José Manuel González Torga, Presidente de ACPI

Sin Acritud…
José Manuel González Torga (25/8/2007)
Hay una legión de españoles que, en los últimos tiempos, han sido prejubilados en torno a los 50 años. En cambio Rosa Regás, que presume de pelirroja y de republicana, fue nombrada, pasados los 70 años, en 2004, directora general de la Biblioteca Nacional (nacional de España).

Era como una excepción a destiempo, ya que no solo carecía de antecedentes ad hoc, sino que, en 2001, había obtenido el Premio Planeta de Novela que alcanzaba entonces la nada despreciable cifra de cien millones de pesetas a la mayor gloria de tan conspicua representante de la gauche divina.

Con tales premisas, la labor de Rosa Regás al frente de la Biblioteca Nacional ensarta un despropósito tras otro.

Lo más sorprendente son sus manifestaciones asegurando que hace meses que no lee la Prensa y que «afortunadamente cada vez se venden menos periódicos».

Desde el deseo, atribuido a Carrero Blanco, de que los periódicos se deberían dispensar en las farmacias y con receta, los más ancianos del lugar no recuerdan otra boutade tan semejante. Con el agravante de que la antigua Hemeroteca Nacional es -por decisión del último Gobierno de Felipe González– un departamento de la Biblioteca Nacional.

Algo después, el 16 de enero de 1998, este mismo periodista que hoy escribe, firmaba un artículo en «Abc», titulado «Sin Hemeroteca Nacional». La realidad es que nunca hemos estado tan sin Hemeroteca Nacional, como ahora, con el sustitutivo de aquel organismo, deglutida por una Biblioteca Nacional, en manos de alguien que ni aprecia ni lee nuestros periódicos.

A la disyuntiva entre un país sin periódicos o sin Gobierno  cabría parangonar, en caricatura, la alternativa entre un país sin periódicos o sin Rosa Regás. Por críticos que seamos con la Prensa, y debemos serlo, todavía hay clases en este terreno.

Editora, traductora y autora con alguna novela estimable, a juicio de opinantes ajenos a los círculos de bombos mutuos, tampoco es una primera firma. Entre los críticos del Círculo de Fuencarral, a la sombra satírica de «La Fiera Literaria», ha sido clasificada entre los tremendistas folklóricos, subdivisión de los costumbristas actuales, paralela a los castizoplastas y los pornocasposos. Como se ve, por ahí no sale mal librada del todo.

Con otro toque de humor, para alguno de sus libros de no ficción, han trastocado sus apellidos –Regás Pagés– para aludir al corta y pega, con el juego «Ragés Pegás». Combinado, en el fondo inocente, con su dosis de broma.

Peor humor tiene ella y lo puso de manifiesto cuando calificó de delincuentes a los funcionaros de la Biblioteca Nacional que la critican. Además no solo les calificó de delincuentes sino que los amenazó en sede parlamentaria: «Lo van a pagar» dijo, tal y como hubiera podido hablar un anacrónico señor de horca y cuchillo. En tres meses ya había liquidado a tres gerentes de la institución.

De hecho, no ha cesado a Don Marcelino Menéndez y Pelayo porque no llegó a tiempo. De ahí que la tomara con la estatua del polígrafo, a la que quiso desplazar y postergar.

Lo que pasa es que Don Marcelino y su estatua pesan mucho. Sus obras completas en la Edición Nacional (CSIC) son 67 volúmenes de grueso calibre.

Cuando Menéndez y Pelayo contaba 37 años, Leopoldo Alas «Clarín» debió de pedirle unos datos autobiográficos, que aquel le remitió. Entre otros figuraban los siguientes párrafos:

«Me gradué de Doctor en 1875 con la tesis que usted conoce «De la novela entre los latinos»; obtuve aquel año el premio extraordinario del Doctorado en oposiciones con Joaquín Costa, uno de los mejores estudiantes que he conocido en mi vida…».

«En los años que van  desde el 76 al 78, en que hice oposiciones a la cátedra, viajé por Italia, Francia, Países Bajos y algo de Alemania, con una subvención que me dieron, primero el Ayuntamiento y la Diputación de Santander, y luego el Ministerio de Fomento. Vi muchas Bibliotecas, asistí a muchas clases, trabajé de firme».

Basándose en la comunicación de Menéndez y Pelayo, «Clarín» comentó con garbo su trayectoria en  un artículo publicado en el periódico «La Publicidad», de Barcelona, el 19 de febrero de 1894.

Aquel director santanderino de la Biblioteca Nacional fue catedrático universitario, académico de la Lengua, de la Historia, de Ciencias Morales y Políticas y de Bellas Artes. Consejero de Instrucción Pública, Diputado en dos etapas, Senador… una personalidad que podía glosar con buen talante «Clarín», pero que pone de los nervios a Rosa Regás.

Hasta cuando el acerado escritor abomina del lado negro del Periodismo, que lo tiene, como eterno «incitador de rencores y miserias» o cuando bufa contra periodistas con la descalificación de «mala y diabólica ralea», hay una grandeza en sus diatribas. No vienen dadas, como en el caso de Rosa Regás, por algo tan circunstancial como las informaciones u opiniones sobre el Gobierno de turno, al cual ella debe el cargo.

El célebre escritor portugués José María Eça de Queiroz tampoco regateó acusaciones a la Prensa, que conocía bien por dentro, ya que practicó el oficio; pero, en sus «Cartas de Fadrique Mendes», remata el duro cuestionamiento en una de las misivas con un quiebro de despedida al amigo: «Perdona, tengo que ir a leer los periódicos». Resulta compatible.

En definitiva, Don Marcelino, estudioso de los heterodoxos, tampoco dejaba de leer los periódicos en bloque. Lo  cortés no quita lo valiente.

Una conclusión final, salvada la frontera del tiempo: para pastorear los tomos de le Hemeroteca, mejor Don Marcelino que «Doña Rosa».

N. de la R.
El autor, José Manuel González Torga, es periodista, Profesor de «Redacción Periodística» en la Universidad San Pablo CEU y Presidente de la Asociación Española de Hemerografía.