España
José Manuel G. Torga (24/10/2009)enrique-miret-magdalena
La conversación para acercar al público aquel Enrique Miret de la época, continuaba según quedó plasmado en las preguntas y respuestas que siguen.

– ¿Qué enfoque daría usted a las relaciones entre la Iglesia y el Estado?
Opino, como el profesor D’Avack, de la Universidad de Roma, especialista en Derecho Canónico, que «ya ha pasado el tiempo de los Concordatos». Después del Vaticano II, que pide que no haya en la sociedad civil discriminación de personas ni de grupos, se impone que la Iglesia misma suprima la costumbre de los

Concordatos entre el Gobierno de un país y la Santa Sede. Lo más lógico es que, si la Iglesia quiere dar testimonio de desprendimiento y de vivir los problemas de los hombres de hoy, debe acoplarse a la legislación civil que haya para todos los demás ciudadanos y grupos sociales o culturales, le favorezca o no le favorezca. No debía, en el futuro, la Iglesia pedir para ella ninguna situación de privilegio, por legítima que teóricamente se la suponga; debería acoplarse a la legislación asociativa del país donde se halle, sea favorable o desfavorable a la libertad de asociación. Así daría testimonio de vivir los problemas humanos, tal como los vive cualquier otro grupo ciudadano.

Además  debemos ser cada vez más conscientes de que la excesiva dependencia  entre la Iglesia y el Estado, es una herencia del paganismo, donde la función eclesiástica y civil se encontraban confundidas; pero no es la verdadera herencia del cristianismo, que da a Dios lo que es de Dios  y al César lo que es del César, dejando total independencia entre Iglesia y Estado, aunque sin hostilidad. Aquí en España, opino yo, que debería la jerarquía ceder todos sus privilegios y acoplarse, en todo, a la posibilidad de actividad de cualquier otro grupo social o cultural. Lo importante para la Iglesia es, como dijo el Concilio Vaticano II, defender todos los derechos humanos, en vez de estar pensando en sí  misma, buscando constantemente situaciones de privilegio, o de excepción, para su propia organización.

– Personalmente ¿qué concepción política tiene de la sociedad del futuro?
Cada vez creo menos en la acción política en las diferentes naciones del mundo, porque casi necesariamente se convierte ésta, la mayor parte de las veces, en acción de grupo y auto-defensa de las personas que dirigen estos grupos. Por eso me inclino, cada vez más, a poner antes el desarrollo de lo económico y de lo social, disminuyendo lo más posible la importancia de la organización política. Los federalistas españoles del siglo XIX -como el ejemplar Francisco  Pí y Margall– tuvieron esta misma visión, que hoy es de máxima actualidad entre los que buscan una profunda y decisiva renovación para las sociedades del futuro. Todos estos pensamientos se basan en la concepción del hombre que uno se hace: hay quienes creen,  sobre todo,  en las estructuras exteriores de carácter jurídico y disciplinar; y hay quienes creen que esto ahoga, a la larga, la espontaneidad humana, la cual es más constructiva de suyo que toda organización exterior. Yo -que estoy con estos últimos-  pienso que los medios de influencia masivos -que, se quiera o no se quiera, están en manos de los grupos poderosos en el mundo actual- hay que utilizarlos para una acción verdaderamente educativa, y no para una propaganda comercial, industrial o política.

También es necesaria una difusión total de la educación a todos los niveles, sin discriminaciones económicas, basándose en los métodos activos, democráticos y de cooperación con el alumno. Además de una insistencia decidida sobre la estructuración económica y social, buscando un socialismo radical en todos los niveles. Para ello se necesita potenciar la creación de grupos espontáneos que se planteen los problemas de cada pueblo, municipio, ciudad, región o nación, sin tratar de ahogar nunca esta espontaneidad popular.

– No se ve espacio para los líderes
Los líderes, en el futuro, no pablo-videberán ser nada más que catalizadores de la necesidad sentida espontáneamente  por un pueblo educado en contra de los artificios engañosos de la civilización de consumo, fomentada por los grupos de presión económica en el mundo.

Todos estos grupos espontáneos deberán federarse, en el porvenir, libremente, encarnando aquél «principio de cooperación» que tanto defendió Kropotkin a principios de este siglo, y ahora vuelven a descubrir los mejores biólogos, psicólogos o antropólogos, como Ashley Montagu.

Estas inquietudes, en forma más o menos difusa, se encuentran hoy también en la juventud de todo el mundo; y, entre nosotros, posee un fuerte arraigo, que habría que fomentar lo más posible, como producto de nuestra tradición sindicalista y federalista, que tuvo un fuerte desarrollo en nuestro pueblo español durante los primeros 30 años de nuestro siglo.

