Internacional
José Manuel González Torga (31/5/2010)torga2
Resulta curioso que una organización de actividades tan veladas -aunque con celajes en cierta disminución- como el Club Bilderberg, ahora esté en la agenda de los medios informativos con su reunión prevista para primeros de junio  (entre el jueves, 3, y el domingo, 6) en la barcelonesa Sitges, y más en concreto en el Hotel Dolce. Será la tercera convocatoria en España: la anterior, en 1989, tuvo por escenario el Gran Hotel de La Toja; y la primera, transcurrió en el Hotel Son Vida, de Mallorca, bajo la presidencia del general USA, Alexander Haig, que llegaría a Secretario de Estado y declararía, con ocasión  del 23-F, aquello de que era una cuestión interna de los españoles.

Esa primera cita de los «bilderbergers» en territorio español coincidió con el año de la muerte de Franco, que ocurriría en el mismo 1975, pasados unos meses.

De aquellas conversaciones de Baleares pudo salir una resolución en el sentido de que en España había que contar con hombres nuevos. En todo caso se aplicó, con la aquiescencia del monarca que designó Franco. Juan Carlos I quiso facilitar su tarea con gente más joven que él, algo que representó la descapitalización generacional de cabezas experimentadas, algunas franquistas y otras, no.

Esos conciliábulos de magnates se reúnen, regularmente en primavera, desde 1954, por una extensa geografía internacional -entre Canadá y Turquía- de sedes que conjugan suntuosidad con aislamiento, en algunos  parajes espectaculares. Han de contar, además, con aeropuerto próximo, exclusividad en la ocupación del hotel durante los días reservados y unas condiciones idóneas para garantizar excepcionales despliegues de seguridad.

Rockefeller y Rothschild, mano a mano
Un miembro del clan Rockefeller y otro del Rothschild habrían seleccionado, inicialmente,  un centenar de participantes de élite. Luego, los elegidos se mantuvieron o renovaron, de tal suerte que permanece largamente un núcleo estable, compatible con una sucesión de participantes transitorios.

Del ámbito internacional, el Club Bilderberg ha contado con nombres como David Rockefeller, Henri Kissinger, Giovanni Agnelli, la reina Juliana de Holanda, y hasta el gran preboste del Periodismo estadounidense, Walter Lippman. Durante un par de decenios actuó como secretario el profesor holandés de Economía, Víctor  Halberstadt. Cabe recordar como miembro a George W. Ball, quien resultó rechazado para presidir el Club más de una vez; presidía la Banca Lehman Brothers, desintegrada en los albores del vendaval financiero que subsiste.

Por parte española, han destacado en cuanto a continuidad, Jaime Carvajal y Urquijo (que presidió el Banco Urquijo)  y Juan Luis Cebrián, de PRISA. Hace lustros, asistía Juan Antonio Yáñez-Barnuevo, «fontanero» de Felipe González; luego, Manuel Fraga Iribarne, Matías Rodríguez Inciarte, del Banco de Santander, y también Joaquín Almunia Aman, de la alta burocracia europea. Y, más recientemente, Esperanza Aguirre y Rodrigo Rato, del Partido Popular; el empresario José Manuel Entrecanales; o Bernardino León, otro «fontanero» de La Moncloa; y Miguel Sebastián, que pasó por una dedicación similar, acorde con su especialidad profesional, a la vera de Zapatero, antes de acceder a la titularidad de un Ministerio.

Lj-retingera significación de este silente Club ha despertado interpretaciones que llegan a atribuirle una importancia determinante sobre orientaciones del rumbo mundial: desde el cuestionamiento del Estado-Nación hasta la expansión del dinero de plástico. No resulta verosímil, desde luego, que la acumulación de poder, concentrado con puntualidad rigurosa en variadas latitudes y metódicamente repetido, sólo tenga por objeto intercambiar saludos y jugar al golf. Personas tan singulares como poco dispuestas a perder el tiempo, sólo encontrarían justificables esas movilizaciones por el interés de los temas que allí vayan o que de allí salgan. Se ha dicho que, en 2006, los «bilderbergers» ya atisbaron en sus sesiones la crisis financiera e inmobiliaria, así como la opción preferente por invertir en oro. Más allá todavía, se especula con la versión de que pretenderían aprovechar la crisis actual para que sean encomendadas a la ONU nuevas competencias de gobernanza económico-financiera con alcance mundial.

