Mi Columna
Eugenio Pordomingo (25/2/2005)
Nadie puede dudar que nuestro país, España, anda un tanto convulso, agitado, y con cierta pérdida de nuestra identidad.
Esta situación, indudablemente, no se produce de repente, de la noche a la mañana, sino que tiene su génesis muchos años atrás. Somos, con cierto orgullo, la primera nación que se formó y consolidó en Europa. Nuestra Cultura se expandió por el mundo. En la actualidad el castellano es la lengua común de unos cuatrocientos millones de personas.
No vamos a entrar aquí, ni ahora, en ensalzar épocas pasadas coloniales, pero tampoco tenemos que avergonzarnos de nuestro pasado. A lo hecho, pecho, que dicen los castizos.
Nuestra decadencia, quizás inevitable, se produjo, entre otras causas, por la nueva situación geoestratégica (emerger de nuevas naciones) y por las convulsiones políticas internas y, sobre todo, por la falta de coraje político de las élites dirigentes. Sin obviar, el quehacer de una aristocracia y una alta burguesía -esta última en mayor medida- que, con cerrazón, no supieron adaptarse a los nuevos tiempos.
Las presiones internacionales aprovecharon el sistema político del franquismo y la propia agonía de Franco para conseguir que abandonáramos nuestras ex provincias coloniales (Guinea Ecuatorial y el Sáhara Occidental). Lo que se hizo de mala manera, como si huyéramos de algo. A los moradores de esos territorios les prometimos no abandonarles y pelear por ellos hasta derramar la última gota de nuestra sangre. Esas frases grandilocuentes siempre las pronuncian los que no suelen donar sangre de ninguna forma.
La realidad fue muy distinta. A la primera de cambio, entregamos las riquezas de esas zonas al capitalismo más depredador y a sus habitantes les echamos en los brazos de los sátrapas de turno. En un caso, en las de Teodoro Obiang Nguema -al que España colocó en el poder- y en el caso de los saharauis, su población se vio obligada a defenderse con las armas de la agresión alauita liderada por Hassan II y determinadas multinacionales norteamericanas.
Esos dos problemas siguen candentes, y desde el poder se intenta echar tierra para taparlos, para que las nuevas generaciones no sepan qué aconteció allí y por qué y quiénes -con nombres y apellidos- tomaron tamaña decisión.
La «materia reservada», el «apagón informativo», junto a una política de desinformación han sido permanentes.
Con la democracia -bienvenida sea- vino la libertad sindical, la explosión de ideologías, el Congreso y el Senado como instituciones canalizadoras de la voluntad popular y foro de debate de esa multiplicidad ideológica, sentimientos encontrados e intereses varios.
Se redactó una constitución a la carta, a gusto de todos. Sólo había un tema, un asunto, que no había que tocar. Y a él se plegaron todos. Materia de no discusión. Asunto no negociable. Pero, claro, a cambio, hubo que ceder y ceder. Partidos políticos, sindicatos, medios de comunicación, banqueros… Todos pedían algo. A todos se les concedía, según el nivel de presión.
Pero quizás el asunto más problemático fue el autonómico. Vascos, catalanes, gallegos… se enzarzaron en una carrera de peticiones -hasta de extorsiones en algunos casos- que iban estrujando poco a poco a lo que de común había.
En la práctica, esta nueva situación supuso, lógicamente, descentralización (y en no pocos casos duplicidad) de muchas de las instituciones del Estado y de los servicios, con el consiguiente beneficio para la periferia. Equilibrio, a fin de cuentas. Pero, en otros casos, significó cierto desmembramiento de la idea común.
Muchos, en la periferia, se dedicaron a propalar la idea de que todo lo que venía de Castilla era negativo. Hay que arrebatar a Madrid -en algunos casos se decía, sin ningún pudor , «al español»- todo lo que podamos.
En Europa, y hay que decirlo sin temor, algunos países veían con placer esa situación. Una España unida y fuerte no convenía a nadie. Y, mucho menos, a Francia y, también, a Estados Unidos.
Un ex ministro de UCD declaró en su momento que a Giscard D´Estaing habría que haberle declarado persona nom grata. Él sabe por qué lo dijo, y nosotros lo intuimos.
Algún día alguien nos tendría que explicar acerca de las andanzas de Kissinger -insólito premio Nobel de la Paz-, allá por los años setenta. Y, más en concreto, de sus gestiones días antes del atentado contra el almirante Luis Carrero Blanco.
