Sin Acritud…
Carlos Echeverría Jesús (12/6/2011)
La eliminación de Osama Bin Laden, el 2 de mayo en Abbottabad, a una cincuentena de kilómetros de la capital paquistaní, Islamabad, pone aún más en evidencia a Pakistán como socio en la lucha internacional contra el terrorismo yihadista salafista. El hecho de que el líder de Al Qaida ocupara desde hacía años una vivienda a tan sólo algunos centenares de metros de una importante Academia del Ejército paquistaní -y en una localidad que alberga también a tres regimientos- añade aún más contradicciones a la alianza entre los EE. UU. y Pakistán. Todo ello plantea los problemas estructurales que de cara al futuro de la necesaria lucha multinacional contra la red Al Qaida y contra sus grupos asociados y próximos, se van a seguir produciendo en Pakistán donde un amplio elenco de organizaciones toleradas cuando no impulsadas por el propio Estado, gozan de una amplia libertad de movimientos.
El contexto en el que se ejecuta la operación contra Bin Laden
Los comandos helitransportados del SEAL estadounidense que eliminaron al líder de Al Qaida procedían de Afganistán, recorrieron una considerable distancia de espacio aéreo paquistaní, permanecieron unos 45 minutos en la localidad de Abbottabad y, tras ejecutar con éxito su misión, tres de los cuatro helicópteros utilizados abandonaron este país sin sufrir ni bajas ni contratiempo alguno. Todo ello pone de manifiesto la profesionalidad de los comandos, pero probablemente también algún grado de permisividad por parte de algunos sectores de la seguridad paquistaní. Aunque en el país es habitual el sobrevuelo de helicópteros militares, y aunque en las regiones limítrofes con Afganistán incluso es corriente el sobrevuelo de aparatos extranjeros – y no sólo de vehículos aéreos no tripulados que se empezaron a utilizar nada menos que en 2004-, lo cierto es que tal singladura difícilmente pudo pasar desapercibida, aunque se volara de noche e incluso si se han utilizado helicópteros modificados para misiones encubiertas.
Es bien sabido que los servicios de inteligencia paquistaníes, el famoso Inter Services Intelligence (ISI), está infestado de mandos y de operativos familiarizados con los yihadistas entre los 100.000 efectivos y colaboradores con los que se estima que cuenta. Ello no sorprende en absoluto al saber que la prioridad para la seguridad y para la defensa del país es mantener una ventaja estratégica frente a la India, y para ello el frente principal de actuación es el político-religioso, en relación con Cachemira especialmente. El pecado original fue, probablemente, de naturaleza colonial, pues no debemos de olvidar que India y Pakistán nacieron a la independencia en 1947 con tan sólo un día de diferencia, y que la razón de ser del segundo como Estado no es de carácter nacionalista sino religioso. Pakistán nació pura y simplemente para acomodar a los musulmanes de la India Británica, y allá donde quedaron bolsas de musulmanes pero gobernados por las autoridades hindúes de Nueva Delhi los problemas afloraron de inmediato, y perduran hasta hoy como en el caso de Cachemira. El segundo agravante del escenario paquistaní fue la segunda ola de radicalización, alimentada desde fines de los años setenta y durante toda la década de los ochenta desde fuera y desde dentro para alimentar la campaña militar anticomunista y proislámica en Afganistán.
Fruto de ese convulso pasado es la creación y desarrollo por Pakistán de grupos como Lashkar-e-Taiba, inicialmente destinado a combatir a los soviéticos en Afganistán pero que luego se hizo instrumental para luchar contra los indios en Cachemira, y que hoy es un grupo terrorista con ambiciones que escapan a los estrechos límites de esa conflictiva región pero sus líderes se mueven con libertad aún cuando el grupo fue prohibido en Pakistán en 2002. Entre otras acciones puras y duras de terrorismo, Lashkar-e-Taiba se responsabilizó de la sangrienta acción de «Yihad urbano» que produjo más de 160 muertos en Mumbai -antes Bombay- en el otoño de 2008.
