José Manuel G. Torga (9/9/2008)
«La España necesaria» es un tomito, lanzado con el cuño de Editorial Universitas, dentro del cual hay ideas clarificadoras y muy útiles, en momentos en que una densa polvareda de despropósitos dificulta la visibilidad conceptual de la nación de nuestra nacencia, herencia y querencia.

Zapatero prendió la mecha con la llama de que la nación es algo discutido y discutible (sin incluir, al parecer, la existencia de los fondos reservados de libre disposición, bien tangibles, que permitan una existencia regalada). El gregario apoyo electoral de socialistas y agregados periféricos impidió su desalojo de La Moncloa y, para colmo, el principal partido de la oposición, el PP, ha resultado abducido en la vorágine, con el cambio de rumbo orientado desde instancias foráneas.

El ilustre maestro de Derecho Político, Nicolás Pérez Serrano, señalaba que son muchísimas las definiciones formuladas sobre la «Nación». Eso puede significar que las claves para fraguar la conciencia de un destino histórico común, resultan complejas; pero no indefinidas. Las naciones existen y las mixtificaciones para vender género averiado, también.

En la encrucijada histórica actual, los viejos debates sobre España como problema, llevados al esperpento con el cantón de Cartagena, el cantón de Jumilla o la pretendida república de Cistierna, con un «afamado pescador de caña como ministro de Marina», están en la agenda política por obra y gracia de quienes no han aprendido nada de la disciplina que permite convertir la recta interpretación del pasado en maestra de la vida.

De las diversas firmas que avalan textos de «La España necesaria» destacan las de dos reconocidos juristas, pertenecientes a cuerpos con trayectoria elitista en la Administración Pública española: José Manuel Otero Novas, abogado del Estado y Alfredo Dagnino Guerra, letrado del Consejo de Estado. La hibridación con otros dos cuerpos del Ministerio de Justicia, realizada en su día por los socialistas para unificarlos como letrados del Estado, fue recurrida y los letrados del Consejo de Estado recuperaron su autonomía.

La cuadratura del círculo
Otero Novas, como político que ejerció el poder, reconoce, sin ambages: «Yo contribuí decisivamente a abrir la primera vía de acceso a la ciudadela», entendida ésta como el Estado que viene siendo asediado e invadido. Explica que, muerto Franco, existían razones para descentralizar a favor de las regiones. Sin embargo, resulta evidente que no acertaron a establecer un sistema bien delimitado sino que dejaron el proceso al albur de un sinfín.

Adolfo Suárez y sus gobiernos prodigaron las sonrisas y  sortearon el corto plazo dejando un futuro incierto, mediante algo inédito por más que encargaran un sesudo dictamen a García de Enterría, quien no disponía de ciencia infusa para improvisar soluciones. De ahí que tampoco un agudo jurista, según es fama, como Otero Novas, fuera capaz de hallar la cuadratura de este círculo. Por eso, en alguna ocasión anterior, uno ha escrito que Otero se había caído del guindo cuando rememoraba, entre la justificación y el mea culpa, su participación temprana en una carrera sin freno. Bienvenida sea, no obstante, su crítica posterior, en la que persiste. Le abrió los ojos Burnett Bolloten, autor de «La revolución española»: «Me preocupó -precisa el ex ministro ucedista- enterarme de que, a las prácticas sovietizantes  y anarquizantes de los años 1936 y 1937 en la zona republicana, tan intensas que hubieron de ser atajadas y reconducidas por el Partido Comunista, la CNT y el PSOE-UGT, las denominaron democracia avanzada».

En algunos pasajes de «La España necesaria», a Otero Novas, no le duelen prendas, y escribe con una rotundidad total: «La Historia nos enseña -asegura- que las unidades políticas se forman con sangre y se deshacen con sangre». Tampoco pone paños calientes al concluir: «No me cabe duda que las generaciones futuras maldecirán la memoria de quienes habiendo recibido la herencia de una nación como la nuestra, la hubieron dilapidado».

Estado raquítico para la intendencia
Con datos muy concretos, que conoce a la perfección por sus tareas ministeriales, Otero Novas entra en el detalle político-administrativo para poner de relieve el raquitismo que sufre el poder central, entre Bruselas y las Autonomías: «Yo creo que el último Ministerio que yo gestioné, el de Educación, debe conservar hoy, quizá un 5% de las competencias que tenía en 1980; y ello le ocurre a otros….fácilmente las funciones del Gobierno español 2008, se sitúen en una décima parte de las que tenía a comienzos de los 80 del pasado siglo». Zapatero, eso sí, continúa disponiendo de Doñana para el descanso estival de tan desmedrado esfuerzo.

«Realmente con la evolución que seguimos -prevé Otero Novas–  el Estado español se está acercando a ser un Órgano de Intendencia de las autoridades de Bruselas y una plataforma de coordinación de Comunidades Autónomas y prestación de servicios concertados a dichas Comunidades». Plantea que, hoy, «probablemente ya no se puede atender ninguna demanda más de transferencias, y lo progresivo vuelve a ser reconstruir o, al menos parar, el proceso de agotamiento del Estado».

Dagnino: desintegración o reforma constitucional
Alfredo Dagnino aborda, en una coyuntura  de peligro de desintegración de España, la conveniencia de una iniciativa de reforma constitucional. Menos ducho que Otero Novas en la confrontación política en foros de diferente nivel y carácter, Dagnino utiliza  una prosa bien articulada aunque más plana.

Defiende Dagnino, entre otras premisas,  que las Comunidades Autónomas no puedan disponer, de modo unilateral, sus propios ámbitos competenciales; y propugna el reforzamiento de la unidad de la nación española, plasmada en facetas específicas como la jurisdiccional, la fiscal y la de mercado. Un apartado propio merece la identidad de la lengua castellana como oficial de España.

Piedra de toque fundamental es la que representa la necesidad de modificación  del sistema electoral «que -al decir de Dagnino entre otras medidas, imponga unos umbrales mínimos más elevados en porcentaje de votos, en orden a la representación de las minorías nacionalistas en las Cortes Generales…».

Otros muchos datos, argumentos y fórmulas de solución figuran plasmados en las páginas de «La España necesaria». Responde a necesidades del momento y satisface necesidades sentidas por muchos. Muchos que están perplejos y se sienten necesitados de municionamiento dialéctico. La inanidad intelectual del zapaterismo desconcierta a cualquiera.

La auténtica España necesaria carga con el peso muerto de un presidente innecesario. El fenómeno resultaba casi imprevisible; pero, una vez producido, necesitamos conocerlo y contrarrestarlo. Racionalidad frente a la sinrazón. «La España necesaria» facilita el rearme.