Apelaciones a Marx
– Concretamente en España, ¿qué presupuestos previos sería preciso establecer?
No se puede realizar todo ello por los ingenuos procedimientos de técnica «artesanal» que ha propugnado la doctrina social católica. Tenemos que utilizar las amplias técnicas estructurales descubiertas por nuestro mundo industrializado. No se trata de ir tapando agujeros, que a nada conduce; sino de hacer estructuras socializadas que impidan el egoísmo individualista del capitalismo y la lucha competitiva inhumana. Además, a estas estructuras  sociales, correspondería un tipo de educación socialista y humanista que se daría en todas las edades y a todos los españoles. Marx había dicho, muy inteligentemente, que «la liberación de la clase oprimida implica forzosamente la creación de una nueva sociedad»  («La miseria de la filosofía»). Porque, por mucho que un individuo se eleve por encima de las estructuras sociales injustas, esto no  resuelve el problema de fondo ni el proceso histórico hacia la socialización, como también comprendió este transformador social (ver Prólogo a la 1ª edición de «El Capital»).

Casi insensiblemente nos damos cuenta de que, en esta primera etapa del porvenir, se necesitaría un Estado socialista fuerte, que cada vez se fuera haciendo menos imprescindible; y fuese fomentado el paso a una mayor espontaneidad individual y social, que sería el módulo estructurador de la sociedad futura.

– ¿Dónde se encuentran los indicios que puedan corroborar esta línea de posible transformación de la sociedad del futuro?
Creo que este, llamémosle «federalismo socialista espontáneo», se aprecia no solo  en los deseos políticos y sociales del mundo contemporáneo; sino también a otros niveles culturales. Como escribo  en el extenso prólogo a la obra de J.M. Palmier, «En torno a Marcuse»: «la creencia de las fuerzas sociales de la naturaleza humana -de la tendencia cooperadora como elemento básico del ser humano- quedó un poco en el campo de las utopías del siglo XIX, hasta que hoy los mejores biólogos, como C.Sherrington, J.Huxley o J.B.S. Haldane; sociólogos como Margaret Mead o Ruth Benedict; psicólogos como H.Wallon, Ph. Lersh, J.Moreno, Ch. Bühler o C. Rogers; pedadgogos como el católico A. Kriekemans o el soviético A. Makárenko; antropólogos como Ashley Montagu o Ralph Linton; y psicoanalistas como Joan Riviere, por caminos completamente distintos, concluyen científicamente en esta misma afirmación de que el hombre es preferentemente un ser social, y no un ser enclaustrado en sí mismo. Desgraciadamente estas ideas todavía no se han encarnado ni en los dirigentes de la sociedad ni en la masa; porque la estructura de esta sociedad industrial superdesarrollada, o en vías de desarrollo, favorece los estímulos, deseos y motivaciones egoístas de lucha entre los hombres, en vez de utilizar los resortes comunitarios, cooperativos y sociales, que lleva el propio ser humano enraizados en lo más hondo de sí mismo».

Lael-capital de Karl Marx «dinámica de los grupos de acción» -estudiada por H. A. Thelen y W.M. Lifton -y la psicoterapia psicoanalítca de grupo- estudiada por S.H. Foulkes y E.J. Anthony -demuestran también la importancia práctica del trabajo  espontáneamente grupal, cosa que, a principios de este siglo, Kropotkin propugnaba, pero sin la base científica de hoy, que viene a darle  razón a sus intuiciones.

Estos esquemas cooperadores no se han aplicado a fondo todavía a ningún país del mundo; aunque existen algunos atisbos de ello en la crisis del socialismo checoeslovaco o en los ensayos del socialismo israelí del kibutz.

Revolución y no violencia
– ¿Cuál es su concepto de la revolución?
A pesar de los eufemismos de la encíclica de Pablo VI «Populorum Progressio», allí se define claramente la revolución, como pudieron hacer los grandes transformadores sociales del siglo XIX y XX. Es la exigencia de desarrollo humano pleno que el hombre tiene a nivel social, y que se concreta en «transformaciones audaces, profundamente innovadoras,…urgentes,…indispensables». Para mí esto es la revolución. Porque todo lo que sean pequeñas reformas y arreglos, dentro de la estructura capitalista, no cumplirá este anhelo amplio que todo ser humano, o todo cristiano, deben tener. La simple violencia física no es la revolución, porque, como decía Lenin, esto  lo que la mayor parte de las veces consigue es un cambio de puestos en el gobierno; pero no de estructuras en la sociedad. Yo no soy nunca partidario de la violencia física -que por otro lado es lo que suelen utilizar  más los regímenes  de derechas-  y creo mucho más en los medios de educación y de influencia social, aunque sean aparentemente más lentos.

