José Manuel G. Torga (12/5/2011)
ALGUNA fuerza, para mi incógnita, pero planificadora y persistente, viene haciendo ingeniería social con el calendario.
En la Roma antigua eran los pontífices -sacerdotes, ingenieros de los puentes del Tíber, y programadores de los días fastos y nefastos- quienes tenían atribuida la competencia sobre el almanaque rector del año. Una potestad para diseñar el ciclo vital y organizar algo tan fluido y misterioso como el tiempo. Por entonces, el origen de referencia era el de la fundación de la ciudad romana (ab urbe condita, a.u.c).
La ordenación -mando y organización- temporal, abarca los largos periodos y también los breves y cotidianos.
En una reciente visita a los multimilenarios yacimientos de Atapuerca y al Museo burgalés de la Evolución Humana, he podido enterarme de un cambio en la reseña de la cronología arqueológica y de otras ramas científicas, como la Geología, que me ha dejado de piedra. Se va imponiendo gradualmente y acabará por generalizarse, a falta de una contraofensiva suficiente.
Para empezar se aplica la abreviatura del inglés; pero sustituyendo el BC (Before Christ), o sea antes de Cristo, por un antes del presente: BP (Before Present). El «presente» se ha congelado en el año 1950, para lo cual no les ha quedado más remedio que mirar al calendario gregoriano. En definitiva, que para datar el año 800 antes de Cristo, su equivalente es el 2750 B.P. De este modo la terminología cristiana queda borrada.
Nuestra herencia histórica viene del calendario romano, modificado por la reforma del Papa Gregorio XIII (s. XVI) con el asesoramiento de los expertos convocados y tras la propuesta a los reyes de su tiempo. Ha habido y hay, claro está, otros muchos calendarios: el egipcio, el hebreo, el griego, el árabe, los americanos precolombinos, el ruso, el chino, etc., etc.; pero lo que viene a cuento, para estas consideraciones, son las alternativas rupturistas, abiertas o veladas, con respecto a la tradición cultural de Occidente.
La exaltación laicista llevó retorsiones evidentes al calendario republicano en el proceso de la Revolución Francesa. Imponía un sistema decimal: el día contaba con 10 horas; la hora, con 100 minutos; y el minuto, con 100 segundos. La semana cambiaba por un conjunto de diez días, algo que la gente encajó muy mal.
Las estaciones del año agrupaban, en aquel calendario galo, las nuevas denominaciones meteorológico-rurales para uso de los sans-culottes, por el siguiente orden: otoño (Vendêmiaire, Brumaire, Frimaire); invierno (Nivôse, Pluviôse, Ventôse); primavera (Germinal, Floreal, Prairial); y estío (Messidor, Thermidor, Fructidor).
Todos los días presentaban invocaciones concretas. En el mes de Vendêmiaire, el 1, a la uva; el 2, al azafrán y el 27, por ejemplo, a la guindilla; en Thermidor, el 3, al melón; y el 15, a la oveja. Y, resumiendo mucho por no aburrir, en Fructidor, el 10, a la escalera de mano; y el 20, a la cesta llevada a la espalda; aunque ni siquiera faltaba, el día 3 de este último mes, la dedicación al hongo pedo de lobo (Licoperdon perlatum).
Los masones, con carácter interno, han evitado el a.C. y el d.C. Suman a la cuenta de la Era Cristiana, 4000 años más; así estaríamos en el 6011, año de la Era Masónica o de la Verdadera Luz. Los meses son «lunas» y el primero es marzo. No obstante existen variantes, con arreglo a las diferentes obediencias masónicas.
El «Año Cristiano», en la traducción del francés por el célebre jesuita P. Isla o en otras versiones, fue lectura en el seno familiar de ciertos creyentes a través de generaciones, dando lugar a la elección de los nombres de pila para hijos y apadrinados. Durante los últimos decenios, en la vida española, la evolución de los nombres seleccionados para los bautizos ha cambiado mucho. Se repiten dentro de una relación limitada por el convencionalismo y la moda. Han ido descartándose los considerados raros, antes muy identificadores por su singularidad, con comarcas españolas donde proliferaron y permanecieron especialmente, entre otras las de Cistierna (León) o Villarramiel (Palencia).
A principios del siglo XX, y hasta los años 40, un santo del día del natalicio -entre los varios relacionados en los tacos de calendario- inspiraba habitualmente para atribuirlo al recién nacido. Acacio, Gertrudis, Wistremundo, Eladio, Columbiano, Calixta, Zenón, Posidio, Quiteria, Venebaldo, Exuperancia, Valeria, y tantos y tantos nombres proceden directamente del santoral. Luego, ese compendio iría quedando para que Luis Carandell hiciese un libro en tono desenfadado. Después de advertir en el prólogo que la hagiografía ya no es lo que era, concluye: «He aquí pues, el Santoral que edificó a tantos y que pertenece a lo más profundo de nuestra tradición popular. Mi Santoral es el Santoral de siempre, nuevamente escrito para el lector de hoy, una fascinante y prodigiosa historia».
Algunas emisoras de radio proporcionan, a hora temprana, la relación, que suena siempre exótica, de los hombres y mujeres que fueron canonizados y que figuraban como modelos cada jornada. Para colmo, en multitud de hogares, ya se festeja mucho menos el santo que el cumpleaños de cada cual.
El cambio de costumbres, condicionado política y socialmente, hace que el índice de nombres está siendo sustituido, en el calendario, por un índice temático, que pretende mentalizar sobre un repertorio de mensajes ideológicos variados, desde luego sin connotación religiosa alguna.
La existencia del Día Universal del Ahorro (¡ya nos gustaría que se pudiera!), suena casi a broma. El Día Mundial de las Naciones Unidas no despertará mucha fe en gran parte de la población global. El Día Mundial de la Usabilidad parece más bien un ente abstracto. Y el Día Internacional de los niños inocentes víctimas de agresión, supone un nuevo trasunto del Día de los Santos Inocentes, secularizado y trasladado del 28 de diciembre al 1 de junio.
Otros días dedicados a motivos dignos de preocupación -con o sin el correspondiente lacito- no serían rechazables si no representaran la manipulación de un quid pro quo.
Llama la atención también que el Día Mundial del Autismo (2 de abril) haya sido declarado por la Asamblea General de la ONU gracias a la jequesa de Qatar, Mozah Bint Nasser. Su pequeño país no tiene derecho de veto, pero sí petróleo; y ella, belleza y elegancia. Así el emirato juega con ventaja.
Una fecha liberadora; pero preocupante por lo tarde que llega, es el 29 de abril, en España: el Día Sin Impuestos. Marca, según los cálculos, la altura del año hasta la que hay que trabajar (119 días), exclusivamente para cumplir con el Fisco. Sólo a partir de ese día, los ingresos resultarán limpios para la media de los españoles. ¡Ojo!: Pagar diezmos (36 días y medio) resultaba mucho más leve.
N. de la R.
Este artículo de nuestro asiduo colaborador, José Manuel González Torga, ha sido publicado con anterioridad en vistazoalaprensa.com.