De tontosnada.

Mi Columna
Eugenio Pordomingo
(29/3/2018)
El malestar y el cabreo llevan tiempo anidando en un grupo social importante por su número, pero también por su experiencia y conocimiento, pero al que nadie, hasta ahora, le hacía caso. No son jóvenes, pero tienen más energía de la que ni ellos mismos son conscientes. Ese grupo social venía siendo maltratado, engañado, vapuleado y humillado. La llamada crisis –creada por este capitalismo financiero, inhumano y cruel, que nos asola- se cebó en ellos. Pero ellos, han ayudado –están ayudando- a que esa larga travesía sea más llevadera. Atienden a sus hijos y nietos de forma solidaria y vigorosa.

Son los jubilados o pensionistas.  Personas que han trabajado durante muchos años y que debido a las “reformas laborales”, la del 2011 (Zapatero) y 2016 (Rajoy), han visto como sus pensiones han languidecido. Debe quedar claro que esas dos reformas,  la primera y la peor fue la del PSOE (quien lo dude que se lea las dos, reflexione y después hale), lo han sido para beneficiar a la banca y a las aseguradoras.

El pasado 22 de febrero y el 17 de marzo, los jubilados se manifestaron por toda España en defensa de unas pensiones dignas. Y estos eventos fueron un auténtico éxito que pilló desprevenidos a todos. Pasito a pasito se había constituido una Coordinadora Estatal en Defensa del Sistema Público de Pensiones, que agrupaba a varios colectivos sociales. Este movimiento no tiene detrás a partidos políticos ni a sindicatos.

Lo que piden es de sentido común. Exigen que, de acuerdo con el artículo 50 de la Constitución, las pensiones estén garantizadas por los poderes públicos, “mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad. Asimismo, y con independencia de las obligaciones familiares, promoverán su bienestar mediante un sistema de servicios sociales que atenderán sus problemas específicos de salud, vivienda, cultura y ocio”.

También exigen que se deroguen, como he dicho antes, las dos reformas laborales, mediante las cuales se endurecieron “las condiciones de acceso y bajaron extraordinariamente las cuantías de las mismas”, además de pedir al gobierno –al de ahora o al que venga- “un aumento anual acorde con el IPC y la garantía de estabilizar las mismas a través de los Presupuestos Generales del Estado”.

El conflicto social que han creado los jubilados ha tenido varias reacciones entre lo que se ha dado en llamar “agentes sociales”. Una de ellas, es que los sindicatos, que hasta ahora estaban en período de letargo, han reaccionado. Pero su reacción, lamentablemente, ha sido la de luchar por liderar ese creciente malestar. Pero sus peticiones son más de lo mismo. Son mínimas, no van al meollo de la cuestión.

Otro tanto acontece con los partidos políticos. Del PSOE y PP poco se puede esperar, como no sea subir unos eurillos mensuales. El debate en el Congreso de los Diputados del pasado 14 de marzo fue, como era de esperar, decepcionante. Ni hubo propuestas serias, sólo pudieron articular un discurso crítico, remitirse al Pacto de Toledo, que casi nadie se lo ha leído, y que las subidas de las pensiones se hagan de acuerdo al IPC.

Las pensiones son un derecho constitucional, y deben incluirse en los Presupuestos General del Estado. Entre las peticiones que hace la Coordinadora de Pensionistas, está la de una “Pensión mínima de 1.080 € que garantice con dignidad la vida en relación a criterios de la Carta Social Europea”, “revalorización automática de las pensiones en relación al IPC real” y “recuperación económica de lo perdido desde 2011”.

Cuando  oigan a políticos, sindicalistas, banqueros o periodistas, hablar del Pacto de Toledo, de la Comisión de Sabios (12 miembros, la mayoría trabajan o lo han hecho para la Banca o entidades financieras), por higiene mental, tápense los oídos.

Como primera medida, que el Estado devuelva lo que sustrajeron todos los gobiernos, TODOS, excepto el que presidió Leopoldo Calvo Sotelo, del Fondo de Reserva (hucha de las pensiones).

Una regla básica de la sociología de los conflictos, es que se sabe cuando comienzan –algo evidente-, pero no cómo ni cuándo terminan.