Mi Columna
Eugenio Pordomingo (25/4/2008)islote-de-perejil
Cada día que pasa nos vamos dando cuenta de quien es el que nombra a los ministros y altos cargos de la Administración del Estado en España. Todos los nominados integran el «consenso político» marcado para no desentonar en lo políticamente correcto.

Los nombramientos ministeriales en los que menos pintan los presidentes de Gobierno (sean de UCD, PSOE o PP) son los de Defensa e Interior, por «razones de Estado». En otro apartado, se encuentran los nominados por pura amistad o por algún tipo de relaciones. No hay puntada sin hilo en todo lo que rodea a eso que se llama Estado.

La imposición de Eduardo Serra -hombre muy cercano a EE. UU., y al Rey Juan Carlos– como ministro de Defensa en el primer Gobierno de José María Aznar, que propuso a Rafael Arias Salgado, fue uno de los casos más llamativos. Serra ocupaba por entonces un cargo en la Asociación de Ayuda contra la Drogadicción, una organización cuya presidenta de honor es la Reina Sofía y que en esa etapa presidía el general Gutiérrez Mellado.

La política de Defensa, aparte de las apariencias que se ofrecen por doquier, es simplemente para contentar al personal votante. La realidad es que viene ya escrita. El gobierno de turno sólo la ejecuta, y las más de las veces sin tan siquiera sugerir alguna modificación.

Un ejemplo nítido de esta toma de decisiones, fue el nombramiento como Secretario General de la OTAN, de Javier Solana, aquel que se desgañitaba vociferando en contra de la organización atlántica u de las bases estadounidenses en Torrejón de Ardoz (España), que más tarde fue designado para coordinar la política exterior de la Unión Europea. Gran papelón en el que los éxitos brillan por su ausencia, como no sea cuando se bombardea Kosovo o se ayuda a Estados Unidos en Afganistán.

Zapatero quiso nombrar tras las elecciones del 9-M de este año a Elena Salgado, y así lo propuso, pero regresó de La Zarzuela con el nombre de Carmen Chacón, debajo de la axila.

El nombramiento era perfecto para los intereses de los que así lo decidieron: mujer agraciada, anti-militarista en la cercana juventud, catalanista acérrima y con escasos sentimientos españolistas, y con criterios maleables que se ajustan a su ambición política.

Chacón no planteará problemas, aunque Salgado tampoco lo hubiera hecho, a pesar de que le rechinara un poco la dentadura.

Criticar la política de Defensa que lleve a cabo la ministra Chacón, mujer, socialista y encima embarazada, no tendrá buena acogida por parte del pueblo. Así que cuanto antes se lleven a cabo los planes previstos mucho mejor.

Para despistar, encima difunden a bombo y platillo que a los militares y personal civil del ministerio se les ha restringido el acceso a internet a algunas páginas web de «apuestas», deportes y otras un tanto libidinosas.

Con estos señuelos mediáticos se habla poco o casi nada de lo mucho que ha tardado en llegar a Somalia la fragata «Méndez Núñez» para apoyar la negociación para liberar a los pescadores del «Playa de Bakio». Con esos cebos no se comenta el envío de más soldados a Afganistán, incluidos los costosos aviones espía comprados a Israel.

Así, sin que nos demos cuenta, estas maniobras de distracción, nos ocultan que el Ejército de España va a reducir en breve -ya- el número de sus efectivos en las ciudades de Ceuta y Melilla. La merma en tropas y su correspondiente equipamiento va a ser de un 50 por ciento.

A pesar de que el Gobierno de España lo niega, en Ceuta y Melilla es ya un clamor, y se preparan misivas de protesta ante el Rey y Zapatero con el fin de «poner freno a esta catástrofe».

Esta reducción de efectivos militares no es casual. Y no lo es por varias razones. En primer lugar, Marruecos es el único país con el que España tiene contenciosos territoriales. La Monarquía alauíta viene reclamando desde su constitución la soberanía de Ceuta y Melilla, en una primera etapa, para hacerla extensiva a Canarias más tarde.

La crisis del islote de Perejil fue el primer envite serio, por parte de Marruecos, con el apoyo de la Francia de Jacques Chirac. La respuesta militar y diplomática del gobierno presidido por Aznar disgustó enormemente a Marruecos y a Francia. Las reacciones que ambos países tuvieron todavía no están aclaradas.

Más tarde, el viaje de los Reyes a últimos del año pasado a Ceuta y Melilla provocó por parte de Marruecos, la llamada a consultas de su embajador en Madrid, Omar Azziman. Como la crisis se agrava, Zapatero hace llegar una carta conciliadora a Mohamed VI, cuyo portador es Miguel Ángel Moratinos. El embajador marroquí regresa a España.

Poco se sabe del contenido de esa misiva, cuyo autoría intelectual se atribuye al diplomático Máximo Cajal, pero es posible que en la misma se contemple el futuro de Ceuta y Melilla, el conflicto del Sáhara Occidental y la actuación del juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, en relación con la acusación de genocidio a saharauis por parte de destacados miembros de los Servicios de Inteligencia y de las Fuerzas Armadas de Marruecos.

No es difícil pensar que detrás de la reducción de tropas puede estar la co-soberanía de Ceuta y Melilla, de la que son partidarios ciertos sectores socialistas, entre ellos el poderoso lobby que apoya a Mohamed VI en España. Sin obviar que Marruecos se afana en construir una imponente base militar naval a tan sólo 10 kilómetros de Ceuta, y que Estados Unidos ha instalado el AFRICOM (Mando de África) en la costa atlántica marroquí, en la localidad de Tan Tan, cerca de la antigua colonia española del Sahara Occidental y frente a las Islas Canarias, con el objetivo de controlar militarmente el continente africano.

Con todos estos ingredientes, ¿alguien puede pensar que la reducción de tropas españolas en Ceuta y Melilla no juega un rol importante en ese tablero de ajedrez?