Mi Columna
Eugenio Pordomingo (29/1/2012)eugenio-pordomingo
Hace unos días escuché en el transcurso de una conferencia una frase que me hizo reflexionar. El conferenciante mencionó que «los pueblos tienen los gobiernos que se merecen» y se la atribuyó a  Winston Churchill. Pero a mí, que siempre que se otorga la autoría de algo a un anglosajón, me huele a que detrás hay un hispano, me picó la curiosidad. Y mira por donde resulta que la frase la parió Gaspar Melchor de Jovellanos, escritor y político español.

Pero a lo que voy, escuchar que «los pueblos tienen los gobiernos que se merecen», me pareció una auténtica aberración. Pero, tras el pronto, después del ímpetu, vino la calma, la reflexión, y poco a poco casi estuve de acuerdo con el autor. Hombre, generalizar es muy fácil. ¿Qué culpa tiene el millón y medio de familias en las que todos sus miembros están en el paro?  ¿Qué culpa tienen las cinco millones trescientos mil personas que están desempleados? ¿Qué culpa tiene el 49%  de los jóvenes que no encuentran trabajo? ¿Qué culpa tiene el medio millón de españoles que se han visto obligaos -la mayoría titulados y jóvenes-  a emigrar para buscarse las habichuelas?

Todas las generalizaciones son malas, como decía el gabacho Juan Jacobo Rousseau, pero como no puedo ir preguntando uno a uno, a esas individualidades que conforman esos millones de perjudicados y otros más que van a incrementar en breve esas fatídicas cifras, pues de alguna forma me veo obligado a una mínima generalización.

Ya se sabe, a una persona se le puede engañar toda una vida; a unos cuantos bastante tiempo, pero engañar a todos toda una vida, eso es más que difícil, es imposible. 

En época de vacas gordas -aparentemente-, todo eran risotadas, buen yantar, mejor folgar y superior beber, aunque detrás estuviera una impresionante y eterna hipoteca. ¡Ah!, pero el chollo se acabo. Los mercados -o sea, banqueros, casta política, mandamases y monarcas-, dijeron ¡Basta! ¡Se acabó! Y empezó el repliegue de velas: ejecución de hipotecas, desahucios, rebaja de salarios a empleados y funcionarios, congelación de pensiones, despidos masivos, ERES -fraudulentos o no-, recortes de sueldos,  recortes sanitarios, recortes en educación… Recortes.

Sin embargo, no ha habido recortes -algún pequeño maquillaje y poco más- para la clase política, los sindicatos mayoritarios, las fundaciones de partidos políticos, sindicatos y supuestas ayudas a mil y una ONG que nunca son auditadas y cuyos gastos de «administración» superan en la mayoría de los casos  el 70% de lo recibido del erario público. Eso sin contar, por ejemplo los miles de millones de euros con los que, sobre todo Zapatero,  ha  subvencionando a las dictaduras más atroces. Dos ejemplos: Guinea Ecuatorial y Marruecos. Hasta el 20 de noviembre del pasado año el Estado español ha sufragado los gastos de la Administración de Teodoro Obiang Nguema, el tercer productor de petróleo de África, además de otras muchas gabelas. Marruecos, país que no cumple ninguna de las exigencias de la UE, como país preferente, pues no ha creado un sistema público sanitario ni educativo a cargo del Estado, ni ha implantado una justicia medianamente imparcial y justa. Pero, ahí está España para ayudar a Mohamed VI y Obiang Nguema, mientras multinacionales españolas se ponen las botas.

Me siento indignado por todo ello y, sobre todo, por el silencio de mis gentes, de los españoles. Me siento indignado porque mis paisanos siempre disculpan lo que hacen los «suyos», y recurren como verdaderos expertos de ágora barata, al manido y simplón, ¡»pues anda que los otros…!»

Me siento indignado porque España vendió durante el desarrollo de la ´Primavera Árabe´ más de 10 millones de armas y centenares o miles de vehículos militares a Túnez, Egipto, Marruecos, Jordania y Bahréin; a Libia, a Gadafi, el Gobierno del hombre de la palabra, de Zapatero, le vendió desde tirachinas hasta misiles, aunque después ya se sabe, aviones F-18 y barcos españoles participaron en la destrucción del país. Aunque Zapatero y Chacón, afirman que fueron a hacer fotografías.

En fin, que yo cada día me siento más indignado, más cabreado. Y no por lo que nos hacen -es su rol-, sino porque como borregos agachamos la cerviz y toleramos sumisos. Con gritar y echar la culpa a la derechota, a la banca o a Bilderberg no se arregla nada.  Ya se sabe, cada uno se ahorca con la soga que elige.

Ángel Ganivet, precursor de la Generación del 98, dijo «si los de abajo se mueven los de arriba se caen».