África/Europa
Ana Camacho (26/3/2012)
En Malí, el país donde se supone que se encuentran los dos cooperantes españoles secuestrados en octubre en los campamentos saharauis de Tinduf, un golpe militar ha culminado un movimiento de desestabilización que ha puesto el país al borde de la desintegración. Los militares que el miércoles anunciaron el derrocamiento del presidente Amadou Toumani Touré aseguran haberse visto obligados a desalojarle del palacio presidencial, sin esperar a las elecciones que estaban previstas para el 29 de abril, ante a la incapacidad del gobernante para hacer frente a la sublevación secesionista tuareg y la lucha contra el terrorismo de Al Qaeda.
Los golpistas se han comprometido a devolver el poder a un presidente democráticamente elegido en cuanto se haya restablecido la unidad nacional y la integridad territorial que la vuelta a las armas de los tuareg a partir del 17 de enero, ha puesto en serio peligro. Han empezado por suspender la Constitución y establecer el toque de queda en Bamako para intentar acabar con la ola de pillaje que esta semana ha sumido la ciudad en el caos.
El punto de arranque de esta guerra es el eterno choque, que se repite en cada uno de los países del Sahel, entre etnias árabes y bereberes del norte de África y las etnias negras del sur del Sáhara. En Malí, los tuaregs acusan a las tribus del sur de haber acaparado el poder y haberlos marginado política y económicamente. Desde los años noventa, estas discordias han sido objeto de cíclicas revueltas y el Gobierno argelino de Buteflika jugó un importante papel como mediador y garante de los acuerdos de paz firmados en 2006 en la capital argelina (los llamados acuerdos de Argel) que, aunque tuvieron críticos malienses que veían en su contenido una amenaza separatista, reconocían la integridad del Estado de Malí.
El Gobierno de Buteflika venía reprochando a sus colegas de Bamako el estar sembrando de nuevo el descontento con su falta de flexibilidad en el cumplimiento de este acuerdo. Por su parte, el Gobierno de Toumami Touré acusó a Argel de inclinar su balanza a favor de los tuaregs y, aprovechando la posición de debilidad militar maliense, forzar su orientación a favor de su estrategia de potencia regional que tiene como eje la lucha contra el terrorismo de Al Qaeda en la región. Al final, la mecha que encendió de nuevo la guerra vino de la vecina Libia, con el retorno de miles de tuaregs que habían formado parte del ejército del dirigente libio (sí eran miembros de tribus tuaregs de Malí y Níger los aliados con turbante que lucharon con Gaddafi y no, como dijeron desde Rabat, saharauis del Sáhara Occidental). Con su apoyo, los disidentes volvieron a tomar las armas, esta vez, para exigir la creación de un estado propio.
LA AYUDA DE WASHINGTON AL GOBIERNO DE MALÍ
La batalla comenzó en el noreste y noroeste de Mali con ataques de los rebeldes a Menaka, cerca de la frontera con Níger; Aguelhoc y Tessalit, cerca de la frontera argelina y Lere y Niafounké, cerca de la frontera mauritana. Ante el empuje de los rebeldes, el ministro de Exteriores maliense Soumeylou Boubeye Maiga, que tan duramente había criticado el papel de Argelia en el contencioso, se apresuró a volar a Argel para encontrarse allí con los rebeldes de la llamada Alianza del 23 de mayo integrada entre otros por los elementos del Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA). Demasiado tarde. Ya corrían rumores de que Gao, la principal ciudad del norte, se tambaleaba.
Las noticias sobre el desastre militar desembocaron en Bamako hacia finales de febrero en violentas represalias de los familiares de los soldados destacados en el norte contra los civiles de etnia tuareg. Incluso a los residentes mauritanos tuvieron que buscar refugio en su embajada ante el riesgo a que la rabia popular los confundiese con tuaregs por las similitudes en los atuendos tradicionales. El presidente tuvo que llamar a la calma con un discurso televisado.
A primeros de marzo las tropas del Gobierno central se encontraban ya en tales aprietos, que en Argel llegaron noticias de que un avión de la fuerza aérea de EEUU había intervenido en el país vecino para lanzar víveres y refuerzos en Tessalit a los militares que habían quedado rodeados y aislados por los rebeldes. El Gobierno de Bamako confirmó estas informaciones.
La situación por lo tanto, ya estaba muy deteriorada cuando el ministro de Exteriores español, García Margallo visitó Bamako en marzo para conversar con el Gobierno del derrocado Toumani Touré para asegurarse su cooperación en la pronta liberación de los dos rehenes Enric Gonyalons y Ainhoa Fernández que se supone que están en poder de un grupo yihadista en el norte del país. García Margallo se mostró entonces optimista. Ayer se manifestó en la misma línea al asegurar que los cooperantes están en la zona bajo control de los tuaregs, «en una zona donde el golpe no tiene ningún tipo de incidencia» y «los cambios políticos que se hayan producido en Bamako no afectan» a las gestiones que se están llevando a cabo para liberarlos.
N. de la R.
Este artículo se publica con la autorización de Ana Camacho, periodista, activista intelectual y física, de los derechos humanos, además de secretaria de la asociación APPA (Asociación para el Progreso de los Pueblos de África), que también e puede leer en su página de Internet En Arenas Movedizas.
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