Alberto Buela (3/7/2009)
El domingo 28 de junio último se llevaron a cabo elecciones legislativas en Argentina para renovar la mitad de la cámara de diputados y los mandatos de algunos senadores, pero no de la mitad.
El oficialismo, llamado kirchnerismo por la gente que sigue al ex presidente y a su mujer, hoy presidente ella también, perdió 22 diputados y 4 senadores, con lo cual perdió la mayoría absoluta tanto en diputados como en el senado. Un verdadero descalabro político para un gobierno autocrático, con mascara democrática y progresista, acostumbrado a manejar al Congreso de la Nación como un guante a su medida.
Kirchner, el poder en las sombras detrás de su mujer, la presidente Cristina Fernández, renunció inmediatamente a la presidencia del partido peronista por ser el mariscal de la derrota y así evitar que «se lo coman crudo», llamándose a un mutismo y un encierro propio de un monje. Mientras tanto su señora ante el asombro de todo el pueblo argentino, hablando en cadena radial y televisiva, salió a decir que «había ganado el oficialismo, que el gobierno había ganado».
Las consecuencias de tan malhadados actos hicieron explotar el descontento en el peronismo en su conjunto pidiendo la reforma y modificación del partido peronista en todo y en sus partes, al par que la renuncia de todas sus autoridades. No es para menos el peronismo fue derrotado por un banquero colombiano-hebreo dueño de una cadena de supermercados llamados TIA (Tiendas Israelitas Argentinas): Francisco de Narváez. Es decir, al kirchnerismo lo derrotó el dinero con la propaganda que generó.
Este personaje burgués, liberal y comerciante, el gran triunfador de las elecciones, pretende en una contradicción flagrante quedarse ahora con la titularidad del partido justicialista, lo que haría del peronismo una especie de neoliberalismo populista. Bueno, Kirchner intentó hacer del peronismo una socialdemocracia con chiripá (vestimenta de los antiguos gauchos).
¿Qué nos está permitido esperar? 1) que los kirchneristas comiencen a defeccionar del hasta hace dos días su líder y conductor y se abracen a los peronistas históricos que fueron dejados de lado por Kirchner durante seis años. 2) que el frente liberal-gorila que triunfó en las elecciones se abrace al partido peronista para conquistarlo. 3) que la poderosa CGT cambie las autoridades que la enfeudaron con Kirchner para que todo siga igual, el gatopardismo.
Es muy difícil, por no decir imposible, que genuinos peronistas tomen el poder en el partido justicialista y en la CGT, lo más probable, lo plausible es que haya algunos cambios para que todo siga igual: los dirigentes con sus prebendas y los militantes «ajo y agua».
Si así ocurriera para el 2011, año en que se vota un nuevo presidente, este saldrá de las filas del frente liberal que acaba de triunfar, con algunas pizcas de peronismo para engañar a la plebe.