QuevedoMi Columna
Eugenio Pordomingo (1/5/2015)
En estos aciagos días, en que todo son disgustos y cabreos, debido sobre todo al tsunami de la corrupción, el desempleo, los recortes varios y el aumento de las desigualdades, el Gobierno de España, en manos de Mariano Rajoy, ha aprobado una oferta de miles de puestos de trabajo. A tal efecto, ha convocado elecciones autonómicas y municipales para a celebrar el 24 de mayo, autonómicas en Cataluña el 27 de septiembre y, con toda seguridad, para diciembre las generales. La convocatoria de tales plazas ha generado que cientos de miles de miembros y miembras –en la más pura jerga de la ex ministra Leire Pajín– lleven varios meses (en algunos casos años y en otros toda una vida)  preparándose para alcanzar la cima de ser diputado, alcalde o concejal. Los que no aprueben en esta convocatoria tendrán una segunda oportunidad como asesor, jefes de gabinete o de prensa, etc.

Todos los que salgan elegidos, aparte de jugoso salario, plan de pensiones, condiciones laborales a la carta, tables, móvil, prebendas varias y la posibilidad de ser lobista (en román paladino, persona que se aprovecha de su cargo público para influir para que orto gane una suculenta pasta por la que él recibirá un apreciado sobre o maletín, dependiendo del volumen del negocio). Otros, más eminentes que éstos, dispondrán de un palacete donde vivir, servicio de escolta, automóvil de lujo y posibilidad de realizar todo tipo de viajes en clase VIP. Éstos, además, se engloban en la pléyade de estar aforados.

Para acceder a esos puestos eminentes se requiere, ante todo, ser poco escrupuloso, estar preparado para desayunarse un sapo todas las mañanas, piel de escamas, cierta capacidad para no enrojecer cuando se miente (las ocasiones serán muchas), un mínimo de capacidad oratoria, ser obediente a los vaivenes del partido. Pero sobre todo, es preciso ser listillo, avispado, osado, poco leído, escasamente inteligente y ciertas artes camaleónicas. Como en todas las cosas y casos, hay excepciones que confirman la regla.

Ya se sabe, los puestos eminentes son como las cimas de los peñascos, sólo pueden llegar a ellos las águilas y los reptiles.

Una gran parte de los que en anteriores convocatorias lograron ser eminentes –muchos repiten-, tuvieron tentaciones pecaminosas y, ¡Señor!, la carne y la buchaca (bolsillo) son débiles, y cayeron.  Una minoría ha tenido la mala suerte de que los medios de comunicación supieron de sus andanzas. El resto, la mayor parte, están tranquilos, sus asuntos duermen el Sueño de los Justos.

En cualquier caso, los empleos ofertados son jugosos, no existe responsabilidad alguna por lo hecho. No es como en la antigua Roma o en Grecia, donde los senadores y otros cargos tendían que rendir cuentas al dejar el cargo, en ello se jugaban su patrimonio y la vida.

Pero no creamos que la corrupción sistémica y la impunidad existente sólo en nuestra sociedad. Ni muchos menos. Ya el madrileño Don Francisco de Quevedo denunció la corrupción que anidaba entre ministros, magistrados, banqueros, monarcas y jerarcas de la Iglesia. En ‘La escuela de los vicios’ refiere Quevedo las titulaciones que se requieren para ser un buen corrupto: bachiller en mentir, licenciatura en engañar, doctorado en robar y catedrático en medrar. “Es la única escuela donde los alumnos cobran por aprender”, dijo.

Así que a prepararse, quedan pocos días, y aquellos a los que la “bolita de la suerte´ les toque habrán hecho su agosto para cuatro años, si antes no cambian las cosas, que nunca se sabe.

Si las desigualdades siguen aumentando, las horcas de la revolución se están preparando, ha dicho hace poco un millonario estadounidense con cierto sentido común.