Ricardo Angoso (30/6/2009)
TRAS LA TORMENTA, en contra de lo que dice la sabiduría popular, no siempre suele llegar la calma, al menos en lo que se refiere a los eventos políticos. El régimen teocrático iraní no va a salir indemne después de varias semanas de protestas de la oposición y tendrá ante sí enormes desafíos.
«La crisis ocurre en el peor momento del régimen, justo cuando el argumento de la amenaza exterior ya no surte efecto». En primer lugar, su legitimación interna queda dañada profundamente, ya que tanto los partidarios de Musavi, como de otros candidatos no conceden ninguna validez a la supuesta victoria de Mahmud Ahmadineyad. Luego está el apoyo del carismático y poderoso ex presidente Hashemi Rafsayani a Musavi, que hace presagiar una grave crisis dentro del régimen y que las divisiones acabarán minando la sólida base que hasta ahora lo sustentaba. Sumado al enfado de Ahmadineyad, más de un centenar de parlamentarios (gente del régimen) ya han anunciado que no asistirán a la comedia anunciada por el régimen como juramento del reelegido presidente.
REPRESIÓN BRUTAL
Luego, en segundo lugar, pero no de menor importancia, está la deslegitimación externa de la dictadura iraní, que pretendía arrogarse un cierto barniz democrático y presentar sus farsas electorales como auténticos procesos limpios y competitivos. Si descontamos el tácito apoyo de la dictadura cuartelera venezolana, Irán se ha quedado sola y con escasos apoyos a nivel internacional, habiendo cosechado en un breve período de tiempo un descrédito del que tardará tiempo en recuperarse. Las imágenes brutales de la represión desatada por el ejecutivo de Teherán han circulado durante días por todo el planeta, bien a través de todos los canales de televisión o mediante Internet; en cierta medida, ha sido la primera revolución tecnológica de la era contemporánea retransmitida con todo lujo de detalles a través de las cámaras de los celulares y otros prodigios digitales.
«La cruda realidad vuelve a demostrar que será muy difícil iniciar una reforma política sin una ruptura con el pasado, transitar desde la férrea dictadura integrista hacia la democracia será un camino plagado de obstáculos». Pero hay más todavía: la crisis ocurre en el peor momento del régimen, justo cuando el argumento de la amenaza exterior ya no surte efecto, pues Estados Unidos se ha mostrado dispuesto a negociar con la satrapía iraní, y los principales aliados de Irán -Siria, Hamás y Hezbolá- se muestran conciliadores y dialogantes con respecto a la nueva administración norteamericana. Incluso Siria ya ha restablecido sus relaciones diplomáticas con Estados Unidos y parece alejarse de la línea dura que Irán postula con respecto a Obama. Luego está Hamas, cada vez más cerca de un acuerdo con los palestinos moderados de Al Fatah, y que ya no descarta, abiertamente, negociar con lo que denomina la «entidad sionista» y reconducir el maltrecho proceso de paz para Oriente Medio, que tiene en el conflicto palestino-israelí el epicentro pero que no es la centralidad de los contenciosos seculares que se abaten sobre esta región. Y Hezbolá, como todo el mundo sabe, cosechó una rotunda y contundente derrota en las últimas elecciones legislativas libanesas, donde el bando antisirio y antiiraní se impuso claramente, comenzando una nueva era en la vida política del siempre inestable y crítico País de los Cedros.
CORRUPCIÓN GALOPANTE
A este contexto regional absolutamente adverso se le viene a unir la profunda crisis económica que padece el país, pese a ser uno de los principales productores de petróleo del mundo. El nepotismo, la galopante corrupción, el despilfarro y uso indebido de los fondos públicos son las principales características de la infuncional administración iraní.
El régimen, que lleva treinta años ahogando política y socialmente a su pueblo, se ha mostrado incapaz de generar riqueza y bienestar, sino más bien lo contrario: su renta per cápita sigue siendo muy baja y apenas supera los diez mil dólares y el desempleo ya está por encima del 12 por ciento de la población activa. También hay graves carencias de vivienda y graves desigualdades entre el mundo rural y urbano.
