José Manuel G. Torga (11/5/2008)
El periodista José Antonio Gurriarán, presidente del Club Internacional de Prensa, viene presentando, en distintas ciudades españolas, su obra más reciente, titulada «Armenios: el genocidio olvidado». El libro-reportaje nos hace rememorar las deportaciones y la masacre que sufrió el pueblo armenio, en 1915, víctima de medidas inmisericordes, aunque no reconocidas, del gobierno turco.

La viveza del texto cobra una dimensión excepcional cuando se recuerda la peripecia vital del autor en busca del tema. Los antecedentes están en las hemerotecas.

En 1980, entre la Navidad y el Fin de Año, «Gurrí» – como le llamamos los amigos y compañeros de profesión – tuvo el reflejo profesional de la noticia, en la Gran Vía madrileña, cuando iba a un cine donde se proyectaba una película de Woody Allen.

Un par de bombas

Una explosión le hizo buscar una cabina telefónica para informar a su periódico, el diario «Pueblo», y solicitar la presencia de un reportero gráfico. Un hombre y dos niñas, hijas del mismo, estaban tendidas en el suelo. En la Plaza de España otra bomba terrorista lanzó, al periodista, gravemente herido, fuera del estrecho recinto del teléfono público. El criminal atentado era obra del ESALA (Ejército Secreto para la Liberación de Armenia).

«No es fácil – ha escrito el cronista de su propia supervivencia – liberarse  de los fantasmas de la mente ni de las huellas que la explosión de la goma 2 te deja para siempre en el cuerpo. Mucho menos, lo sé por experiencia, cuando has sufrido durante años el síndrome de Estocolmo, del que todos hablan; pero cuyos efectos solo conocemos en toda su amplitud los que hemos estado sometidos a su imperio: una curiosidad insaciable de saber  quien te ha secuestrado o herido y qué razones le movieron a hacerlo; una cierta admiración o dependencia de tus captores o verdugos».

Años tras la noticia
La pulsión periodística de Gurriarán da cima a su libro «La bomba». Una vez recuperado, sus pesquisas le llevan, en 1982, al Líbano, donde consigue reunirse con guerrilleros del ESALA. Esa experiencia, además,  le dio ocasión para obsequiarles con una obra sobre la fuerza del pacifismo, superior a la de las bombas.

Bastantes años después, el periodista ha viajado a Armenia para conocer, sobre el terreno, al pueblo sufridor con tantos miembros perdidos en el primer genocidio del siglo XX.

Gurriarán, comprometido con los pacíficos armenios al final del periplo vivido, es la víctima convertida en valedor de una nación, muy por encima de unos vengadores desesperados. Ha demostrado lo que es un periodista a prueba de bomba. El atentado terrorista no representó un impedimento para apartarle del tema; más bien fue una provocación para incentivar su interés personal y periodístico.

El libro que acaba de ver la luz es un  gran reportaje con alma. Su información sigue un curso excepcional. Ha  pasado  por el dolor hasta llegar a la condolencia.