Mi Columna
Eugenio Pordomingo (25-3-2005)
La sociedad española asiste, atónita, inpertérrita y estupefacta, al espectáculo que le ofrece el Poder. Y por poder entiendo ese ente que es capaz de decidir, modificar e influir en nuestra vida diaria. Poder, son los partidos políticos, las empresas multinacionales, los medios de comunicación, la Iglesia, los sindicatos. Y, por supuesto, la Monarquía.

El resto de la tribu, labora mucho, pero, por desgracia, decide poco. Y cuando le toca hacerlo, recibe antes una andanada de mensajes subliminales, y no tan subliminales, para que modifique su decisión.

Los ejemplos son muchos. Algún día habrá que hablar de los resultados reales de las primeras elecciones democráticas, las de 1977. Asimismo, hay que analizar sin cortapisas, engaños, temores, ocultamientos y sin falsas interpretaciones, los resultados de las consultas sobre la Constitución y nuestra entrada en la OTAN.

Respecto al referéndum del Tratado para una Constitución Europea, mejor no meneallo. Un manto de silencio ha cubierto esa fecha. Al día siguiente de la votación los comentarios sobre la consulta fueron languideciendo, disolviéndose como un azucarillo en una taza de café.

A pesar de que la ciencia y la tecnología nos rodean por todas partes, seguimos siendo una sociedad muy tribal y fundamentalista. Somos poco dados a las aventuras colectivas. Miramos más por lo personal o lo local que por lo colectivo. Los partidos políticos y los localismos tribales nos dividen. Si el partido manifiesta una postura, el resto obedece a ciegas, sin reflexionar. Los otros están equivocados, nosotros tenemos la razón.

Estamos enzarzados en lo superfluo. Elegante y sibilina manera de hacernos olvidar lo importante ¿Es de sentido común la trifulca de ahora por la utilización de las diversas lenguas en el Congreso de los Diputados?  ¿No resulta ridículo que en el hemiciclo tenga que haber traductores de catalán-valenciano-mallorquín, gallego y euskera?

Que tengamos que escuchar a Fraga a través de un traductor, la verdad es que parece insólito, aunque en este caso, quizás así logremos entenderle. Que nos explique Maragall lo del Carmelo en catalán al resto de los españoles parece hasta insultante, cuando después Jordi Pujol, en perfecto castellano o español -con soniquete- trataba de decirnos a todos que de 3% nada, que ellos eran legales…

Lo del Lendakari se nos escapa. Es una lengua más difícil de entender. Sin embargo, él, tiene un verbo y una capacidad oratoria que para sí la quisieran muchos de los que pueblan los escaños del Congreso.

Eso, por lo que se refiere a las lenguas. ¿Qué decir de las fuerzas de Orden Público? Ya tenemos varias: Policía Nacional, Guardia Civil, Mozos de Escuadra, Erzaina, Policía Local y la que te rondaré. Cada uno por su lado y así nos va.

De la Administración del Estado qué decir. Hay ministerios que deberían desaparecer, como el de Cultura, Vivienda… Una Administración Única, sin duplicidades. Bien sea autonómica o estatal, pero nunca repetir las funciones.

Los dislates menudean. Nuestros cuarteles están vigilados por empresas de seguridad privadas. A costa de las innumerables mentiras que se urden acerca de la inmigración, nos quieren hacer tragar eso de lo intercultural, cuando en sociedades como Gran Bretaña o Francia -con más experiencia que nosotros en ese fenómeno- está harto demostrado que al final se producen «compartimentos estancos» en las distintas nacionalidades y étnias.

Bienvenidos sean todos los inmigrantes a los que podamos ofrecer trabajo y condiciones de convivencia similares a las nuestras, pero que eso no signifique que a cambio, jubilemos anticipadamente a miles de trabajadores porque sus salarios son más elevados. Ni que a cambio el nivel de reivindicaciones baje el listón hasta niveles alarmantes. Ni que las jornadas laborales se hagan interminables porque siempre se encontrará un inmigrante que acepte sin rechistar.

La sociedad civil permanece muda, como mera espectadora, aunque cada vez menos, ante lo que acontece. Eso permite que unos y otros hagan y deshagan a su antojo.

Carecemos de proyectos comunes que nos unan y que nos ilusionen. Nos falta involucrarnos, sumergirnos, en  los problemas que tenemos. Debemos opinar, ser críticos, sin obstáculos ni temores. La sociedad civil debe recuperar su liderazgo.

Allá por 1930, el filósofo José Ortega y Gasset nos dejó La Rebelión de las Masas de la que entresacamos este breve texto: «Los europeos no saben vivir si no van lanzados en una gran empresa unitiva (…) En la supernación europea que imaginamos, la pluralidad actual no puede ni debe desaparecer (…) Yo veo en la construcción de Europa, como gran Estado nacional, la única empresa…»

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