España
José Manuel G. Torga (15/3/2010)torga
Esta segunda parte refunde la duración total de aquella amplia conversación periodística. Después del conveniente respiro para una lectura que no resulte sobrecargada, la nueva pregunta empalma con la respuesta  que daba paso al intermedio.

Sigue el léxico eclesiástico, discursivo, que requiere de una meticulosa transcripción literal, a expensas, a su vez, de una reposada lectura y hasta relectura posterior. Habla, desde luego, como un clérigo, cuyos matices de ortodoxia o heterodoxia llevan un cuidadoso envoltorio formal.

– Vamos a ver. Con una perspectiva general ¿dónde crees que radica el origen del conflicto intraeclesial que hoy aparece a través de variados síntomas?
 El nudo gordiano del conflicto creo que estaría en las dos Iglesias que pugnan en el interior de ésta que presentamos como única, santa y católica. Es decir, dos Iglesias, y quiero polarizar en ambas la múltiple pluralidad de corrientes de opinión, de diversos estilos pastorales, de distintas escuelas teológicas, de distintas formas de comprensión del misterio cristiano, y, sobre todo, de diversos comportamientos ante la realidad temporal. En este sentido el fenómeno ha sido abordado de varias maneras. Hay quien habla de que ha llegado el momento de las sectas para el catolicismo, no en el sentido despectivo sino dando a entender la conveniencia de aceptar, de hecho y de derecho, un pluralismo intraeclesial, cuya historia se confunde con la misma historia de la Iglesia, que propiamente podría ser denominada historia de las Iglesias. Otro ángulo de visión de este pluralismo encontraría en la Iglesia de hoy, y quizá en la de siempre, la pervivencia de todas las corrientes heréticas, que, si bien aparentemente han sido superadas por el anatema de los concilios o por decisiones muchas veces más de rango político que impulsadas por una dinámica de reconciliación con la ortodoxia oficial, pueden pervivir de hecho en nuestro tiempo. Así, por ejemplo, podría hablarse de una concepción monofisita, es decir una visión de la Iglesia que no considerara nada más que el espíritu  y no el cuerpo de Cristo, y que por lo tanto pidiera a sus creyentes un mero comportamiento espiritual, sin repercusión en su temporalidad.

Doble alineamiento
– En España concretamente ¿qué peculiaridades ofrece el conflicto?
 En la Iglesia peninsular y de sus islas adyacentes, nuestro conflicto tiene raíces que se pierden en el tiempo; pero que han echado ramas nuevas  a partir de la guerra civil del 36. Es cierto que los efectos de esta conmoción de nuestra historia han estado como adormecidos durante muchos años; pero, a partir de lo que pudiéramos llamar tópicamente la apertura a Europa, y, sobre todo  a partir del Vaticano II, ha aparecido entre nosotros un doble alineamiento eclesial. Si tuviéramos que buscar un culpable, tendríamos que señalar con el dedo, como no es infrecuente en bocas españolas, a Juan XXIII. Y si hubiera un documento clave que fuera algo así como la Constitución de los objetores de conciencia ante la Iglesia tradicional de nuestro país, sería la Constitución «Gaudium et Spes» sobre la Iglesia en el mundo actual. Por esta interdependencia del fenómeno eclesial y del suceder de los acontecimientos o de los signos de los tiempos, la tragedia de las Iglesias en nuestro país podría tener como música de fondo el conflicto de las dos Españas.

