Reportajes
José Manuel González Torga (26/3/2012)
antonio-pildain-zapiain-obispo-de-canarias-intransigente-con-franco-perez-galdos-y-unamunoAlgunos recuerdos personales contribuyen a que haya buscado datos sobre aquel polémico obispo que me administró la Confirmación, en Telde (Gran Canaria), por la década de los 50: monseñor Antonio Pildain y Zapiain.

Conservo, pues,  la memoria de un acto en cuyo desarrollo el mitrado me impresionó como orador eclesiástico, a cuya eficacia expresiva le bastaba con  un leguaje claro, exento de adornos barrocos.

El obispo Pildain no disponía de coche propio. Llegó y se  marchó en un taxi amarillo de Las Palmas, de modelo antiguo. Era el que utilizaba siempre, porque alguna otra vez lo vi en el mismo coche de alquiler.

Cuando, por aquellos mismos años -en concreto el 1950- el general Franco, como Jefe del Estado, visita Gran Canaria, se producen dos problemas.

El primero tuvo lugar en la calle de Triana, que desde hace años es peatonal; pero entonces estuvo muy concurrida de público para contemplar el  paso de la comitiva oficial. Un balcón con demasiados espectadores se hundió por el excesivo peso de los mismos y el accidente produjo algún o algunos muertos.

Sin víctimas, el otro suceso fue de signo político, con una evidente tensión, que alteró el programa de la visita del entonces ocupante del madrileño Palacio de El Pardo. El fundamentalismo del obispo Pildain tenía establecido que la solemnidad religiosa propia  de las  festividades patronales resultaba incompatible con la celebración de bailes agarrados, que ahora llamaríamos de salón. Como entre los actos previstos para la estancia de Franco figuraba un baile de gala en el Gabinete Literario, el casino social por excelencia, la autoridad religiosa aplicó la misma doctrina. Si el Obispado recordó  al Gobierno Civil la norma establecida  por el prelado, lo cierto es que el acto del Gabinete Literario se mantuvo. El Obispo optó por ausentarse de la capital, desplazándose hasta la localidad balnearia de Agaete. Hay versiones diferentes sobre si la Catedral quedó cerrada o si, simplemente, resultó irrealizable la visita a la misma por el Jefe del Estado con el boato de rigor. Lo cierto es que el Generalísimo de la Guerra y Caudillo desde entonces, renunció allí al palio y al acto en el templo catedralicio de la diócesis, sin que el incidente  tuviera con posterioridad mayores consecuencias conocidas, aparte de la falta de sintonía del poder nacional con el obispo, de irreductible carácter.

Cuando situó la frontera de África
Para tener una perspectiva real de la personalidad de Pildain resulta necesario dar marcha atrás en su historial. Algunos hechos quedaron reseñados en el opúsculo «Pildain, Obispo de Canarias (biografía inacabada)», escrita por el fiscal Gabriel de Armas Medina, con prólogo de Marcos Guimerá Peraza, a quien también conocí en su notaría de Santa Cruz de Tenerife.

Antonio Serapio Pildain y Zapiain nació el 17 de enero de 1890, en Lezo (Guipúzcoa). Su padre, Gabriel Pildain, marino mercante, fue práctico de puerto; y su madre, María Casilda Zapiain, «profesora de Primeras Letras».

Como seminarista, Antonio Pildain destacó entre sus compañeros de curso. En la Universidad Gregoriana de Roma  obtuvo Premio Extraordinario. Luego impartió la asignatura Historia de la Filosofía en el Seminario de Vitoria y, en 1918, obtuvo, por unanimidad, en reñidas oposiciones, la plaza de Canónigo Lectoral en la Catedral de la capital alavesa. Tanto de Madrid como de otras ciudades españolas se le reclamaba para escucharle hablar desde el púlpito en celebraciones litúrgicas.

En 1931, el canónigo Antonio Pildain es elegido diputado a Cortes Constituyentes por Guipúzcoa (minoría vasco-navarra), a la vez que José Luis de Oriol (carlista), por Álava; y Marcelino Oreja Elósegui (también carlista), entre otros, por Vizcaya; y, por ejemplo, José Antonio Aguirre (nacionalista) por Navarra.

Durante un acto público celebrado poco después en Guernica, ante unas veinte mil personas, Pildain proclama, refiriéndose  al Estatuto de Autonomía: «Vamos a pedirlo en  nombre de la Libertad vasca, en nombre de la libertad de Euzkadi; que está por encima de los Parlamentos de todos los Estados y de todas las Constituciones españolas y no españolas, habidas y por haber».

Realmente, con ser fuerte lo anterior, el párrafo que atrajo más críticas contra él respondía a la quema de iglesias: «…no estamos dispuestos -manifestó- a entregar nuestro culto en manos de esas hordas que incendian bárbaramente, más que africanamente; porque, en esta ocasión, el África empieza en Madrid». De esta manera el aguerrido canónigo vasco había trasladado al sur una imputación ofensiva de cliché, según la cual África empieza en los Pirineos.

Descripción por Fernández Flórez
Wenceslao Fernández Flórez
, cronista parlamentario  en Abc, por recomendación de «Azorín» a Torcuato Luca de Tena, mete a Pildain en la histórica sección «Acotaciones de un oyente», que mereció alimentar volúmenes de libros. En una misma crónica,  Fernández Flórez aplicaba su pluma desenfadada para «apostillar los discursos de un sacerdote o de una señorita» (se refería en segundo término a Clara Campoamor).