Con antecedentes semejantes es lógico que tanto en el ISI como en el «establishment» de seguridad y de defensa paquistaní muchos de sus componentes estén habituados a tratar con radicales, y a que a muchos de ellos incluso no les separe una brecha profunda en términos político-religiosos de ellos. Y ello es así, aunque nos choque, aún cuando veamos la sangría cotidiana a la que los terroristas yihadistas salafistas someten a militares y a policías paquistaníes, con ataques de todo tipo destacándose especialmente los suicidas.
Las contradicciones personales y grupales de los actores paquistaníes que observamos espantados quienes realizamos análisis de seguridad sobre Pakistán, incluyen piruetas, que parecerían cómicas si no fueran tan dramáticas, como es esa que considera a los Talibán paquistaníes como enemigos a batir mientras se trata con respeto, por no decir incluso con mimo, a los Talibán afganos. Los primeros son efectivamente los autores de atentados múltiples contra las Fuerzas Armadas y de Seguridad paquistaníes, y ello desde que en 2007 estos declararon la guerra al Estado tras hacer oficial su fidelización a Al Qaida, y los segundos son los peones de Pakistán en el tablero estratégico en el que también mueven ficha India, los EE. UU., Rusia, Irán y algunas repúblicas centroasiáticas, todos ellos utilizando en buena medida como tablero a Afganistán.
En esta partida Al Qaida tenía y tiene su protagonismo también, como actor no estatal pero muy poderoso, y la figura de Bin Laden era considerada central para uno de los jugadores -los EE. UU.- aún cuando para los paquistaníes no tuviera tanta importancia. No obstante la adquirido ahora, en el momento en que ha servido de excusa al jugador estadounidense para poner en dificultades extremas a Pakistán. La cúpula militar paquistaní ha quedado como sabemos en entredicho, dentro y fuera de su país, y, por añadidura, el honor de Pakistán habría sido mancillado de paso con una acción tan evidente de injerencia, no sólo extranjera sino también infiel.
De cómo se recuperará el eje bilateral tras este último revés -los anteriores, que los ha habido, han sido las incontables acciones transfronterizas estadounidenses, sobre todo con «drones», pero también la eliminación en 2010 de la cúpula de la CIA en Pakistán a manos de un infiltrado- poco podemos decir, y eso dando por hecho que va a recuperarse. Ya a fines de enero ambos países habían vivido una importante crisis bilateral cuando un agente de seguridad que en realidad era un contratista de la CIA mató en Lahore a dos paquistaníes en el marco de sus actividades contra Lashkar-e-Taiba.
Los efectos inmediatos de la acción estadounidense
Dos semanas después de haber sido eliminado Bin Laden, cuando los primeros brotes de ira habían pasado en las calles y las reacciones más airadas de políticos y de militares también, John Kerry acudía a Islamabad el 16 de mayo en su calidad de Presidente del Comité de Asuntos Exteriores del Senado de los EE. UU. El antiguo candidato presidencial frente a George W. Bush, que acababa de estar en Pakistán a mediados de enero para otra misión discreta, tomaba ahora el pulso a sus aliados paquistaníes comprobando la profundidad de la herida, y anunciaba que en breve visitaría el país la Secretaria de Estado, Hillary R. Clinton, probablemente trayendo con ella un mejor apósito para la herida, cargado de promesas de refuerzo de la cooperación bilateral en todos los ámbitos, y no sólo en el de la seguridad y la defensa.
Aparte del nivel político y diplomático lo importante es tomarle el pulso a la sociedad, víctima prioritaria al fin y al cabo de los zarpazos del terrorismo. Aunque el propio Presidente, Asif Alí Zardari, ha sufrido en directo el ataque de los yihadistas, con el asesinato de su esposa Benazir Bhutto a manos de estos, lo cierto es que son miles las familias paquistaníes que han quedado rotas por el activismo implacable de los radicales. Como efecto inmediato de la muerte de Bin Laden -lo que ellos y sobre todo los observadores extranjeros se empeñan en calificar de «esperada venganza»- dos suicidas asesinaban el 13 de mayo en la Academia de Guardas de Fronteras de Charsada, localidad cercana a Peshawar, a 80 personas y provocaban 140 heridos.