Ciertamente puede haber casos extremos, como dice también con gran realismo Pablo VI.: «el caso de tiranía evidente y prolongada, que atentase gravemente a los derechos fundamentales de la persona y dañase  peligrosamente el bien común del país» («Populorum Progressio»). En estos casos extremos es cuando únicamente se puede justificar, como un mal menor, «la insurrección», según el Papa, y yo estoy de acuerdo con él, a pesar de desear lo más posible la no-violencia.

Nuestra acción cultural y social -si queremos transformar la sociedad- debe ser activa y valiente, utilizando todos los medios de influencia que estén en nuestras manos. Por eso, al estar en disconformidad con las estructuras básicas de la sociedad industrial de consumo, todos los que así pensamos somos en alguna manera contestatarios, al nivel religioso, cultural o social; aunque no lo seamos por medio de la violencia física.

– ¿Tienen sus concepciones algo que ver con el anarquismo?
 La palabra anarquismo es ambigua en nuestro lenguaje corriente, porque a ella unimos el desorden y la violencia. Pero Proudhon, que fue el precursor del anarquismo ideológico y social, era contrario a los procedimientos de violencia física; como lo fue también Kropotkin– su más genial promotor- en los 40 últimos años de su vida, a pesar de lo que se ha dicho muchas veces. Lo que ocurre es que la importancia que ellos dieron a la función educativa, individual y social -a lo que Ortega y Gasset decía pidiendo el cambio de «usos y costumbres»– es lo fundamental y básico; sin perjuicio de no llegar nunca a una ingenua postura de pacifismo a ultranza, contraria al realismo del que el Papa Pablo VI hace gala en su encíclica «Populorum Progressio», como he dicho antes.

Cualquier tipo de clasificación resulta demasiado simplista, si bien mi idea y mi convicción para la sociedad del futuro, espero que han quedado bastante claras.

Yo me siento un deudor  de todos los grandes transformadores sociales que han propugnado un socialismo científico, humanista, democrático y lo más espontáneo posible, para lo cual tenemos en España un precedente en el federalismo socialista del siglo pasado y en los anhelos de educación e influencia social del sindicalismo del tiempo de la Monarquía, con sus cátedras ambulantes por los míseros pueblos de España y Portugal o con Ateneos populares.

Considera insuficiente la Doctrina Social de la Iglesia
– Usted es director técnico de una empresa que actúa dentro de unas estructuras económicas conservadoras. Tengo que preguntarle por su visión personal de la empresa
Considero que la empresa industrial o comercial debe acercarse lo más posible a ese ideal; pero sin hacerse ilusiones sobre las posibilidades de alcanzar eso en una sociedad capitalista. Ese, precisamente, fue el grave error de los seguidores de la llamada doctrina social católica que creyeron que, sin una radical reestructuración de la sociedad, era posible hacer algo decisivo y definitivo en lo social.

– Para terminar: en la Iglesia, el sacerdote; o en una pastoral, el obispo ¿deben o no deben hablar de determinadas cuestiones político-temporales?
Para contestar a esto, debe distinguirsetorga claramente entre lo que son injusticias básicas, contra los derechos humanos naturales y fundamentales; y lo que son opiniones particulares técnico-políticas. La predicación o la pastoral, deben ser valientes para denunciar cualquier situación grave de injusticia básica; pero desde ellos no se puede propugnar una solución política determinada, ya que el sacerdote -en cuanto sacerdote- debe respetar la libertad de opción política del creyente que le escucha, siempre que acepte los principios del Evangelio.

Ante las ideas de Miret Magdalena surgen adhesiones, matizaciones y rechazos. Desde luego ofrecen ocasión para reflexionar. Antes, entonces y pienso que todavía hoy.

Nota del autor:
Franco
nombraba por entonces Príncipe de España y heredero en la Jefatura del Estado a título de Rey a Juan Carlos de Borbón; pero el futuro era tan inescrutable como  siempre.

Este periodista, redactor-jefe en un periódico, se planteó hacer una serie de entrevistas, destinadas a un libro que cabría denominar de domingo, como se suele calificar a ciertos pintores que sólo disponen para el arte de los días no laborables.

Aplazada la publicación por circunstancias particulares del momento, se perdieron luego las carpetas con los originales. 40 años después, haciendo limpia en dos casas y un garaje, he dado con varias de aquellas entrevistas. Algunos personajes siguen en candelero, otros viven más retirados y no faltan los que pasaron a mejor vida. Pero, con unos trazos introductorios nuevos, los diálogos mantienen un interés, leídos con la perspectiva del tiempo transcurrido. Así fuimos y así dialogamos.