<<El cura -recuerda el periodista galaico con la cita de marras- había tenido la suerte de encontrar una frase: «El África -había dicho en un discurso en Guernica– comienza en Madrid». En los tiempos que corren, una frase rotunda, capaz de taladrar la indiferencia de la muchedumbre, basta para «lanzar» un producto  desde las planas de anuncios  de los periódicos, y también para lanzar un hombre. El Sr. Pildain era examinado en el Congreso   con la consideración que se otorga al adversario decidido, que puede disparar frases como disparaban piedras los morteros antiguos. Se mostraba en la más alta fila de asientos con su perfil enverdecido, sus gafas de concha, su leve sonrisa de jesuita, un mechón de cabellos próximos a la oreja izquierda corriendo a estrechar lazos fraternales con los vecinos a la oreja derecha, sobre la aridez de los parietales>>. Por asociación de ideas, el ahora firmante recuerda a nuestro coetáneo de hoy, que ha pasado del Congreso al Senado como representante vasco –Iñaki Anasagasti– con un mechón de cobertura similar, aunque no recuerdo si va de izquierda a derecha o de derecha a izquierda (la trayectoria y el orden de factores, a estos efectos, no altera el producto).

Aquel escritor que luego descollaría no solo como articulista  sino, sobre todo, como novelista de humor, completaba sus personales trazos sobre el Pildain parlamentario, de esta forma: <<Y se pensaba: «Sus discursos serán penetrantes como un puñal: esgrimirá la ironía». Pero al entrar en el salón, los ojos se fijaban en algo que precede siempre a la aparición del sacerdote diputado: algo negro, rugoso, ancho, como el hocico de un hipopótamo; algo que abanica el aire y hace crujir los peldaños , algo que podrían ser dos odres medio vacíos si no pareciesen más bien dos bueyes negros acostados bajo la sotana: los dos zapatos , en fin, del Sr. Pildain, tan extraordinariamente grandes, que en los pies de un seglar serían pecado de inmodestia. Y entonces se cavilaba: «No, este hombre no taladra, aplasta; es del tipo de oradores que laminan a sus adversarios» (final de la cita).

En cuestiones que afectan a la Iglesia o a la enseñanza el Doctor Pildain debatió con parlamentarios como Fernando de los Ríos, Álvaro de Albornoz o Julián Besteiro. Aquél era, como  testimonia el fedatario Marcos Guimerá, «un integrista auténtico, con toda la carga religiosa y hasta política que lleva consigo esa inmerecidamente denostada actitud. ¡Ya lo creo que fue un integrista!».

pildain-obispo-de-canarias1Gil Robles, orador de fuste, dio a la imprenta esta opinión: «En el grupo vasco-navarro de las Cortes Constituyentes destacaron los discursos de don Antonio  Pildain -más tarde virtuoso obispo de Gran Canaria- reveladores de una altísima elocuencia y de una sólida y extensa cultura». Algo reconocido mucho más allá  de sus correligionarios. Se consideraba y así lo manifestaba él mismo, << «intolerante doctrinal» pero «tolerante» para con el hombre concreto>>.

«Turismo decente»
Pildain
reunía cualidades como una austeridad reconocida, compatible  con su afición a los toros y una  especial admiración por el diestro «Bombita».

El Dr. Antonio Pildain y Zapiain llegó a Las Palmas de Gran Canaria como Obispo, en plena Guerra Civil, el 19 de marzo de 1937. Sucedía al catalán monseñor Miguel Serra Sucarrats, que había sido trasladado a la diócesis de Segorbe, donde murió asesinado cruelmente por quienes hacían un pésimo servicio a la II República.

En los años 60, el Obispo Pildain, en su sede canaria, sentó doctrina, sin contemplaciones extra-religiosas, tal como le exigía su carácter, nada menos que sobre el maná del turismo. Pronunció tres charlas radiofónicas con los títulos siguientes: «El turismo y las playas», «El turismo y las divisas» y «El turismo y los escándalos». Su consigna básica era «Turismo decente, sí, y mil veces sí; turismo indecente, no, y mil veces, no». La trifulca, como resulta fácil imaginarse, estaba servida. Una más en la vida  del batallador clérigo.

De su «intolerancia doctrinal» formaron parte, de modo similar, sus actitudes contra los aspectos que consideraba heterodoxos de Unamuno y Pérez Galdós, dentro del problema más general conocido «como la traición de los intelectuales».

A los 83 años, es decir en 1973, al obispo dimisionario Pildain le falló el corazón, que ya había dado la lata anteriormente. Desaparecía con su muerte un tipo humano insobornable, rectilíneo, cuyas actitudes constituyeron con frecuencia piedra de escándalo. Por su franqueza, desde luego, mas no por hipócrita ni por venal.

«Pildain no hay más que uno», había asegurado, convencido, Leopoldo Eijo Garay, obispo de Madrid-Alcalá y Patriarca de las Indias Occidentales. Ese juicio certero avala la inclusión, con todos los merecimientos, para bien y para mal, del discutido prelado, vasco de nacimiento y canario por destino, entre estos personajes singulares del siglo XX.