– ¿Aparece en el horizonte alguna síntesis superadora del enfrentamiento?
 Diríamos que sí, como en el Génesis: en el principio fue la palabra. Lo primero que deberíamos hacer entre estas dos Iglesias o entre estas dos orillas de la misma Iglesia, sería  abrir un paréntesis al diálogo y a la mutua comprensión. Como en los viejos textos escolásticos, deberíamos explicarnos mutuamente qué contenido tiene para cada uno de los interlocutores una serie de palabras comprendidas en el diccionario en conflicto. Un ejemplo reciente que se me ocurre deriva del escrito o comunicado final de la reunión, en Segovia, de los quinientos curas de la Congregación de San Antonio María Claret. Creo que gran parte del texto que ofreció la Prensa, podría constituir algo así como el borrador de un Acta de Concordia entre las dos Iglesias en pugna. Sin embargo el peligro estriba en que la letra pudiera albergar un doble contenido, según el grupo que la emplease. Por esta razón deberíamos antes convenir un vocabulario común para poder entendernos a la hora del diálogo. Naturalmente no consiste todo el problema en un planteamiento coloquial, y por eso debería recurrirse a las tesis fundamentales de la eclesiología conciliar. En este sentido, nuestro tiempo, que para algunos está lleno de oscuridades y de incertidumbres, lo cual es consubstancial con la vida del hombre, por otra parte cuenta también con el privilegio de ser una época en que por la palabra se ha hecho la luz. Ni el Vaticano II ni el III podrán darnos una definitiva comprensión de nuestra fe; pero ciertamente, nuestro más reciente Concilio ha clarificado, en el terreno concreto de la eclesiología, posiciones confusamente previstas antes de su celebración. Sin  duda que el misterio de la Iglesia en particular no ha recibido en ningún otro Concilio una iluminación teológica y pastoral como en el Vaticano II, a pesar de que para muchos continua siendo un concilio de segunda división, debido, en exclusiva, a la bienintencionada y caprichosa convocatoria del Papa Juan.

Arbitraje por los pobres
– ¿A qué cabe apelar para dirimir la cuestión?
 Un recurso nuevo  para salir de esta contienda sería el arbitraje del mundo de los pobres. No es un recurso antiteológico o extraeclesial sino que más bien significa la última instancia que el propio Evangelio prevé. Son los débiles, los oprimidos, los cojos, los ciegos, los pobres en general los que tienen que levantar acta de la llegada del Reino. Ellos tendrían que ser los que dirimiesen esta contienda al calificar o descalificar una u otra Iglesia.

– padre-gamo-1Si quieres pasamos a abordar otra realidad altamente polémica: la entrada del cura en el terreno de la política ¿con qué criterios teóricos la enfocas?
 De entrada te diría que el planteamiento de la cuestión resulta más difícil si se parte del «a priori» del cura con su tradicional estatuto de segregado, es decir de sacerdote. Por eso una premisa no caprichosa y hoy suficientemente atendida por los más inquietos eclesiólogos es la de la superación del binomio clérigos-laicos o clero-pueblo. Si desaparece del vocabulario, diríamos fáctico, del pueblo cristiano el concepto de clero, como casta sacerdotal, a la que hoy corresponde estatutariamente la vida de los curas en la Iglesia, la respuesta sería mucho más fácil. Cuando el cura no responda en su comportamiento civil a un estatuto de persona diferente sino que su condición de servidor de la comunidad cristiana sea una dimensión puramente intraeclesial, entonces cabe la posibilidad de que esta pregunta no tenga objeto. Así mismo quedaría sin interés  si, por circunstancias sociopolíticas, la Iglesia abandonase su posición de cristiandad como hegemonía histórica en determinados países. En ese nuevo cuadro de circunstancias, el ciudadano-cura, en el interior de una determinada confesión u organización religiosa, asumiría, de acuerdo con su vocación, inclinación o supuestos ideológicos, las responsabilidades políticas que en una sociedad sanamente laica le correspondiesen.