Como decía el sabio, no hago valoraciones, solo expongo hechos.
Tras las primeras elecciones democráticas de 1977, parecía que todo se iba a encauzar, que con el fin de la dictadura del General Franco, nuestros males terminarían y comenzaría un amanecer esperanzador.
La realidad nos mostró poco a poco, que no todo iban a ser bondades con el cambio. Los primeros años fueron de esperanza, tolerancia y comprensión. En el terreno político, las mejoras fueron importantes. La libertad de partidos políticos y sindicatos fue restaurada. Otros tipos de mejoras en cuanto a libertades personales y de grupo fueron, asimismo, implantadas.
Nuevas clases sociales emergieron en torno a los nuevos poderes fácticos: financieros, religioso-político-económico, partidos políticos, sindicatos, comunicación, etc. Los «vaivenes» en la banca, empresas estatales y grupos financieros se producen de acuerdo con la adscripción a determinado grupo, clan o persona.
Las reformas laborales se hicieron patentes para desgracia de la clase trabajadora: reestructuraciones de sectores industriales, menos estabilidad y seguridad en el empleo; empleos más precarios…Hasta la aparición de las ETT (Empresas de Trabajo Temporal) que, junto a la explosión inmigratoria, han provocado una disminución en la renta de los trabajadores más jóvenes. A esto habría que añadir las optimizaciones y reestructuraciones de plantillas laborales, eufemismos bajo los cuales se enmascaran despidos masivos y adelanto en la fecha de jubilación.
Los nuevos poderes emergentes, han ido surgiendo al socaire de estas nuevas situaciones -sin excluir la pertenencia a familia o grupo con ligazones en la económico, religioso y político-, y a la carencia de ética y de escrúpulos en la élites dominantes. No se escapa a la mente de las gentes que estamos inmersos en un sistema de corrupción globalizado al que parece no se le quiere poner coto alguno. No es una simple percepción, ya que los barómetros europeos nos sitúan en los primeros lugares.
Las decisiones judiciales son incuestionables, hay que acatarlas sin rechistar. Caso curioso, cuando teólogos y filósofos teorizan y discrepan con argumentos dispares sobre la existencia o no de Dios. Si se cuestiona la existencia de Dios y surgen distintas teorías acerca de nuestros propios orígenes, quiénes son nuestros ancestros, cómo no poder discrepar o cuestionar una sentencia judicial, emitida por un ser humano que ocupa un cargo conseguido en una liza opositora o por el nuevo sistema de acceso directo, «a dedo».
No entendemos muchas decisiones judiciales, ni el por qué de su «corporativismo», por no mencionar otros asuntos más turbios. Se nos escapa, el motivo del por qué ciertos personajes, condenados en firme por delitos muy graves, no ingresan en prisión. Independientemente, de que sean banqueros, financieros o políticos.
Muchas más cosas se nos escapan. Por ejemplo, qué hace el Tribunal de Cuentas con todos los informes en los que ha detectado malversación de fondos, gastos injustificados o incontrolados y un sinfín de actuaciones manifiestamente delictivas llevadas a cabo por responsables políticos en el ejercicio de su función.
¿Por qué no se investigan a fondo las contabilidades de partidos políticos y organizaciones sindicales de trabajadores y empresarios? ¿Por qué no se divulgan a los cuatro vientos los nombres -y se juzga y condena- a los inculpados en delitos de pederastia, contra la salud pública (eufemismo del tráfico de drogas), control de la prostitución y mafias de todo tipo y calibre? ¿Por qué unos pueden ir a la cárcel cuando quieran, eligiendo día y hora?
La especulación urbanística sería otro de los nuevos fenómenos que ha provocado un enriquecimiento desmesurado, a la vez que ha generado enormes bolsas de dinero «negro». La consecuencia de ello ha sido el encarecimiento de los precios de la vivienda que la hacen inaccesible para los sectores más desfavorecidos, entre ellos los jóvenes.
Escandalosos affaires especulativos y financieros han ocupado los medios de comunicación, sin que, al final, se encuentren a los verdaderos culpables. En otros casos, cuando los presuntos delincuentes son descubiertos y puestos a disposición judicial, el proceso se demora tanto que el ciudadano no percibe ni tiene la sensación de Justicia.
No son pocos los que ante este panorama comienzan a presentir un leve síntoma de, lo que se ha llamado, «proceso de argentinización».
Pero, a pesar de todo, seguimos…