Darío Helman (4/11/2008)
HABIENDO TRANSITADO YA algunas semanas por el ojo del huracán de la crisis financiera, se aproxima la reunión del G-20 en Washington, donde un grupo de naciones del mundo buscarán definir (si es que lo logran) las nuevas reglas que releven a los consensos de Bretton Woods.
España quiere su lugar en esta reunión, siente que el peso actual de su economía le proporciona méritos suficientes. Pero principalmente, el presidente Rodríguez Zapatero afirma que España debe participar porque tiene mucho para aportar al debate.
«En los orígenes de esta crisis nos encontramos con el elemento que ha tenido el honor de darle su primer nombre: los préstamos subprime». Seguramente el presidente tendrá sus ideas sobre cómo debe rediseñarse la red de instituciones que regulan y sustentan el sistema económico internacional. Pero lo que resulta interesante es observar la variedad de analistas e intelectuales de diverso color que, con menos humildad que el presidente del gobierno español, afirman poseer las claves para explicar el pasado y desvelar el futuro.
En realidad, resulta natural la ebullición de declaraciones y manifiestos diseminados tanto en los medios tradicionales como en los nuevos espacios de expresión social en Internet. Ante un escenario de hecatombe financiera e incertidumbre generalizada, muchos buscan la revelación final del camino salvador, la fórmula que nos proteja para siempre de la inestabilidad, las crisis, y las salvajadas del capitalismo.
LA BASE DE LA CRISIS
Para vislumbrar potenciales soluciones, resulta importante entender primero cómo hemos llegado hasta aquí.
En los orígenes de esta crisis nos encontramos con el elemento que ha tenido el honor de darle su primer nombre: los préstamos subprime. Nombre sofisticado y casi elegante para un fenómeno con consecuencias tan desagradables. Lo que importa entender realmente es que se otorgaron gran cantidad de préstamos hipotecarios a tasas bajas, lo cual implica que no reflejaban apropiadamente su riesgo, y gran parte de estos préstamos comenzó a volverse efectivamente insolvente. «No tiene lógica pensar que tantos ejecutivos financieros se hayan alineado para recurrir en acciones que deriven en la quiebra de la mitad de las finanzas mundiales».
¿Por qué sucedió? ¿Cómo es posible que los brillantes economistas y los excelentemente pagos ejecutivos de los bancos no nos alertaran sobre esta expansión de créditos basura?
Los amantes de las teorías conspirativas están probablemente seguros que estos cerebros sabían todo lo que estaba ocurriendo y preveían el final, pero siempre tienen un intrincado plan para apropiarse de la riqueza.
Si bien puede que algunos ejecutivos tengan alguna responsabilidad legal o de ética profesional en la expansión negligente de los créditos subprime, es difícil explicar que tantas personas de diversas compañías financieras en distintos países estuviesen eficazmente coordinadas en una trama fraudulenta para quedarse con el dinero de la gente. No tiene mucha lógica pensar que tantos y tan diversos ejecutivos financieros se hayan alineado para recurrir en acciones que deriven en la quiebra, real y potencial, de la mitad de las finanzas mundiales.
¿UN ERROR HUMANO?
La clave está en entender la esencia de la actividad bancaria por detrás de toda la parafernalia de la compleja operativa financiera moderna. A la hora de otorgar créditos, los bancos deben responderse la pregunta básica respecto al destino de los fondos: ¿es el proyecto al que se asigna el crédito un buen negocio?
Parece simple. Pero la cuestión engañosa en este proceso es que no existen fórmulas exactas para determinar si un proyecto es con certeza un buen negocio. «No existe manera de determinar científicamente en qué punto los precios han subido tanto que ya no reflejan la demanda genuina sino que han entrado en fase burbuja». Los bancos pueden evaluar si los proyectos, sea la instalación de una planta o la compra de una casa, son rentables y sostenibles utilizando sofisticadas herramientas de valuación y medición de riesgo. Pero estas técnicas de nada valen si los supuestos que se asumen sobre el futuro de los acontecimientos son equivocados.
