Alberto Montero Soler (21/7/2009)
El jueves 22 de febrero de 2007 un anuncio trataba de llamar la atención del lector en las páginas del suplemento del «New York Times» incluido en la edición del diario El País.
El anuncio incitaba a la inversión en Macedonia (aunque lo apropiado sería denominarla Antigua República Yugoslava de Macedonia, un nombre quizás demasiado largo para ser comercial) calificándola como el «nuevo paraíso de los negocios en Europa».
Ante semejante reclamo, lo primero que a uno se le viene a la cabeza es: «Otro paraíso más, querrán decir, porque ya tenemos Gibraltar, Luxemburgo, Suiza, Liechestein, Mónaco, las Islas de Jersey y de Man, entre otros. Todo un amplio surtido de paraísos terrenales para el blanqueo de capitales en esta Europa de los mercaderes».
Pero no, la Agencia para la Inversión Exterior en la República de Macedonia no aspira a atraer a su país a los capitales financieros por los que compiten los paraísos fiscales arriba referidos. Sería un esfuerzo demasiado arduo y de rentabilidad incierta entrar en competencia con aquéllos dada la larga trayectoria que les avala como auténticos «agujeros negros» de las finanzas internacionales.
Su pretensión es otra; no muy lejana de aquélla a la que aspiran el resto de países del mundo en estos tiempos globalizados: la atracción de capitales productivos que, se supone, contribuirán a reforzar su débil economía, la más pobre entre las que integraban la antigua Yugoslavia.
Y, para tal fin, no dudan en ofrecer como incentivos lo que ellos consideran que son sus ventajas estratégicas con respecto a sus competidores en esa carrera por los capitales internacionales: un impuesto lineal sobre la renta del 10%; un impuesto sobre los beneficios empresariales también del 10% y nulo si los beneficios son reinvertidos; un entorno de estabilidad macroeconómica representado por una tasa de inflación del 3,1%; y, lo que no puede dejar de ser un reclamo irresistible, trabajadores cualificados que cobran de media al mes 370 euros. ¡Ahí es nada!
Lo que no cuentan en el anuncio es que Macedonia tiene una tasa de pobreza que afecta al 30% de su población; que el 35% de la población activa se encuentra en el desempleo; que, a pesar de sus reducidos niveles impositivos, existe un amplio mercado negro que trata de escapar a los mismos y cuyas transacciones suponen casi el 20 % de su PIB. De eso, nada se dice porque tampoco es algo que deba importar a los potenciales inversores.
Todo ello, por otra parte, en un país que, como destaca el propio anuncio, es candidato a entrar en la UE y la OTAN (adviértase que no deja de ser significativo que el reclamo para atraer al capital también ofrezca la protección militar).
En cualquier caso, lo peor no es la diferencia entre lo que se dice de Macedonia en el anuncio y lo que se oculta porque parece que a nadie pueda interesar.
Lo peor es que esa diferencia tan brutal entre lo que se ofrece al capital y lo que necesita su población se utilice de reclamo para atraer al primero.
Y es que el gobierno de Macedonia ha decidido poner en venta su mano de obra y ofrecerla al mejor postor a precio de saldo. Parece que, en ese acelerado tránsito hacia el capitalismo salvaje que ha experimentado aquel país, alguno de sus dirigentes leyó aquella sentencia de la insigne economista Joan Robinson cuando, no sin cierta ironía, afirmaba que había algo peor que ser explotado y era no serlo por alguien.
El anuncio, entonces, podía haber rezado así porque el mensaje habría sido el mismo y quizás el resultado hubiera sido aún más contundente: «¡Vengan y exploten a nuestros trabajadores! Nuestro gobierno le apoyará, la Unión Europea le comprará sus productos y la OTAN les protegerá. ¿Alguien da más?».
N. de la R.
El autor es Profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga. Otros textos suyos se pueden leer en espacioseuropeos.com y en su blog La Otra Economía.
El artículo recobra actualidad con la visita del ministro de Asuntos Exteriores Miguel Ángel Moratinos a Gibraltar.