Sin Acritud…
David Macaray (12/4/2011)trabajadores-culpan-a-sindicatos
Un lector regular de CounterPunch  que me ha escrito varias veces -un afroamericano ex obrero metalúrgico de Pittsburgh y hoy aspirante a dramaturgo- lamenta que los jóvenes obreros que conoce no sólo piensan que Ronald Reagan fue uno de los mejores presidentes que ha tenido Estados Unidos, sino que culpan a los sindicatos por nuestros problemas. Los responsabilizan por arruinar la economía estadounidense, al expulsar muchos de los buenos empleos.

Repare en que no lo dice ni Wall Street ni la Cámara de Comercio. Son trabajadores corrientes. Pero en vez de ver a los sindicatos como la única institución capaz de apuntalar la clase media ofreciendo salarios decentes y beneficios, ellos han llegado a la sorprendente conclusión de que los sindicatos estadounidenses son un perjuicio, no una ventaja. Lamentablemente, este ex metalúrgico dijo que él no podía recordar un momento en su vida en el que los sindicatos hubiesen recibido tan poco respeto.

¿Qué tanto se ha deteriorado las cosas?  Consideremos el mediático suceso ocurrido recientemente en Maine. Paul LePage, el gobernador republicano de ese Estado, se opuso de tal manera a que se hiciesen públicas las contribuciones del movimiento obrero americano, que presionó para que se sacase de su sitio a un mural compuesto de 11 paneles, de 11 metros de largo, que representaba la historia de los trabajadores de Maine, argumentando que ello no le daba el mismo espacio de difusión a las corporaciones estatales y a los intereses empresariales.

De acuerdo con Adrienne Bennett, una portavoz del gobierno de LePage, el gobernador creía que el mural (pintado por la reputada artista Judy Taylor e instalado en el edificio del Departamento de Trabajo estatal) era demasiado «sesgado», demasiado favorable a los intereses obreros -a expensas de los intereses empresariales- particularmente en un momento en que LePage tiene una agenda singularmente pro-corporaciones. Si la maniobra no fuera tan deprimente, podría ser cómica; es más, hasta podría ser divertidísima como inspiración para un acto surrealista de Saturday Night Live. Podría ser el equivalente a censurar un programa de History Channel que glorifique la vida de Harriet Tubman o Frederick Douglass, argumentando que el show era demasiado «pro-negro», y que no otorgaba a los propietarios de esclavos o a los partidarios de la supremacía blanca un espacio de difusión equivalente [N. de la T.: H. Tubman y F. Douglass fueron dos importantes figuras abolicionistas del siglo XIX en los Estados Unidos].

Otro indicador de cómo han empeorado las cosas es la condición de la industria automotriz. Bob King, presidente de la otrora ilustre Trabajadores Automotrices Unidos (UAW, por sus siglas en inglés), anunció recientemente que su sindicato iba a llevar a cabo una campaña histórica y masiva en el sur del país, y que esta campaña iba a implicar un esfuerzo «a todo o nada» por parte del sindicato.

¿Por qué King describe el esfuerzo como «a todo o nada»? Porque la UAW está, efectivamente, luchando por su vida. El desindicalizado sur ya alcanza a casi la mitad de todos los vehículos fabricados en los Estados Unidos, y esta cifra continúa su ascenso a medida que más compañías automotrices se instalan en Dixie [N.de la T.: Dixie es uno de los modos coloquiales para referirse al sur de los Estados Unidos]. Desde 2007, el número de empleados en esta rama industrial que estaban afiliados a un sindicato cayó un 46%. En 2007 había 345.407 obreros automotrices sindicalizados en EEUU; hoy son sólo 185.522.

Mientras Detroit continúa decayendo, el sur sigue ascendiendo. Increíblemente, antes de su apertura en 2009, la planta de Kia en West Point, Georgia, tenía más de 100.000 solicitudes para sólo 2.100 puestos de trabajo. Pero para impedir que los sindicatos ganen posiciones (y consigan contrarrestar el resultado de la ley de oferta y demanda en el mercado de trabajo),  Kia astutamente ofreció altos salarios y generosos beneficios. Para la población de West Point, la planta de Kia fue un regalo de dios, el mejor trabajo industrial que nadie haya visto jamás.

Por supuesto, de lo que se ha dado cuenta el sindicalismo -y, aparentemente, algunos pocos más- es que una vez que el movimiento sindical estadounidense sea más o menos neutralizado, la economía no solamente se convertirá en un mercado en declive, sino que las medidas se volverán aún más drásticas y más brutales de lo que nadie imaginó.

Sin contar con los sindicatos como niveladores, los enajenados «free riders» del sur (obreros no sindicalizados cuyos salarios y beneficios son artificialmente incrementados por la existencia y la amenaza de los sindicatos) van a descubrir exactamente lo que es el «mercado libre» de la fuerza de trabajo, en primer plano y personalmente… y no va a ser agradable. [N. de la T.: por free rider se entiende una conducta oportunista o ventajera, el nombre deriva del comportamiento de un polizón que viaja a costa de los pasajes que el resto paga.] 

Para tener en cuenta: con más de 100.000 solicitudes de trabajo compitiendo y peleando por unos 2.100 empleos -y sin preocupaciones ni temores de tener que competir por salarios y beneficios con los sindicatos- ¿por qué motivo una compañía pagaría más de lo que se le requiere? ¿Por qué una compañía, cualquier compañía, habría de entregar una porción mas de lo que debe?

Sin la resistencia de los trabajadores organizados sindicalmente, la ley de oferta y demanda va a impulsar una carrera desenfrenada al fondo del precipicio. Y en lugar de que Alabama se transforme en el nuevo Detroit (como advierten los atractivos folletos promocionales) se parecerá, con el tiempo, a una nueva Bangladesh.

N. de la R.
Este artículo se publica con la autorización de  Sin Permiso. El autor, David Macaray, dramaturgo de  Los Ángeles, es el autor de «It’s Never Been Easy: Essays on Modern Labor». (Nunca ha sido fácil: ensayos sobre el sindicalismo moderno). Fue presidente de la unión sindical AWPPW Local 672  durante 9 mandatos.
La traducción para es de  Camila Vollenweider.