En realidad, la herramienta más importante en la evaluación de negocios poco tiene que ver con la sofisticación técnica. El instinto es la verdadera guía en la concreción de negocios exitosos. Los grandes emprendedores no son economistas, ni ingenieros ni de ninguna profesión en particular. Son hombres de olfato y visión, que logran privilegiar su instinto por sobre la incertidumbre inherente a todo proyecto.
Poseer un instinto superior para los negocios obviamente no es una virtud común. La mayoría de los mortales, incluyendo a los calificados profesionales financieros, tiene la visión de negocios de la media, como mucho la de una media calificada. Es decir, no saben ni más ni menos que la persona promedio, y esto tiende a formar las tendencias de negocios en función de las acciones de la mayoría. Consecuentemente, el comportamiento natural de las personas muchas veces tiende a generar burbujas en los mercados. No existe manera de determinar científicamente en qué punto los precios han subido tanto que ya no reflejan la demanda genuina sino que han entrado en fase burbuja.
EL PENSAMIENTO ILUSORIO SOBRE LA BURBUJA
Por otra parte, en un contexto de crecimiento y mercados prósperos, no es necesariamente esperable que los agentes se den cuenta de que se encuentran en una burbuja. «Resulta fácil echar la culpa a los banqueros de fomentar la burbuja con la promoción irresponsable de créditos hipotecarios». Hoy muchos acusan a economistas y ejecutivos financieros de no haber identificado oportunamente la fragilidad en las base de la expansión crediticia. Las explicaciones ex-post siempre parecen obvias.
Sin embargo, existe un fenómeno universal en el comportamiento humano que ayuda a explicar parte de la historia: el wishful thinking o pensamiento ilusorio. El concepto rector de este término es que los humanos tenemos un sesgo natural a esperar que los resultados de una determinada situación sean más positivos de lo que la lógica o la evidencia nos indican. Esto básicamente significa que en una situación en la cual las cosas nos están saliendo bien, naturalmente esperamos que la buena racha se prolongue, y no tendemos a enfocarnos en las potenciales amenazas que puedan derrumbar la bonanza. Este comportamiento tan humano es un factor que explica las burbujas en los mercados bastante mejor que las ideas conspirativas que atribuyen la catástrofe a los poderosos especuladores que siempre se salen con la suya.
«Dos palabras resuenan constantemente en relación al futuro del sistema financiero: control y estatización». La evolución creciente de los precios del mercado inmobiliario en distintas ciudades del mundo en los últimos 10 años (y más atrás también), nos indican que personas diversas en diferentes lugares del planeta no estaban tan convencidas, hasta muy recientemente, de que existía una burbuja. Resulta fácil echar la culpa a los banqueros de fomentar la burbuja con la promoción irresponsable de créditos hipotecarios. Pero ni los tomadores de esos préstamos ni los que invertían con fondos propios en bienes inmobiliarios hubieran continuado comprando propiedades si preveían que los precios finalmente se desplomarían.
Las instituciones financieras confiaron en la tendencia creciente de los precios inmobiliarios de la misma forma que lo hicieron muchísimas personas en todo el mundo. Evidentemente se equivocaron… ¿quién tira la primera piedra?
SANTO REMEDIO
Hay dos palabras que resuenan constantemente por estos días en relación al futuro del sistema financiero: control y estatización. No es difícil ver que son dos conceptos que están en el centro de la batalla ideológica clásica entre los bandos liberales, que favorecen al mercado; e intervencionistas, que favorecen el rol del Estado.
«Una de las banderas tradicionales en la agenda política de la izquierda es el reclamo de políticas crediticias amplias enfocadas en la gente».
En el actual escenario, el segundo grupo, hoy asociado políticamente con la izquierda o el progresismo, lleva naturalmente la voz cantante. Ante el aparente fracaso de los mercados en generar una prosperidad sostenible, resulta fácil levantar un dedo aleccionador al bando liberal.
Sin embargo, vale la pena examinar con atención algunos de los argumentos más repetidos por el bando acusador.