«Así las cosas no es de extrañar que el pueblo iraní se haya decantando en las últimas elecciones por la opción menos mala, la que representa Hossein Musavi, aparentemente más moderado». Ahmadineyad, buen conocedor del descontento de una buena parte de la población cansada de tanta retórica hueca y discursos demagógicos -que apenas aportan luz al complejo cuadro que presenta la economía persa-, ha tratado en estos últimos años de aplacar el descontento regalando bonos económicos y otorgando dadivas en los actos electorales y públicos del ahora cuestionado presidente.
LA ESPERANZA DE LOS JÓVENES
Así las cosas no es de extrañar que el pueblo iraní se haya decantando en las últimas elecciones por la opción menos mala, la que representa Hossein Musavi, aparentemente más moderado, pragmático y defensor de una tímida apertura hacia el exterior. Pese a que su curriculum político no inducía al optimismo -siempre ha defendido e incluso auspició el programa nuclear iraní-, su discurso durante la campaña, equilibrado y moderno, cuidado en sus críticas a Estados Unidos y Occidente, hizo albergar las esperanzas de muchos, sobre todo de los jóvenes que nacieron tras la revolución, y la creencia de que era posible cambiar la naturaleza del sistema teocrático fundado por Ruhollah Jomeini desde dentro. Entre lo malo y lo peor, pensaban muchos iraníes, estaba clara la opción.
«Los iraníes, y esa es la gran noticia, han perdido el miedo y han recuperado la calle, pese a la dura represión». Sin embargo, la cruda realidad vuelve a demostrar que será muy difícil iniciar una reforma política sin una ruptura con el pasado, transitar desde la férrea dictadura integrista hacia la democracia será un camino plagado de obstáculos que exigirá enormes sacrificios para este país cansado de esperar en la cola de la historia. Además, tal como se visto en estos días, el proceso no será pacífico y quienes ahora detentan el poder no cederán el testigo gratuitamente, sino que emplearán todos los medios y métodos a su alcance para perpetuarse en el gobierno.
LOS REFORMISTAS PIERDEN LA BATALLA
Por ahora, lo que sí queda meridianamente claro es que el ala dura del régimen se impone y gana la primera partida a los sectores más reformistas del sistema de fuerzas políticas en liza, toda vez que la reelección de Ahmadineyad es ya un hecho y que el control de las fuerzas de seguridad y el ejército es absoluto por parte de los sectores que le apoyan. Las espaldas están en alto, los reformistas han perdido batalla, pero quizá a la larga puedan ganar la guerra.
«El pueblo iraní escribirá sus propias páginas, pese a las inútiles muertes de estos días y la sinrazón de un presidente incapaz de canalizar por la vía democrática las esperanzas y el anhelo de cambio». Los iraníes, y esa es la gran noticia, han perdido el miedo y han recuperado la calle, pese a la dura represión y la brutalidad de un régimen que no ha comprendido que no se pueden detener los procesos sociales y políticos ni el curso de una Historia que arrolla a aquellos que viven presas de su propia miseria y de un pasado incapaz de reproducirse eternamente. Recordando en sus últimos momentos a Salvador Allende, en una cita muy oportuna para la encrucijada iraní, «la historia es nuestra y la hacen los pueblos».
El pueblo iraní escribirá sus propias páginas, pese a las inútiles muertes de estos días y la sinrazón de un presidente incapaz de canalizar por la vía democrática las esperanzas y el anhelo de cambio de todo un pueblo ya hastiado de tanta mentira.
N. de la R.
Ricardo Angoso es periodista especializado en cuestiones internacionales y coordinador general de la ONG Diálogo Europeo, con sede en Madrid. Este artículo se publica gracias a la gentileza del autor y de Safe Democracy.