España/Europa/Economía
Manuel Funes Robert (15/10/2012)euros
El crecimiento cero no es la única calamidad que sigue a la búsqueda obsesiva y cruenta del déficit cero, pues al empezar esa acción cruenta con la reducción del gasto público, es más fácil reducir la cuantía de la inversión pública en creación y mantenimiento de las estructuras públicas que hacerlo mediante la reducción de las rentas de gentes que pueden hacerse oír la calle al ser objeto de esa agresión, como ya estamos observando en diversas capitales europeas.

En una situación de crisis de empleo y sobra de recursos y con necesidades por cubrir se precisa de un ente capaz de gastar grandes cantidades sin tener que haberlas ganado previamente. Los individuos y las empresas son los que menos pueden incurrir en ese exceso cuando la situación es mala; en cambio, el Estado utilizando lícitamente el poder y el deber de crear financiación sin ganarla ni ahorrarla, es el sujeto central de la recuperación.

La primera receta salvadora, la indirecta en el Keynesismo-Funesismo, está ya agotada en la UE pues los tipos de interés poco pueden bajar. Procede entonces acudir a la acción directa, que es la del gasto público incrementado en la cuantía que se necesite para aumentar la demanda hasta el punto de que tire de la oferta, potencialmente existente en un país tan desarrollado como Alemania. Pero esta segunda receta tiene que pasar por encima del absurdo del equilibrio presupuestario, que nunca es un bien en si mismo sino cuando lo es su causa: el crecimiento, que aumenta de una manera natural los ingresos del Estado y reduce de una manera natural los gastos del Estado.

Más ajuste basado en más reformas restrictivas de los gastos públicos no hace otra cosa que crear más necesidad de nuevos ajustes. Triste caso es que donde se aplicó por primera vez con éxito espectacular la política de déficit publico masivo, en la Alemania de los años 30 por obra de Schact, el primer mago de las finanzas, se esté aplicando ahora la política más alejada de aquel felicísimo evento.

En el Reino Unido, la destrucción del sector público iniciado por la Dama de Hierro -los transportes públicos, la sanidad, etc.- es el precio que la nación entera paga por identificar al sector público con el privado a efectos contables. El déficit cero conduce a la destrucción del Estado y de paso, al crecimiento cero.

Es interesante recordar que allí se enfrentaron dos concepciones para hacer frente a los problemas monetarios internacionales de la posguerra, en particular, crear una nueva manera de financiar el comercio internacional. Cuando White se opone a Keynes sostiene que es más práctico reforzar la categoría y estima universal del dólar y ponerlo en la base de la financiación internacional, que crear una moneda de nombre y naturaleza nueva, que empezaría por ser de lenta y difícil aceptación. Si al dólar se le añadía una convertibilidad a precio fijo en oro, por una doble razón la base del sistema monetario mundial alcanzaría una firmeza como jamás la tuvo.

El problema residía en cómo llegaba el dólar oro al mundo de las finanzas internacionales. De una manera excepcional, mediante los planes de ayuda y de regalo en dólares, y de otra, los gastos militares de EE. UU. en el exterior. Son procedimientos excepcionales que un plan con pretensiones de duración ilimitada no podía situar en su base. El mecanismo ordinario de abastecimiento de dólares era el déficit de la balanza de pagos de EE. UU., pues comprando más de lo que vendía al exterior y pagando la diferencia en dólares, éstos quedaban a disposición de la comunidad internacional. Resulta entonces que el plan White se apoyaba sin decirlo en el déficit de la balanza de pagos americana, que por paradoja, no era déficit si no un pago al contado hecho en la moneda más estimada del mundo. Ese déficit trascendental se convertía en el plan White en la fuente última de liquidez internacional. Porque a déficit cero correspondía salida nula de dólares al exterior. Ahora descubrimos otro punto débil de aquel proyecto que era la obligación sobre EE. UU. de mantener déficits exteriores de modo permanente y en cuantía proporcional a las necesidades de financiación universal.

Con ello, la economía real americana tenía sobre sí la carga de acomodar la estructura de sus intercambios comerciales a las necesidades y conveniencias cambiantes y en general, crecientes, de la economía internacional.