Carlos Ruiz Miguel (16/7/2010)carlos-ruiz-miguel
El triunfo de la selección nacional española de fútbol va más allá de lo deportivo. Esa gran persona y gran entrenador que es Vicente del Bosque lo ha dicho muy claro: los jugadores no sólo son grandes deportistas. Sino que en la grandeza de su triunfo tienen que ver los principios y valores que les han movido. Y es que, hoy, como ayer, la historia se repite: los gobernantes, el Estado, no está a la altura del pueblo, de la nación española.

Uno de los hechos más llamativos de la historia de España es comprobar cómo las grandes crisis de la historia de España se han debido, sobre todo, a la incompetencia o la traición de las elites dirigentes. Así se comprobó con la entrega del Sahara de 1975, o con el entreguismo a Francia en 1808.

Uno de los grandes héroes de la historia de España, Ruy Díaz de Vivar, el Cid Campeador, sufrió en sus propias carnes aquella experiencia. Como es sabido, el Cid tuvo un grave enfrentamiento con el rey. El Poema del mio Cid apunta a una causa dramática: la exigencia de juramento que hizo el Cid al rey de que no tuvo participación en el asesinato de su hermano.

Había otra causa de la que no habla el Poema. Hasta aquella fecha, en todos los reinos hispánicos seguía vigente el rito litúrgico hispánico (también llamado visigótico o mozárabe). Por presiones de las órdenes religiosas francesas ante el Papa y el rey de Castilla, éste decidió prohibir el rito hispánico y sustituirlo por el latino. Sólo los cristianos de Toledo, ocupado aún por los musulmanes, se vieron libres de esa imposición. Se puso fin, de ese modo, a un rito, el hispánico, que era expresión de la unidad nacional española previa a la invasión musulmana.

El Cid defendió la pervivencia del rito hispánico luchó contra el rey ansiaba el apoyo de las poderosas órdenes religiosas francesas.

El rey se impuso al Cid y le envió para el exilio. Dice el Poema:

Nio Cid Ruy Díaz por Burgos entró,
en su compaña sessaenta pendones
Exiéndole ver mugieres e varones,
burgeses e burgesas por la finiestra son,
plorando de los ojos, tanto avién el dolor.
de las sus bocas todos diziían uns razón:
-¡Dios, qué buen vasallo, si oviesse buen señor!

Ahora, mucho tiempo después, cuando la elite gobernante ha puesto al Estado al borde del colapso, Vicente del Bosque y su equipo han vuelto a hacer brillar a España con sus mejores virtudes: sacrificio, generosidad, humildad, perfección en el trabajo.

Son virtudes que, afortunadamente, no son excepcionales en el pueblo español. La selección de baloncesto de Pepu Hernández, o los ejemplos individuales de Miguel Induráin, Rafa Nadal o Marta Domínguez se han labrado con la misma nobleza.

Pero han sido los hombres de Del Bosque los que han conseguido despertar, como no se había logrado antes, «una especie de afloración de una realidad patriótica que antes no aparecía», como bien ha visto el filósofo Gustavo Bueno.

Viendo la hazaña conseguida por Del Bosque y sus hombres, y viendo la noble y limpia respuesta que ha tenido su esfuerzo en las gentes de España, se puede volver a decir

¡Dios, que buen vasallo, si oviesse buen señor!

NOTA:
Este artículo se publica con la autorización de su autor, Carlos Ruiz Miguel, Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Santiago de Compostela, que también pueden ver en desdeelatlantico.

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