España
José Manuel G. Torga (6/10/2009)
Manuel Funes Robert siempre combatió la usura, como hacía la Iglesia Católica en los viejos tiempos. Consideraba aquel, además, que los altos intereses sobre los créditos, que sufríamos no hace tantos años, constituían una rémora para la actividad económica.
Luego sus teorías llegaron al Banco Central Europeo; y ahora le satisface ver que Trichet embrida la situación, partiendo de los préstamos a bancos con tipos de interés que eran inimaginables tiempo atrás.
La agudeza y la originalidad de Funes en sus concepciones económicas sólo nos recuerda a otro español, más valorado en el extranjero que en su patria: Germán Bernácer. Este alicantino, que fue Director del Servicio de Estudios del Banco de España, anticipó ideas próximas a otras que logró difundir Keynes. Entre nosotros, redescubre a Bernácer, el profesor José Villacís; en Francia lo estudia, por ejemplo, Henri Savall, pero también se aproximan a su figura, Henri Guitton y Colette Nême. «Le Monde Diplomatique» en español le dedicaba una página, en su número del pasado marzo, bajo los titulares siguientes: «El precursor español de Keynes. Germán Bernácer y las crisis económicas».
Nuestros economistas de fuste se cuentan con los dedos de una mano y sobrarán dedos. Pero volvamos al memorable diálogo con Manuel Funes, que dejamos interrumpido, simplemente por atender a la métrica del Periodismo.
Una devaluación evitable
– Tú combates la devaluación de la peseta de 1967 ¿Crees que fue posible evitarla?
– Se pudo evitar, porque el descenso de la reserva de divisas, que fue lo que asustó, no llegó ni al 5% de los ingresos totales. ¿Quién monta un duro plan de austeridad porque los ahorros privados hayan descendido en tan modesta cuantía? Aparte de eso, se ha demostrado que la medida no sirvió para nada. La importación ha crecido después como nunca en nuestra historia. El turismo ha salido perjudicado en lo que toca a los ingresos totales y la exportación ha crecido más aparentemente que en realidad, pues ha estado inflada por los 30.000 millones de pesetas que ha recibido en créditos desde entonces.
– No sé si podrías formular un programa-síntesis de urgencia para la economía nacional
– Mi programa, de momento sería sustituir el diagnóstico de demanda general excesiva por el de demanda particular excesiva en lo que se refiere a la importación. Con ello el tratamiento sería una acción desliberalizadora, de intensidad a medir y ensayar, junto con una supresión total de restricciones generales. He detallado esto en un ensayo reciente, aparecido en el nº 507 de la revista SP.
– Abordemos otro asunto: tus relaciones con los profesores universitarios de Economía
– Mis críticas, en cuanto han tenido por objeto ideas y tópicos que han nacido en la Facultad de Económicas, no han permitido que mis relaciones con todos los catedráticos hayan sido siempre buenas. Tengo excelente amistad y siento particular estima por varios de ellos, como Tamames, Figueroa, etc.
Me parece que ser catedrático, que es un título que faculta al que lo tiene para enseñar los rudimentos de las ciencias, a jóvenes de 18 a 25 años, no es título suficiente para creerse con derecho a enseñar a todos los ciudadanos del país, entre los cuales hay muchos, de los que muchos catedráticos tienen muchísimo que aprender para bien y provecho de sus reflexiones doctrinales.
– Como funcionario del Ministerio de Comercio ¿cómo resumirías tu lucha por la expresión de tus ideas?
– El Ministerio de Comercio ha seguido, según los que lo han regido, diversas tácticas contra mí. Ullastres se decidió por ignorarme, aunque no del todo, pues en el discurso que pronunció en Ginebra, el 30 de marzo de 1964, con motivo de la primera Conferencia Mundial de Comercio y Desarrollo, se sirvió de mi libro «Marxismo y Comercio Internacional» del que tomó, literalmente, párrafos enteros, y casi todas sus ideas, bien que hablando en primera persona y atribuyéndose la paternidad de lo que había leído en mi libro. Con García Moncó la cosa parecía que iba a empezar bien, pero pronto los consejeros del anterior ministro impidieron la colaboración entre él y yo; lo que siento por él, pues, de haberme tenido cerca, lo de MATESA no se hubiese producido. Con el señor Fontana Codina me unen lazos de cordialidad que son obvios, pues a esos lazos rindo homenaje con frecuencia de modo público.
– ¿Qué ha significado para ti el Reglamento de Funcionarios?
– El reglamento fue obra personal de Alfonso Osorio García. Nunca me inquietó lo más mínimo, pues sus vicios jurídicos eran tan burdos y groseros que bien sabía yo que no podrían hacerme daño con él. Mi denuncia de la existencia de contrafuero en dicho reglamento, hecha con anterioridad a la de Elías Tejada, aunque refiriéndome al reglamento provisional y no al definitivo, me da la satisfacción de ver, que por mí, se ha estrenado esa gran institución, creada por Franco, que es el recurso de contrafuero.
Tecnócratas vs. Políticos.
– ¿Eres partidario de los tecnócratas o de los políticos?
