Sin Acritud…
Aristarco (21/8/2010)libro-el-techo-de-rafael-herrera
No sólo los periódicos sino también algunas novelas -a veces debidas a periodistas- guardan testimonios sobre personajes y hechos, por más que, en el caso de las versiones literarias, haya labores de camuflaje, que requieren pistas y claves para la interpretación de los textos.

En su momento, en un relato de Rafael Herrera, profesional desaparecido prematuramente, se creyó ver un intento de poner en solfa interioridades de un periódico de referencia durante la transición política española, así como de protagonistas de su evolución, a través de una amalgama de motivos de ficción con elementos inspirados en la realidad.

Bajo el título de «El techo», encontramos muchas similitudes con realidades conocidas, aunque efectúe regates, como hacer referencia al diario El País, refiriéndose a un periódico distinto, en una clara maniobra de distracción.

En el reparto de las identidades convencionales, Daniel Romero suplantaría a un Juan L. Cebrián, en trayectoria periodística ascendente y creyéndose futuro líder de un partido radical. No resulta difícil relacionar a un Daniel Romero recreado, con su réplica en carne y hueso, cuando un colega del diario Pueblo, dice: «Su padre se lo envió al director para que lo hiciera un periodista y ahí se inició una de las más veloces carreras periodísticas».

De alguien que aparece como encarnación de la empresa, se permite el autor situarlo anteriormente «en la centuria de información de la Secretaría General del Movimiento». Luego, ese mismo personaje figura relacionado con «toda la línea liberal del Opus Dei».

De cualquier manera el paso del tiempo ha hecho palidecer algo que, cuando vio la luz, se difundía como una especie de ataque iconoclasta por parte de un arriesgado francotirador. Hoy queda más bien como una simple curiosidad.

Otra curiosidad aparece relacionada con el título «Yo periodista. Historia de más miserias que grandezas», de J.M. Amilibia, igualmente clasificado como novela. El ejemplar hallado en una librería de lance, añade anotaciones manuscritas de un anterior propietario, quien cuenta con conocimientos para atribuir filiaciones concretas a nombres supuestos.

Esta especie de modesto palimpsesto coloca el nombre de Raúl del Pozo al lado del de Mariano Rojo. Igualmente apunta hacia un hipotético Julio Merino, tal vez con menor parecido. Otra anotación, más bien traída por los pelos, critica a Anson a causa de algo publicado <<en su sin-«Razón»>>.

Del director de su propio periódico, el autor de la narración nunca da el nombre. Aparece siempre, eso sí, con mayúscula,  la palabra Director y su descripción física así como otras circunstancias, dejan ver que se trata de Emilio Romero. Como que la nada eufónica cabecera Encima sugerirá, sin mucho esfuerzo, la del diario Arriba. Y que la descripción «Jaime Gutiérrez, mi gallego hipocondríaco, gran pluma, en aquel momento subdirector de Encima, antes compañero en la vieja Redacción», no podía ser otro que Pedro Rodríguez, columnista de éxito.

Las novelas de este género tienen mucho de charada.