Javier Perote

Sin Acritud…
Javier Perote (25/6/2018)
Cuando mi hija era pequeña le gustaba mucho jugar a las tiendas. Ella era la tendera y yo el que  compraba. Todo se compraba por kilos o por metros. Deme un litro de tomates, le pedía. Entonces ella simulaba que cogía los tomates, los envolvía y me los daba. Yo hacía que sacaba el dinero del bolsillo y le  pagaba. Deme un metro de leche. Abría un grifo como si fuera de cerveza y me lo servía. Estas tonterías le hacían mucha gracia  y nunca mostró reparos a las incongruencias entre los artículos y el sistema métrico decimal. El tiempo pasaba y las medidas eran las mismas pero los artículos se complicaban. Señora tendera quiero una pelota cuadrada, o una bicicleta sin ruedas o un sacapuntas sin agujero.

De todo había en aquella tienda. Un día le pedí un kilo de besos, y también los había. Esos me los regaló. Y un sorbete de cariño, también gratis.

Teníamos un perro al que queríamos mucho, se llamaba Kyros. Un día se me metió entre las ruedas del coche, y fue inútil todo lo que hicimos por salvarle la vida El veterinario me dijo que lo mejor era ahorrarle sufrimientos y le puso una inyección; fue un disgusto terrible y durante muchos días nos acordábamos de él.

Yo ya estaba preocupado por la niña, así que me propuse hacer que lo olvidara y un día le pedí  a la tendera un bocadillo de olvidos y una botella de alegría. Alegría porque Kyros era feliz allí donde estaba. Pero, ¿olvidos? Qué era eso de olvidos, cómo era un bocadillo de olvidos.

Entonces en el mismo mostrador de la tienda machaqué algo, añadí un poco de aceite y sal, metí todo entre dos rebanadas de pan y salió  un estupendo bocadillo de olvidos que los dos comimos muy a gusto.

Ya  han pasado cuarenta años, ahora ando con bastón y estoy un poco sordo. De aquella entrañable tienda nada queda, pero esta mañana ha ocurrido algo que me ha hecho pensar en la cantidad de cosas buenas que me quedaron por comprar. He perdido el bono de transporte y no podía salir de la estación del metro, pero un funcionario extremadamente amable acudió en mi auxilio y ha realizado por mí todas las operaciones para solucionarme el problema. Después fue otra funcionaria, además muy bonita, la que me ayudó e incluso me proporcionó un pase para poder ir en el metro hasta Puerta del Sol. Allí fue en otra oficina donde también con toda amabilidad  y sin perder la sonrisa terminó por solucionarse el problema.

En la tienda de mi hija había de todo pero no ha sido hasta esta mañana que  he podido saborear tantos metros de amabilidad. Ha sido en El Metro de Madrid.

N. de la R.
El autor es Coronel del Ejército, escritor y activista en defensa de los derechos del pueblo saharaui.