– En esta materia opino que la conquista del poder por técnicos es un gravísimo mal social. Deseando para la comunidad el mejor gobierno posible, se dio en el hallazgo del gobierno de expertos y técnicos. Pero ¿expertos en qué, especializados en qué? Si fuese fácil encontrar expertos en el arte del buen gobierno, claro es que nadie discutiría la fórmula; mas ocurre que la complejidad y dificultad de la altísima misión de gobernar sólo la conocen y dominan contadísimas personas que, por la fuerza de su intelecto, aliada con lo excelso de su voluntad, merecen el nombre de políticos. Personas que tienen de común con los santos el dedicarse en directo al bien del prójimo, aunque en el orden temporal, mientras que los santos, preferentemente se dedican al bien espiritual y eterno de sus prójimos. De esto se deduce que, mientras que el técnico o experto en cosas limitadas y concretas se fabrica por decreto, el político es, como el sabio, un don de la providencia, y, cuando se encuentra, a él hay que darle el poder. El político tiene una regla de oro para orientarse: el arte de relacionar unas cosas con otras, regla que, además, es también la suprema norma de la sabiduría, pues el mundo que nos rodea, y sobre el que deseamos actuar, es un complejo infinito de relaciones entre sus partes y tanto más sabremos de él cuanto más hábiles seamos para descubrir esas relaciones.
Ocurre por el contrario -argumenta Funes, con su discurso de humanista- qué el técnico encontrable, el que se puede fabricar en serie, es el técnico en parcelas pequeñas del saber, y esa especialización encontrable en lo pequeño, pero que sólo por regalo de la Providencia encontramos en lo grande, es precisamente lo opuesto a la regla de oro del buen gobierno que, como digo, es el arte de relacionar, para acertar, en cada caso, a sacrificar lo accesorio a lo principal y lo parcial a lo total.
Descartada -añade todavía- la posibilidad de dar a la palabra tecnocracia el sentido de gobierno de los técnicos y maestros en el divino arte del buen gobierno, ya que así definida, todos estaríamos de acuerdo en su aceptación, pero como no es el sentido usual del término, yo estoy en contra, por la razón expuesta. A saber, que el técnico, necesariamente técnico en algo que interesa parcialmente y nunca globalmente a la sociedad, es la persona menos adecuada para relacionar, ya que su formación de especialista le llevará siempre a rehuir esa decisiva actitud mental y hábito, hecho como está a la concentración en lo suyo.
– ¿Te interesa, para ejercerla, la actividad política directa?
– Me interesa la ciencia política, no la actividad política. Entrar en política supone un peligro para las vocaciones del intelecto, un riesgo de perder cualidades personales. Por poner un ejemplo, el político en ejercicio acabará, fatalmente, habituándose a la mentira, forzado como está a recibir gente pensando en otras cosas; a decir que no sin poderlo declarar, por no querer descubrir o traicionar a un colega; será víctima, por la mucha necesidad que tendrá de hablar en público, del lugar común y del tópico, pues ni los genios podrían decir cada día algo de interés…etc., etc.
Puede interpretarse esto -puntualiza- como egoísmo y salgo al frente de tal objeción del modo que sigue: decidido a no ser jamás político en ejercicio, me esfuerzo en servir a los que ejercen y a eso me dedico intensamente desde hace años; pero, como políticos hay pocos, los más de los destinatarios de mis sugerencias o críticas lo único que han visto es un atentado a su autoridad mal entendida. Por servir y ayudar he arriesgado no sólo las posibilidades directas de ascenso en mi carrera administrativa sino mi tranquilidad y mi posición económica, hasta ahora básicamente apoyada en el sueldo del Ministerio de Comercio.
– Recuerdo que en dos ocasiones has sido recibido en audiencia por el Jefe del Estado ¿qué podrías decir de esas audiencias?
– Creo que el Caudillo ha apreciado que mi tarea no es de oposición. Mis dos audiencias, curiosa y exactamente producidas siete días antes de los dos últimos cambios de gobierno, en lo personal me han producido grandes satisfacciones y no pocos resultados prácticos. Recuerda que durante la última audiencia yo estaba expedientado por orden de mi ministro y tenía un juez nombrado que investigaba mis culpas. El expedientado por la Administración fue recibido por el jefe supremo de la Administración, lo cual no dejó en buen y airoso papel a los perseguidores. Creo que, en esta materia, MATESA ha hecho ver claro a los que tengan entendimiento suficiente para ello. La rebeldía lícita en casos extremos es el mayor servicio que un funcionario puede hacerse a sí mismo o a su ministro. ¿Quién hubiese podido salvar a los funcionarios hoy procesados y a los que les daban órdenes desastrosas de dar créditos a MATESA? Si García Moncó, mi perseguidor, y amigo de otros tiempos, cuando era subsecretario, me hubiese tenido cerca siendo ministro, yo no habría tolerado lo de MATESA y hoy estaría en mejor situación.
Aquel hoy era otra época, otro siglo. Desde el presente -año de gracia de 2009, porque hemos llegado hasta aquí, sin entrar en más valoraciones- podemos mirar lo que ya es historia, con algún interés y respeto. Nos puede brindar alguna sencilla lección.
Nota del autor:
Franco nombraba por entonces Príncipe de España y heredero en la Jefatura del Estado a título de Rey a Juan Carlos de Borbón; pero el futuro era tan inescrutable como iempre.
Este periodista, redactor-jefe en un periódico, se planteó hacer una serie de entrevistas, destinadas a un libro que cabría denominar de domingo, como se suele calificar a ciertos pintores que sólo disponen para el arte de los días no laborables.
Aplazada la publicación por circunstancias particulares del momento, se perdieron luego las carpetas con los originales. 40 años después, haciendo limpia en dos casas y un garaje, he dado con varias de aquellas entrevistas. Algunos personajes siguen en candelero, otros viven más retirados y no faltan los que pasaron a mejor vida. Pero, con unos trazos introductorios nuevos, los diálogos mantienen un interés, leídos con la perspectiva del tiempo transcurrido. Así fuimos y así dialogamos.