Hasta hace bien poco, el Club Bilderberg y sus partícipes (los llamados «bilderbergers») no eran conocidos, ni mucho menos, por el hombre de la calle.

Hace tiempo, apenas algunos boletines confidenciales, como la Lettre d’Information, o publicaciones minoritarias como la revista Spotlight (luego difunta y relevada por American Free Press) daban noticia de su existencia. En la Prensa española era un pionero solitario Ismael Medina. Poco a poco, en libros y órganos periodísticos, el tema encontró un estrecho sendero. En mayo de 1996 marcaría un hito el periódico de amplia difusión Toronto Star, al publicar un artículo sobre el encuentro de los «bilderbergers», reunidos entonces cerca de King City, a treinta y tantos kilómetros de la ciudad de Toronto.

Por estos pagos ha contribuido a popularizarlo alguien que lo conocía por dentro: la reina Sofía, concurrente en más de diez ocasiones. Lo sacó  a relucir, primero en una visita, con su regio consorte, a la Casa Blanca, cuando recordó a los entonces inquilinos de turno que se habían conocido en una reunión del Club. Después, en  su diálogo con Pilar Urbano, cuando hablan sobre Bilderberg y la periodista lo evoca en letras de molde.

El aventurero Retinger y el príncipe Bernardo
En los orígenes del Club Bilderberg cuenta como auténtico puntal un personaje aventurero metido antes en mil intrigas, que se llamó Józef Hieronim Retinger (1888-1960). Nacido en Cracovia, de padre judío y millonario, quedó huérfano muy niño  y estuvo tutelado por el conde Laddislas Zamoyski. Estudia en un seminario y, más tarde, en La Sorbona y entronca con Edward Mendel House, consejero de sucesivos presidentes de EE. UU. y muñidor del CFR (Council on Fereign Relations) en el cual se inspira Bilderberg.

Retinger, grado 33 de la Masonería sueca, asesoró al presidente mexicano Plutarco Elías Calles -anticatólico radical – así como al general Sikorski, que encabezó el Gobierno polaco en el exilio, durante la II Guerra Mundial. Por otra parte,  mantiene estrechas relaciones con importantes jerarquías de la Iglesia Católica. Juega como agente en un amplio tablero internacional por el que se desplaza: Polonia, Inglaterra, España, México, Estados Unidos, Francia, Rusia… Contacta con Paul Henri Spaack, uno de los padres de Europa.

Jclub-bilderbergózef Retinger presidirá la sección en Francia de la Asociación Internacional para la Unidad europea; desde ese puesto promueve y organiza el año 1948, en La Haya, un Congreso de Europa, apoyado por Jean Monnet y Robert Schuman. Luego el inquieto polaco, que recogería sus andanzas bajo el título «Memorias de una eminencia gris», tejió la urdimbre del Club de Bilderberg.

Para esto último contó con el respaldo de Bernardo de Holanda (1911-2004). El marido de la reina Juliana había crecido en Alemania como Bernhard  Leopoldo de Lippe-Biesterfeld; se le achacan veleidades juveniles con el nacionalsocialismo, algo que él negaba. Durante muchos años actúa como mascarón de proa  del Club Bilderberg hasta que dimite por el escándalo de la empresa de aviación Lockheed de la cual había percibido  una comisión. Los rumores sobre posible desaparición del Club quedaron en nada, después de recurrido, como posible relevo, a constituir la Comisión Trilateral.

Lo que en todo caso  resulta interesante es la relación secuencial CFR-Club Bilderberg-Comisión Trilateral. Órganos separados, aunque con un cierto denominador común en la significación mundialista.