Una de las denuncias al mercado en la crisis actual es la irresponsabilidad y falta de control ante la expansión de tanto crédito basura. Sin embargo, es interesante notar que una de las banderas tradicionales en la agenda política de la izquierda es el reclamo de políticas crediticias amplias (por no decir laxas) enfocadas en la gente. «Es importante entender que la regulación funciona principalmente en el control de situaciones conocidas». Lo ocurrido con las hipotecas subprime es que los préstamos alcanzaron a una gran masa de gente de discretos medios económicos, lo que la izquierda precisamente reclama. Cabe preguntarse entonces si el reclamo de controles más estrictos sobre políticas de crédito expansivas es compatible con sus posturas clásicas.
Otro reclamo habitual de este sector es poner freno a la especulación. Pero como analizamos antes, no existe fórmula científica para determinar cuándo los precios han pasado a nivel especulativo. Definir un escenario de especulación se trata al final de un decisión humana discrecional ¿A quién daremos el poder de determinar este punto crítico? No parece de lo más democrático que la decisión de algún funcionario pese más que las decisiones libres (plasmadas en transacciones) de las personas.
ACOSTUMBRARNOS AL FACTOR SORPRESA
Por otra parte, es importante entender que la regulación funciona principalmente en el control de situaciones conocidas. Lógicamente, no es posible diseñar un sistema que controle y regule eficientemente elementos desconocidos. La innovación que se desarrolla constantemente en los mercados financieros vuelve imposible en la práctica diseñar sistemas regulatorios infalibles. A menos que decidamos inhibir la innovación, lo cual no parece un objetivo deseable, debemos acostumbrarnos a la idea de que siempre quedará abierta la posibilidad de ser sorprendidos por fenómenos inesperados, y la única opción será la búsqueda de nuevas soluciones creativas. «Los bancos estatales son en muchos casos fuente de corrupción y malversación con nula transparencia».
Que los mercados necesitan de cierta regulación es algo que prácticamente ningún liberal disputaría. Pero postular combativamente que llegó la hora de controlar y regular a los mercados no significa mucho si consideramos que la dificultad real está en definir el nivel y las características de ese control. Esperar una claridad definitiva en un organismo de control financiero tiene un importante componente de autoengaño.
Respecto a la estatización, la efectividad de esta solución es aún menos clara. No hay en absoluto evidencia de que la estatización del sistema financiero garantice mayor prudencia y estabilidad en la administración de los ahorros de la gente. Los bancos estatales son en muchos casos fuente de corrupción y malversación con nula transparencia. Más aún, los sistemas financieros de países en los que el Estado tiene fuerte participación, como el caso de Alemania, cayeron en los mismos problemas que los sistemas más liberales.
Seguramente el bando liberal tiene mucho que reflexionar sobre la actual crisis, tal como reconoció Alan Greenspan recientemente ante el congreso en Estados Unidos. Pero como hemos visto, encontrar las respuestas no resulta tan simple como cruzar a la vereda de en frente.
LA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL
Es difícil predecir qué tipo de instituciones o arreglos emergerán de la cumbre próxima del G-20. De lo que podemos estar seguros es que la revelación de la luz al final del túnel (un sistema a prueba de crisis, promotor de una prosperidad igualitaria con estabilidad garantizada) no es el resultado más esperable.
Sin embargo, las crisis generan nuevas posibilidades de cooperación. Abren una ventana para aprender, perfeccionar e innovar, como ha sucedido repetidamente en crisis anteriores. Lo fundamental es encarar estos procesos sin prejuicios, con apertura a los aportes de distintos sectores (incluso de los supuestamente fracasados), capitalizando los aprendizajes de la historia, y evitando buscar la revelación de soluciones definitivas.
Mientras muchos esperan que la turbulencia derive en el juicio final al capitalismo, otros intentarán buscar a partir de ésta nuevas ideas para revivir el impulso de los mercados y promover la creación de riqueza. Si de algo podemos estar seguros es de lo que repite el Dr. Ian Malcom, personaje experto en matemática del caos en Jurassic Park: Al final, la vida se abre paso.
N. de la R.
Darío Helman es economista por la Universidad de San Andrés de Argentina y MBA de INSEAD en Francia. Actualmente es director de SCM-Medialab, agencia de comunicación interactiva con sede en Madrid.
Este artículo se publica gracias a la gentileza del autor y de Safe Democracy.