Sin Acritud…
Venancio Díaz Castán (22/9/2012)

Venancio Díaz Castán
Venancio Díaz Castán

El pasado 25 de julio, en el entierro del ex-Presidente de las Cortes don Gregorio Peces-Barba Martínez en la localidad de Colmenarejo, un periodista solicitaba de don Alfonso Guerra una breve semblanza del finado; éste, intentando resumir en lo posible su intervención, después de señalar la importancia de Peces- Barba en la transición a la democracia, opinó que a lo largo de su vida había sido más un intelectual que un político. Hasta allí, bien. Es correcto. Son dos facetas importantes en la vida de una persona, y una domina sobre la otra. Ahora viene la reflexión, la impresión que se le queda a uno, y no es otra que, de manera involuntaria, Alfonso Guerra hubiera hecho una clasificación mental entre políticos e intelectuales, como si existiera cierta incompatibilidad entre ambos grupos o como si fuera más práctico ser político puro a la hora de bregar en el Parlamento. Esta opinión vuela en el ambiente y se le ocurre a cualquiera, como si lo habitual fuera el escaso bagaje intelectual a la hora del ejercicio de determinados cargos de responsabilidad. En efecto, en mi opinión, Gregorio Peces-Barba fue un político que, tal vez por ser intelectual, fue mejor político, o reunió mejores prendas para los trabajos que le correspondieron y que libremente aceptó.

Existe en la política un antes y un después de la Institución Libre de Enseñanza. La influencia de don Francisco Giner de los Ríos llegó intensa y fecunda al proyecto universitario de Peces-Barba. Remontándonos en el tiempo sabemos cómo impregnó a Joaquín Costa, Manuel Azaña, José Prat, Fernando de los Ríos, Julián Besteiro, Leopoldo Calvo Sotelo, Enrique Tierno Galván, el mismo Alfonso Guerra y un largo etcétera, todos ellos políticos. Ello no resta valor a aquellos que no recibieron formación institucionalista, e incluso ninguna, y, dotados de una capacidad natural de liderazgo, han pasado a la historia sin desdoro alguno. A algunos he llegado a conocer, como el caso del diputado Cipriano García Rollán, de extracción obrera, y el de Ramón Rubial. Ejemplar fue la figura del tipógrafo Pablo Iglesias Pose, fundador del Partido Socialista Obrero Español, y extenderme más sería pretender la confección de un estudio que ya está de sobra realizado, solo que el mío resultaría pobre, sin sólidos fundamentos.

El propósito de mi artículo es el de manifestarme como un español más que desea ser mejor representado en el Parlamento (espero la pronta y eficaz desaparición del Senado). Creo sinceramente que no vendría mal que nuestros diputados ejercieran un liderazgo real, lejos de la terrible mediocridad a que nos tienen acostumbrados. Creo que nos merecemos que sean más cultos, que no precisen de intérpretes cuando se encuentren en los foros internacionales y se hablen lenguas de amplísimo uso mundial, y que den ejemplo pedagógico de virtud con su conducta. Creo que deberían estudiar un poco más para ser más eficaces en defender nuestros intereses y para merecerse esos sueldos tan privilegiados. La gente trabajadora y sencilla no rechaza al intelectual, antes al contrario se siente orgullosa de verse representada por personas capaces e inteligentes.

Gregorio Peces-Barba, por quien sentía un sincero afecto y gratitud, disfrutó de ambas cualidades: liderazgo político y dedicación intelectual; ambas sin separación alguna, complementándose una a la otra. Supongo que Alfonso Guerra quiso decir algo parecido, pero las circunstancias fúnebres y la premura del momento le obligaron a una simplificación que espero que no sintiese.

N. de la R.
El autor de este artículo es escritor y doctor en Medicina.