Partido Popular

España
José Luis Heras Celemín (4/7/2018)
“Cuidado con las urnas, que las carga el diablo”. Es una de las citas que circulan estos días, como prevenciones, alrededor del PP y lejos de él. Con ella se apuntan los temores e ilusiones que hay entre afiliados y simpatizantes populares; y entre sus adversarios.

Con la divergencia, temor ó ilusión ante las urnas, se expresa una buena parte de la realidad actual del PP, un partido político que acaba de perder el gobierno y que tiene sus orígenes en la democracia orgánica franquista que propició la transición ordenada de la dictadura al sistema actual. Desde entonces y para una parte de la sociedad, ideológicamente de derechas, de izquierdas o de centro, las urnas se han convertido en una mezcla de tabú y fetiche, que se defiende en público; pero con reparos: los que nacen del miedo a una eventualidad no controlada que cede la autoridad a lo que resulte del interior de esa especie de hucha colectiva de intenciones, miedos y esperanzas no siempre entendidas, ni calibradas.

Las urnas en el PP, además y con especial significación en el Congreso convocado, significan, acaso por primera vez, la preñez y parto en un grupo político que, coherente con sus inicios e historia (o no), ha de decidir su futuro definiendo cómo quiere ser, qué va a hacer, y con qué dirección.

A estas alturas, a pocas horas de que los populares voten y a pesar de lo que se ventila en su Congreso, parece como si nadie se preocupara de dos de los aspectos a tener en cuenta: Cómo ser y qué hacer. Sólo se habla de quien va a tener la dirección. Para ello, en su tiempo (Vaya usted a saber motivos e intenciones) se definieron unas normas que han dado lugar a lo actual: Unas candidaturas que supeditan el “cómo ser” y el “qué hacer” a la entidad y personalidad de cada uno de los candidatos.

Desechados a priori los que se toman como ‘con pocas posibilidades’, se ha llegado a una situación en la que todo ha de ventilarse en función de la ‘idea’, ‘imagen’ y posibilidades (reales, supuestas, o inducidas) de cada uno de los tres que encabezan las candidaturas: Soraya Sáenz de Santamaría (SSS), Pablo Casado (Casado) y María Dolores de Cospedal (Cospe). Porque es importante, veamos qué es lo que se entiende y sobreentiende de cada uno de ellos para que los electores (afiliados en primera vuelta, y compromisarios en segunda) decidan. Intentemos resumirlo:

SSS, vicepresidenta del Gobierno de Rajoy, es una Abogada del Estado con fama de eficiente, a la que (merecidamente, o no) se le concede ventaja frente a  Casado y Cospe para vencer a los adversarios en una contienda electoral: Pedro Sánchez en el PSOE, Iglesias en Podemos, y un Rivera devenido en Riverita en C’s. Para equilibrar, se le ha fabricado una imagen (supuesta o no) elitista, alejada del aparato y de la afiliación de base. Y tan alejada de las esencias y raíces del partido que su dirección puede significar lo que alguien ha llamado “Aventura socialdemócrata, desde el conservadurismo liberal de Rajoy con tintes social-cristianos, adaptada a las necesidades del momento”. En su contra, circula un conjunto de enredos, veraces o falsos, que abarcan desde jugadas maquiavélicas frente a compañeros hasta el último de los bulos: el que ayer sugería una supuesta retirada de su candidatura.

Casado es el elemento joven, el más joven de todos, con posibilidades de aglutinar a la juventud y dar acomodo a los restos del partido. Ese es su haber. Como inconvenientes, reseñados sotto voce en más círculos de los conocidos, se citan tres: Orígenes aznaristas y conexión con la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), que llevaría aparejada una supuesta situación de chivato con traición continuada a Rajoy en favor de Aznar. La realidad de un máster conseguido en situación confusa tras una carrera no brillante. Y una juventud y formación definida con una frase tan embarazosa como rotunda: “Frente a Soraya y Cospe, a Casado le falta un hervor, o dos”.

José maría Aznar.

Cospe representa lo antiguo. La secretaria general del último PP. Como haberes, cuenta con: La conquista del Gobierno de Castilla-La Mancha. El mantenimiento del aparato del partido. Ser el contrapeso usado por Rajoy para equilibrar poderes (frente a SSS, en el Gobierno y Congreso de los Diputados; y ante el ‘joven Arenas’, situado en Andalucía y en escalones gubernamentales de segunda o tercera fila). Y la defensa del PP frente a la corrupción. En su contra, se recuerda su responsabilidad en Seguridad en los atentados del 11-M, con Acebes. Una gestión en Castilla-La Mancha que produjo la pérdida del gobierno en aquella Comunidad Autónoma. Unos hechos puntuales en su matrimonio y negocios de su marido. Y la llamada “red clientelar del aparato”.

Con estas realidades, los populares han de decidir, además de la dirección del PP y candidato para disputar la Presidencia del Gobierno: Cómo quieren que sea el partido en el futuro (“qué ser”), manteniendo los principios iniciales que arrancan de la vieja Alianza Popular, evolucionando en función de las intenciones supuestas de cada uno de los candidatos, o introduciendo las novedades que a cada uno se le supongan. Y qué quieren que haga el partido (“qué hacer”) en una triple vertiente: De forma inmediata (ganar el gobierno ó no). A medio plazo (sentar bases y definir aspiraciones). Y a largo plazo (transformar el partido con vistas al futuro).

Eso es lo que saldrá de las urnas, las cargue o no el diablo.