y las urnas.

Los estudiantes iniciaron la ocupación de universidades en marzo del 68; en la foto uno de sus líderes, Daniel Cohn Bendit.

La actualidad los ha cruzado en un encuentro que traduce muy bien las batallas ideológicas en curso. El mismo año en que la literatura fascista está de moda y adquiere en las librerías una legitimidad que ya había conquistado en las urnas hace mucho, se cumple medio siglo del levantamiento estudiantil de Mayo de 1968. Este hecho transformó la historia contemporánea de Francia y al mismo tiempo su impacto se expandió a través del mundo. Hoy, sin embargo, incluso en una sociedad como la francesa que no suele esconder su historia, reivindicar aquellas jornadas donde se proclamaba “sean realistas, pidan lo imposible”, “corre camarada, el viejo mundo está detrás de ti”  o “la imaginación al poder”, resulta incómodo. Las retóricas reaccionarias ha infiltrado los medios y las urnas, el centro derecha liberal está de moda, ha logrado absolver al socialismo y a parte de la derecha moderada al tiempo que la izquierda más radical, descendiente de aquellas jornadas, no despega más allí de sus simpatizantes.

Cualquier mención o homenaje a alguna forma de revolución o revuelta es engorroso. En tiempos de consenso “ni de izquierda, ni de derecha”, la revolución es una especia demasiado cargada, tanto más cuanto que en mayo de 1968 convergieron en una causa común dos fuerzas: los estudiantes, que paralizaron las universidades, y los obreros, protagonistas de la huelga general más extensa que se había visto desde 1936. Mayo del 68 cambió el molde político y social de Francia, le costó luego la presidencia al General De Gaulle y liberó a Francia de las camisas de fuerza que ataban a la sociedad desde finales de la Segunda Guerra Mundial.

Entre muchos otros cuestionamientos, los estudiantes de Mayo del 68 pusieron en tela de juicio la sociedad de consumo. Visto desde hoy donde un montón de párvulos duermen en la calle para comprar antes que nadie el último modelo de un teléfono celular, esa consigna puede parecer una aberración. La derecha y el centro derecha consideran que ganaron la “batalla de las ideas”. Nicolas Sarkozy, cuando era candidato a las elecciones presidenciales de 2007, fue el primero en emprender la guerra “para liquidar de una buena vez por todas el legado de mayo del 68”. Lo acompañaron en esa empresa de desmantelamiento toda una serie de intelectuales, muchos de los cuales provenían de la izquierda, y a quienes se calificó como “los nuevos neoreaccionarios (Maurice G. Dantec, Michel Houellebecq, Pascal Bruckner, Alain Minc, Bernard Henri-Lévy, Luc Ferry, Alain Finkielkraut, Pierre-André Taguieff, Pierre Nora). Este grupo, en nombre del “descubrimiento de lo real”, cuestionó cada uno de los principios del mayo francés, desde la liberación de las costumbres, la ideología de los derechos humanos, la igualdad, la cultura de masa hasta las sociedades mestizas (hoy llamadas multiculturales). Tuvieron mucho éxito. En un libro de Daniel Lindenberg publicado en 2002 y reeditado hace dos años, Le Rappel à l’ordre. Enquête sur les nouveaux réactionnaires (Llamado de atención. Investigación sobre los nuevos reaccionarios), el autor constataba la virulenta vigencia de este desmontaje de los cimientos del mayo francés. Según el autor, en Francia y en las sociedades mundiales se ha plasmado una “revolución conservadora” con cinco pilares que “liberaron la palabra reaccionaria”: odio a la democracia, cuestionamiento al Mayo del 68, islamofobia, obsesión por la identidad y promoción de la idea de una guerra entre el Occidente y el Islam.

Lindenberg sostiene que en este contexto, “los nuevos reaccionarios ganaron la batalla de las ideas”. Esos discursos reaccionarios sedujeron tanto a los conservadores como a muchos progresistas que se sentían “huérfanos de las utopías del 68” (Lindenberg). La tarea de estos intelectuales y de los discursos políticos que circulan desde hace poco más de 15 años consiste en lo que Daniel Lindenberg llama “desconstruir a los desconstructores”, o sea, restarle legitimidad a quienes, en el 68, “buscaron desconstruir” la sociedad de esa época.

Macron no participará de las conmemoraciones del Mayo del 68.

¿Cómo celebrar entonces libremente un acontecimiento histórico en un tiempo que encarna su negación más radical? El mayo francés fue mixto: económico, los obreros, y cultural, los estudiantes. Este grupo irrumpió contra el imperialismo norteamericano, la guerra de Vietnam, sus condiciones de vida degradada, la falta de universidades, el sistema selectivo, la rigidez del poder, la ausencia de libertades individuales y toda una serie de protestas contra el modelo socio cultural. Los obreros, a su vez, se levantaron contra el desempleo, los bajos salarios, el autoritarismo del patronato. El movimiento obrero lanzó dos huelgas gigantes en 1967 y 1968 mientras que los estudiantes iniciaron la ocupación de las universidades a partir de marzo del 68 (Universidad de Nanterre, de la Sorbona) Sus líderes eran Daniel Cohn Bendit (luego diputado ecologista europeo), Serge July (futuro director del diario Libération) y Bernard Henri-Lévy (futura cabeza pensante de los nuevos reaccionarios). La cronología es extensa y va hasta finales de mayo. Esas semanas de revuelta diseñaron otra Francia, otro mito que hoy se está demoliendo. “La época es peligrosa”, escribe el autor de Le Rappel à l’ordre. Enquête sur les nouveaux réactionnaires. El politólogo Gaël Brustier agrega sin dudar que “la derecha ganó la batalla cultural de este principios de siglo XXI”.

La celebración es terreno minado. Al principio, el presidente francés, Emmanuel Macron (nació 9 años después del 68), tenía previsto participar en las conmemoraciones. El Palacio presidencial del Elíseo explicó que “sin dogmas ni prejuicios” la presidencia deseaba “reflexionar” sobre esos hechos porque “el 68 fue un tiempo de utopías y de desilusiones y a decir verdad ya no tenemos más utopías y hemos vivido demasiadas desilusiones”. La expectativa sobre la participación presidencial duró poco. Macron decidió al final no integrar las conmemoraciones. Demasiadas cosas en una misma fecha: Francia que se transformaba, la Primavera de Praga y su violenta represión, las manifestaciones en los Estados Unidos, la matanza de Tlatelolco en México, las manifestaciones de los estudiantes en toda Europa. El Mayo Francés está amordazado. La derecha (diario Le Figaro) lo llama “una comedia” y a la izquierda le falta voz y potencia para sacarle de las entrañas de la historia lo mucho que aún tiene que decir. Los neo reaccionarios han impuestos sus temas y convencido a las sociedades que la batalla no está en la justicia, la igualdad, la democracia, el derecho o las libertades sino contra el islam, el terrorismo y la inmigración. El Estado islámico, esa otra creación de la barbarie occidental, ha sido un precioso aliado circunstancial en esta confrontación de ideas entre los pujantes conservadores y una izquierda que, lentamente, ha ido perdiendo sus lugares de legitimidad. Ahora buscan con empeño robarle su historia.

Fuente: Página12.