Ecologistas de Extremadura (4/6/2008)

«Haz lo que digo y no lo que hago». El dicho popular podría ser perfectamente el eslogan del Gobierno de la Nación. O al menos haz lo que digo en Madrid, y no lo que hago en Extremadura.

Porque no es posible que cualquier persona con un mínimo de criterio ignore el increíble disloque entre las bienintencionadas declaraciones por un lado y la cruda y contaminante realidad de los hechos por otro. Estamos hablando, como no podía ser de otro modo, del proyecto de instalación de una refinería en Tierra de Barros: de una parte el Ejecutivo afirma que luchará contra el cambio climático y las emisiones de CO2 para alcanzar los compromisos de Kioto (los cuales España incumple de forma escandalosa, con un 50 por ciento más de emisiones que en 1990) y por otro insiste contra viento y marea en instalar un tipo de industria periclitada y de otros tiempos que además causará un daño irreparable a los cultivos y la forma de vida tradicionales de la zona.

Si no es por el peaje debido a las oligarquías locales instaladas en el poder, y por el incondicional apoyo a super empresarios afines al régimen, resulta imposible comprender semejante despropósito y disparate.

«Haz lo que yo hago y mira qué bien lo hago» sería la versión autonómica del dicho antes mentado. Amparándose en la escasa conciencia ambiental que existe en la región y agitando el fantasma del paro endémico, la Junta de Extremadura da por bueno cualquier proyecto industrial que aparezca por estos lares, ya sea la  susodicha refinería, la mina de Aguablanca o las centrales térmicas de ciclo combinado que pretenden instalarse en la zona de Mérida. Asimismo, y so capa de modernidad y desarrollo, se potencian y amparan todo tipo de  infraestructuras caras, insostenibles e innecesarias: AVE, aeropuerto internacional en Cáceres, autovías varias -con mención especial de la que pretende atravesar la Sierra de San Pedro- y, últimamente, la avalancha de proyectos de parques eólicos que se nos viene encima sin un mínimo criterio de selección, ni transparencia ni de información al ciudadano.

Tras todo este cúmulo de barbarie y sinsentido, la naturaleza y la calidad de vida son las grandes convidadas de piedra. La desprotección de nuestro bien más preciado resulta patente, con zonas (Sierra de San Pedro, Villuercas) que deberían ser parques nacionales por completo desamparadas, o promoviendo la caza en otras protegidas, como es el caso del Parque Nacional de Monfragüe, orgullo y a la vez vergüenza para todos los extremeños por los hechos antes citados y al lado del cual cabe recordar que se encuentra la central nuclear de Almaraz  que se iba a cerrar en 2010 pero ahora parece que están buscando afanosamente excusas para prolongar su vida útil pese al evidente peligro que supone.

No vemos en Extremadura un proyecto global de desarrollo respetuoso y sostenible, ni vemos tampoco unos planes de ahorro y eficiencia energética coherentes, sino que aquí se trata con desprecio a todo lo que huela a natural, a tradicional, y en cambio es bienvenido todo aquello que suponga cambio duro, destrucción y sobre todo cemento, mucho cemento.

Nuestros políticos parecen ignorar que eso que destruyen -y que es irreemplazable-, es precisamente lo que da riqueza y lo que nos hace diferentes a los extremeños, que nos libramos de la industrialización depredadora de la segunda mitad del siglo pasado y de sus errores que, por una especie de fatalidad histórica, estamos a punto de repetir en carne propia, justamente ahora, cuando menos empleo generan las industrias, ya que en este aspecto, sin duda, es en el que más han evolucionado.