Los Talibán paquistaníes reivindicaban ese ataque calificándolo efectivamente de respuesta a la acción estadounidense y a la complicidad según ellos de las autoridades de Pakistán. En realidad, un simple inventario de lo que suelen hacer los Talibán y sus asociados paquistaníes nos muestra, lamentablemente, que esta carnicería no es sino una más de las que estos terroristas tienen por costumbre hacer. El 10 de febrero sin ir más lejos, y sin irnos de la atribulada localidad de Peshawar, un suicida de tan sólo 12 años de edad había asesinado a 31 militares. El 8 de marzo otro suicida mataba a 25 personas en Faisalabad en un ataque contra viviendas de las Fuerzas Armadas y de Seguridad.
Es por ello que, tiñendo como tiñen de sangre el suelo paquistaní los terroristas, antes y después de su ataque del 13 de mayo, lo importante aquí no es si la acción contra Bin Laden cambia algo, sino que lo urgente es actuar contra la rutina criminal en un contexto política y diplomáticamente adverso. Los 30.000 paquistaníes muertos violentamente desde que en 2001 el entonces Presidente, el General Pervez Musharraf, se sumara al esfuerzo internacional contra el terrorismo, merecen no sólo un recuerdo sino también un esfuerzo en términos de justicia y de destierro de la impunidad.
La presencia de la cúpula militar en el Parlamento de Pakistán el 14 de mayo, y el hecho de que diputados y senadores paquistaníes reunidos conjuntamente en una sesión extraordinaria aprobaran, tras recibir las explicaciones de los uniformados, una resolución por la que piden al Ejecutivo congelar las relaciones con los EE. UU., es una mala noticia para Washington, y el senador Kerry debió de encontrar un ambiente muy hostil cuando fue recibido por el Primer Ministro Yusuf Raza Gilani y por el residente Alí Assif Zardari dos días después. Los EE. UU. tienen mucho que perder si el aliado paquistaní se enfada y, a la vez, tendrán muchas dificultades para cambiar el ambiente de las relaciones con un país que es, aparte de vía principal de acceso para los suministros no letales que necesitan las tropas de la Coalición en Afganistán, el principal santuario de quienes quieren evitar a toda costa que ese país salga adelante en términos de seguridad.
De las dificultades que se derivan de la condición de santuario del norte paquistaní da fe el hecho de que el 17 de mayo, al día siguiente de la reunión de Kerry con sus interlocutores en Islamabad, dos helicópteros de la OTAN intercambiaran fuego con militares paquistaníes en la zona fronteriza de Afganistán con la provincia paquistaní de Waziristán del Norte. Como vemos, las contradicciones afloran por doquier en el famoso escenario de Af/Pak, siguiendo la denominación inventada por el Presidente Barack H. Obama: para el caso afgano la principal en estos últimos meses es la que plantea el Gobierno del Presidente Hamid Karzai, negociando con los Talibán y otros radicales que entran en dicho juego mientras es acosado por los camaradas de quienes afirman aceptar las reglas del juego. La negociación con los Talibán es una de las pistas más resbaladizas que imaginar podamos, repleta de supuestas «líneas rojas» que hace mucho tiempo que se han violado reiteradamente. El asalto del pasado 7 de mayo, realizado por elementos Talibán de forma simultánea contra diversos edificios oficiales y puntos neurálgicos de Kandahar entre los que había hasta seis suicidas, su tradicional feudo del sur afgano, supuestamente «limpiado» de radicales la primavera pasada en una gran ofensiva de la OTAN lanzada allí y en Helmand, es buena muestra de lo que en el fondo piensan de las negociaciones con Karzai. Añadir a tan esclarecedor ataque otro producido posteriormente y también en el sur afgano, el 19 de mayo en el distrito de Zadrán en Patkia, cuando los Talibán asesinaron a 35 obreros que trabajaban en la construcción de la carretera que unirá las provincias de Patkia y Jost.