Tonto útil y compañero de viaje
– Pero estás hablando en futuribles
– 
Espera, que ya enlazo otra vez con el hoy. Teniendo en cuenta todo lo dicho, que pertenece a un futuro que empieza a ser presente de alguna manera, lo que de hecho comporta una progresiva secularización del clero, diríamos que, por vía de apremio, antes incluso de que estén funcionando las instancias teológicas, porque la vida siempre va por delante de sus formulaciones, y más o menos referido a nuestro ambiente, habría que decir que el cura medio, como el ciudadano  medio de cualquier país, no entra en política propiamente sino que se encuentra metido en ella. Si por política entendemos, sumariamente, lo que le afecta o repercute en la comunidad política, todos los actos de una persona con la cualificación social que entre nosotros se otorga al sacerdote, tienen forzosamente una repercusión política. Su silencio ante determinados problemas, su inhibición pastoral en situaciones que están en la calle, su comportamiento social, su forma de vida, su lenguaje, etc., suponen para el más elemental observador, una determinada toma de posiciones, que no solamente lleva consigo  su compromiso personal sino que, cuando menos, son sugeridores de una idéntica actitud de aquellas personas que constituyen el campo de influencia de su misión. Sin embargo, en nuestro léxico calificamos de político o de persona que se mete a hacer política, solamente a aquellos cuyas actitudes resultan discrepantes respecto de la tónica predominante en la Iglesia de un determinado país. En el nuestro, entonces, recurren a calificativos como esos de tonto útil o de compañero de viaje, con que se suele tachar a los curas responsables de una pastoral no inhibicionista ante ciertos hechos o situaciones sociopolíticas. Pero éste es uno de los tópicos que nuestra historia suele repetir periódicamente, bajo distintas expresiones.

Jnadre-gamo-2ugar a buenos y malos
– ¿Qué explicación le encuentras a la postura antagónica frente a ese tipo de curas nada inhibicionistas?
 Es, al fin y al cabo, la vieja costumbre de jugar, cuando los hombres nos hacemos niños, en el menos noble sentido de la expresión, de jugar, digo, a la historia, dividiéndola en los clásicos bandos de buenos y malos. Otra explicación de tan fácil encasillamiento la encontramos  en el manejo, como consecuencia de una larga tradición de fidelidad y culto a la letra, de clasificación en legal e ilegal, cuando, realmente, para el cristiano, como para todo hombre de buena voluntad, la disyuntiva fundamental estaría entre los términos justo e injusto. Por eso el sacerdote cuyas actividades se considera atentatorias contra el orden constituido y por tanto, admitido, suele ser una víctima de aquella primera clasificación tópica, inspirada en la mera presunción de que lo escrito con razón está escrito.

–  ¿Qué contestación tienes para el cargo que se hace a los curas progresistas de favorecer la política del comunismo? Porque supongo que esta pregunta ya te la tienes contestada
  Refiriéndonos en concreto a nuestra circunstancia espacio-temporal, creo que la clasificación del tipo de sacerdote a que te refieres, considerado como filomarxista o filocomunista, viene siendo, históricamente, un nuevo recurso del poder. Esto no obsta para que el sacerdote pueda relacionarse pastoralmente con personas, ideologías y organizaciones consideradas fuera de la ley. No solamente su solicitud pastoral para con la oveja perdida, sino incluso la posibilidad de un público reconocimiento de los buenos samaritanos, le exige, en muchos momentos, adoptar posturas y asumir riesgos que, lógicamente, llevarán consigo el escándalo de los que no tienen otra  óptica que la legalidad, independientemente de que ésta sea justa o injusta. Y, lo que es más grave, su postura recabará en muchos momentos el anatema de una Iglesia que resulta más fiel a las razones de orden público que a la «salus animarum».

Si tuviera que dar una impresión final sobre qué me ha parecido Mariano Gamo en esta conversación diría que resulta un hombre reflexivo, en un actitud moderada. Y que habla con facilidad, pero matizando mucho lo que dice.

Nota del autor:
Franco
nombraba por entonces Príncipe de España y heredero en la Jefatura del Estado a título de Rey a Juan Carlos de Borbón; pero el futuro era tan inescrutable como  siempre.
Este periodista, redactor-jefe en un periódico, se planteó hacer una serie de entrevistas, destinadas a un libro que cabría denominar de domingo, como se suele calificar a ciertos pintores que sólo disponen para el arte de los días no laborables.
Aplazada la publicación por circunstancias particulares del momento, se perdieron luego las carpetas con los originales. 40 años después, haciendo limpia en dos casas y un garaje, he dado con varias de aquellas entrevistas. Algunos personajes siguen en candelero, otros viven más retirados y no faltan los que pasaron a mejor vida. Pero, con unos trazos introductorios nuevos, los diálogos mantienen un interés, leídos con la perspectiva del tiempo transcurrido. Así fuimos y así dialogamos.