Sin Acritud…
Andrés Soliz Rada (7/11/2010)andres-soliz-rada
El Estado, entendido como la asociación humana más amplia y compleja de la historia, y el estatismo, que busca la preeminencia del Estado inclusive en actividades que podrían ser cumplidas por la iniciativa privada, son objeto de análisis antagónicos. Para muchos, el estatismo ha tenido en el estalinismo y el hitlerismo dos de sus expresiones extremas, las que, en su versión actualizada, harían realidad la pesadilla del «hermano mayor» de Orwell, que lee nuestros pensamiento y nos vigila las 24 horas del día. Para otros, el Estado debe ser otra vez el gendarme pasivo en el reino de los Banqueros desregulados que, mediante sus paraísos financieros, manejan los negocios multimillonarios de drogas y tráfico de armas y siguen provocando polución ambiental que, como dijo Fidel Castro, amenaza con convertir al planeta en estepa humeante, envuelta en nubes tóxicas.

Entre ambas posiciones, cabe analizar al Estado y al estatismo en las realidades concretas de Indo América y Bolivia. El historiador cordobés, Roberto A. Ferrero, en análisis titulado «El Estado Intervencionista en América Latina» (ver www.patriagrande.org.bo), destaca, que, sin tomar en cuenta las metas socialistas de Allende, Castro y el Sandinismo, el capitalismo de Estado ha obtenido importantes logros en el Siglo XX. La Revolución mexicana de 1910, por ejemplo, disminuyó la inequidad social y el expolio oligárquico y convirtió en propietarios a grandes masas de campesinos, en tanto que Lázaro Cárdenas (1938-1942), logró que los ferrocarriles, la electricidad y el petróleo sirvan al país y no a intereses foráneos. En el Uruguay, José Batlle y Ordóñez (1903-1907 y 1911-1915), consiguió que el Estado desarrollara la educación y la legislación laboral y fomentara la construcción de ferrocarriles y la producción naval, previa estatización del Puerto de Montevideo.

En Brasil, Getulio Vargas, a partir de 1930, hizo realidad la unidad del Brasil, fracturada hasta entonces en pequeñas soberanías locales. Puso los cimientos de Petrobrás, la siderurgia, la industria minera y las hidroeléctricas, así como de las industrias del café, azúcar, alcohol, sal, hierba mate, pino y cacao. Varias de estas tareas fueron acompañadas por la dinámica burguesía paulista. En Chile, Arturo Alessandri (1920-1925) y Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931 y 1952-1958) fortalecieron al Poder Ejecutivo y frenaron al Parlamento, que era «una maquina de obstaculizar proyectos». Así se pusieron las bases del Chile moderno. En Venezuela, Rómulo Betancourt (1945-1948), creó la flota mercante Gran Colombiana (Colombia, Venezuela y Ecuador), en perjuicio de la Grace Line, que monopolizaba el comercio marítimo tri nacional, además de impulsar la industria liviana y la explotación de oro y diamantes.

Es obvio que en países como Bolivia no es suficiente decretar nacionalizaciones o crear entes estatales. En este momento, existen una veintena de ellos, entre las que se hallan LACTEOSBOL, CARTONBOL, AZUCARBOL y PAPELBOL. El punto de partida reside en diferenciar a empresas estratégicas de las que no lo son. Estas últimas, suelen convertirse con mayor facilidad en botín político, en el que campea la improvisación, la ineficiencia, el burocratismo, las subvenciones y la corrupción. Por otra parte, el control social es más difícil en decenas de pequeños entes estatales dispersos, lo que no ocurre con las estratégicas, en las que es posible concentrar la vigilancia de la opinión pública y la fiscalización de los medios de comunicación social. Lo cierto es que sin conciencia nacional, nadie cuida nada, cuando todo es de todos.  

La decisión de optar por empresas estatales, mixtas, cooperativas, privadas o comunitarias está sujeta a un proyecto nacional, elaborado con el concurso de regiones y culturas, es decir por el conjunto de la ciudadanía. Un Estado inerme frente a transnacionales petroleras y las oligarquías de Santiago y Brasilia, el que además ha quedado debilitado por planteamientos ultra regionalistas e indigenistas, como ocurre actualmente, no es el mejor escenario para contar con corporaciones estratégicas transparentes y eficientes ni con proyectos que aglutinen a todos los bolivianos.