Volviendo al aparato de defensa de Pakistán, estamos hablando de unas Fuerzas Armadas que cuentan con medio millón de efectivos, a los que hay que añadir otro medio millón de reservistas, y que todos ellos hacen de estas las séptimas del mundo, pero también y por supuesto del único país musulmán que cuenta con la bomba atómica. El peor escenario posible en términos de seguridad en la región, es el de una escalada en la tensión con el vecino indio -potencia también nuclear en la zona- que pudiera llevar a ambos países a hacerse la guerra de nuevo: de ocurrir esto sería ya la cuarta guerra en tan sólo sesenta y cuatro años desde la independencia. Para los EE. UU. las relaciones bilaterales con Islamabad están pasando pues por un momento especialmente crítico, y una de las prioridades será el preservar el vínculo no sólo por el bien del esfuerzo antiterrorista y del futuro de Afganistán sino también por la seguridad de las armas nucleares de Pakistán. Sabido es que tecnología estadounidense es la utilizada por Pakistán en el sector más sensible de su aparato de defensa, pero los EE. UU. no tienen acceso a sus instalaciones por aquello de la preservación de la soberanía paquistaní.
Pakistán recibe 3.000 millones de dólares anuales de Washington en ayudas, y es difícil de creer que la élite militar paquistaní vaya a adoptar posturas tan hostiles que les lleven a perderlos; tendrá por ello que hacer algún gesto hacia sus aliados que rompa con los reproches mostrados a lo largo del mes de mayo. Pakistán no puede permitirse perder el apoyo de su principal valedor internacional, y menos ahora cuando la cuarta parte de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, las inundaciones de agosto han arrasado cosechas y buena parte del importante tejido de la estratégica industria textil y tiene que importar los hidrocarburos que no produce cuando los precios están por las nubes.
¿Obligados a pasar página?
Aunque algunos analistas ya hablan de que los EE. UU. van a cambiar a Pakistán por la India como socio estratégico en la región, y de que Pakistán se acercaría o ya lo estaría haciendo a la República Popular China también en clave de sustitución, lo cierto es que los vínculos entre los aún hoy aliados estratégicos son demasiado fuertes como para sacrificarlos ahora por una crisis de confianza como la actual. Además Pakistán no quiere que en ningún caso India pueda salir ganando de crisis como esta, y si los EEUU le apoyaran en sustitución de su alianza con Pakistán, ese Estado de 1.100 millones de habitantes se convertiría en el principal polo de poder tras China en la región. El poder paquistaní está además especialmente inquieto ahora, justo después de que el Primer Ministro indio, Manmohan Singh, de visita oficial en Kabul el 12 de mayo, afirmara ante un satisfecho Presidente Karzai que apoya firmemente la estrategia de este de negociar con sectores de los Talibán en el marco de un ambicioso programa de reconciliación. Esta era la primera visita del Premier Singh a Afganistán desde 2005, y entre ese momento y ahora se han producido dos sangrientos ataques suicidas contra la Embajada india en Kabul pero Nueva Delhi no ha dado su brazo a torcer y acaba de anunciar la aprobación de 500 millones de dólares en ayudas para la reconstrucción del país. Teniendo en cuenta que los tres temas claves para Pakistán -que son Afganistán, Cachemira y el arsenal nuclear -están en mente como prioridad para los EE.UU., y que los tres son gestionados directamente por el poder militar paquistaní y no por el poder ejecutivo, serán pues los militares los que decidan la forma en que van a canalizarlos en los próximos meses, y cuál va a ser su nivel de comunicación al respecto con Washington. Por de pronto, la detención el 17 de mayo en Karachi de un importante cuadro de Al Qaida central, el yemení Muhamad Alí Qasim (alias Abu Sohaib El Maki), y la eliminación el mismo día de cinco supuestos miembros de la red terrorista en Quetta cuando intentaban cometer un atentado suicida, unidas a la publicidad que se les dio a ambas acciones, parecen querer demostrar que se busca el acercamiento al aliado estadounidense y, de paso, recuperar la credibilidad perdida.
