Guinea Ecuatorial
Simiescus (5/5/2011)simiescus
El cotarro se anima, pero no se debe a que la toalla que alguien tiró haya sido recogida por otro ¡Quia! La toalla sigue en el suelo, tan «enterrada en el mar» como dicen que está Bin Laden. Digo que el ´cotarro se anima´ porque del bosque nos han llegado noticias de que algunos de los que forman el equipo Abaha se marchan a la Península, a la adre Patria.

Han estado merodeando por aquí, en busca de no se qué. Llegaron de incógnito, vivieron en el bosque como los Navy Seal,  a base de comer loros (le encantan al dictador Obiang Nguema), pangolí, picuda, dorada, malanga, caña de azúcar y pitacola. Se dejaron ver muy poco, y los que pudieron verlos no sabían que eran ellos.

«La gente está más que harta -nos dice uno de los de Abahapero no solo contra el tirano, sino contra España y, lamento decirlo, pero también contra la mayor parte de los opositores».  Yo, Simiescus, soy testigo de una  acalorad tenida en la Casa de la Palabra de un poblado -no digo el nombre pues luego los del CNI lo transmiten-, allí uno de los de Abaha les comentaba a los ancianos del poblado (había algunos jóvenes) al calor del fuego, que en España las presiones sobre los opositores son muy fuertes. «Los opositores son vigilados, acosados, les dan palmaditas en la espalda, prometiéndoles que acabaran con el sátrapa, pero la realidad es que a unos no les devuelven el pasaporte (Severo Moto), a otros les montan otro partido con sus siglas (Faustino Ondó). Mientras tanto -dijo el que parecía jefe de Abahano hacen más que apoyar al CPDS y a la UP de ese tal Dario«.

Los del poblado se partían de risa: «Pero, si esos ni vienen por aquí. Ya van en coche, tocando el claxon, a toda velocidad, como los de Presidencia. Tenemos que tener cuidado pues no hacen más que pillar gallinas, no respetan nada. Y nose atreven ni a parar», comentó el jefe tradicional del poblado. «Lo que tenéis que decirles es que se dejen de tanto comunicado, de tanta carta, de tanta maquinita de esas -se refiere a Internet-, y que se ajusten los calzones y hala a pelear hasta que les echen a su tierra, a Gabón -me imagino que era por Obiang que es donde deben estar».

Uno de los ´mayores´ dijo: «Con los euros que tenéis los que vivís en España no se cómo no sois capaces de hacer lo que hacen los moros…».  Creo que se refería a los egipcios, a los tunecinos y a los libios; lo se porque me asomo de vez en cuando a ver la televisión que tienen los de la Cooperación en Monte Alen, que por cierto viven que e cagas…

Otro de los ´mayores´ que había estado en España muchos años, sirvió incluso dos o tres años en la Policía Armada, comentó lo siguiente: «Me hace gracia cuando le echan la culpa al Presidente de no haber podido celebrar el Primero de Mayo.  Pero, hombre, eso no se pide, se hace y punto. Recuerdo, allá por los años 70, cuando la Plaza de Atocha de Madrid se llenaba de trabajadores de Stándard Eléctrica, Telefunken, Marconi… aquello era una batalla campal. La de palos que dí, y alguno recibí, claro»

Los de Abaha tenían prisa, y es que les habían avisado que ahora podían pasar la frontera. Los del poblado no querían que se fueran, pero al día siguiente salía su avión para París -eso dijeron- y no podían estar más rato con ellos.

«Nos han dicho que don Manuel, el hermano de Mayo está en Guinea, ¿es cierto?», preguntó uno de los jóvenes. Y sin que el de Abaha le diera tiempo a responder, otro le preguntó: «Nos han dicho que la familia de Julio, el que fuera ministro de Interior, regresa». Y otro quiso conocer sobre Roberto Martín Prieto, «el de La Gaceta, que dicen le ha dado puertas Agustín Nze Nfumu«.

lunaUn viejo Land Roover llegó y con rapidez los Abaha se metieron en él, tras los apretones de manos que se dan los humanos. El coche tomó por viejos caminos de arcilla y yo, con mi compañera, les seguimos por las ramas y copas de los okume. Pero, de repente el coche paro -no habían pasado ni cincuenta árboles-, y de entre la maleza salieron unos cuantos fornidos jóvenes.  Me dio la impresión que llevaban ropas de soldadesca. Uno de ellos, el que portaba una maldita escopeta -nosotros las odiamos-, se quedó como vigilando. Los otros sacaron del coche unos fardos y cajas y las escondieron entre los helechos. «Esto es otra cosa; con esto sí…», dijo el que parecía el jefe.   

Otros apretones de manos y unos y otros salieron como cervatillo que persigue el cazador. Nosotros nos quedamos.

Miré a mi compañera, que comprensiva me abrazó. La luna fue testigo de lo demás…