Los militares paquistaníes están más que acostumbrados a gestionar los asuntos políticos, pues no en vano han dado tres golpes de estado en la historia de este aún joven país y consumen además alrededor del 22% del Producto Interno Bruto (PIB). De hecho, cabe recordar ahora que no sólo han enviado a antiguos militares ya en la reserva a Bahrein, para engrosar las filas de su Guardia Nacional en los momentos de las revueltas en dicho reino del Golfo, sino que llegaron a poner en alerta a dos divisiones por si tenían que enviarlas a proteger a la familia real suní Al Jalifa frente a la presión en la calle de los shiíes mayoritarios en el país. Finalmente fueron los militares saudíes los que entraron en Bahrein para apoyar las medidas de fuerza adoptadas por las autoridades, pero la actitud paquistaní ha sido toda una muestra de las ambiciones de sus militares. Recordemos que el 20% de la población paquistaní es shií, y que los shiíes suelen ser objetivo de los terroristas yihadistas. Por supuesto la cúpula de las Fuerzas Armadas paquistaníes no está abierta para los shiíes, y los antiguos militares enviados a Bahrein eran todos suníes y próximos a los clanes que controlan el poder. Pakistán ha aparecido aquí como un aliado potencial de los regímenes árabes suníes -Bahrein y Arabia Saudí particularmente-, que es lo mismo que decir de los países donde los emigrantes paquistaníes encuentran trabajo, donde se adquiere el petróleo y donde, además, se coincide en alianzas con los EE. UU. De paso, y en términos geoestratégicos, con esta iniciativa plantan cara de paso a Irán. Esto último podría servir para aproximar a los EE. UU. y a Pakistán de nuevo, aunque a Pakistán le servirá también, y por añadidura, para aparecer ante estos regímenes árabes como un punto de apoyo más pero muy útil en tiempos difíciles en los que las revueltas han desalojado del poder a Hosni Mubarak o Zine El Abidine Ben Alí, y ello sin que los estadounidenses movieran un dedo por ayudarles.
El problema para los EE. UU. es que apoyando a las Fuerzas Armadas y no a grupos del arco político paquistaní no ha contribuido a frenar el avance islamista porque los islamismos incluso radicalizados son instrumentalizados desde el interior de dichas Fuerzas Armadas. El resultado es un país en el que falta una sociedad civil sólida y no radicalizada, y en él sobra la omnipotencia de los militares que se alían con los radicales para interactuar en los complejos escenarios de la India y de Afganistán y, de paso, convertir en un erial el territorio nacional. Si hay un país en el que es bien evidente el daño que actores locales y foráneos han conseguido producir en muy poco tiempo, ese país es Pakistán. Y el problema no es sólo para los paquistaníes, que en cualquier caso ya es mucho con un país de más de 170 millones de habitantes, sino que las consecuencias de la radicalización las podemos encontrar en toda la región tratada y también en el resto del mundo. Véase si no el caso de los dos países europeos que cuentan con las mayores comunidades inmigradas, el Reino Unido y España, o el de los propios EE. UU. Atentados realizados o en proyecto y/o abortados han sido protagonizados por paquistaníes, venidos de Pakistán o naturalizados en los países designados como objetivos, desde los de julio de 2005 en Londres hasta el planificado y ordenado desde Pakistán contra el Metro de Barcelona, en enero de 2008, y pasando por el apocalíptico plan desbaratado en 2006 de derribar aviones comerciales en tránsito desde el Reino Unido hacia Norteamérica (los EEUU y Canadá) utilizando para ello explosivos líquidos que planeaban llevar los terroristas en cabina.
N. de la R.
Carlos Echeverría Jesús es profesor de Relaciones Internacionales de la UNED y responsable de la Sección Observatorio del Islam de la revista mensual War Heat Internacional. Ha trabajado en diversas organizaciones internacionales (UEO, UE y OTAN) y entre 2003 y 2004 fue Coordinador en España del Proyecto «Undestanding Terrorism» financiado por el Departamento de Defensa de los EE. UU. a través del Institute for Defense Analysis (IDA). Como Analista del Grupo asume la dirección del área de Terrorismo Yihadista Salafista.
Este artículo se publica con la autorización de GEES (Grupo de Estudios Estratégicos).