Ana Camacho (10/5/2008)
Con la colaboración activa de la diplomacia española, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas acaba de aprobar una resolución sobre el Sáhara Occidental que da abiertamente un espaldarazo a las tesis con las que Marruecos viene defendiendo que el conflicto que desencadenó en 1975 con la invasión de la colonia española, sólo tiene una «solución realista»: que el pueblo saharaui renuncie al derecho a la autodeterminación que la propia ONU le reconoció y acepte la soberanía del agresor.
Por el momento, la solución promarroquí ha hecho asomo con ropaje de sugerencia pero, de consolidarse esta nueva filosofía para la solución de conflictos, Kosovo dejará de ser un caso excepcional en la aplicación del derecho internacional. Lo mismo da que al Kosovo se le conceda el ejercicio a la autodeterminación que no le correspondía de acuerdo a derecho, y al Sáhara, por el contrario, se le prive de la autodeterminación que le reconocían las resoluciones de la ONU. Su trasfondo deja un mismo poso, el que reduce la aplicación del derecho internacional a un juego cuyas reglas varían en función de los tejemanejes estratégicos de las grandes potencias que controlan el Consejo de Seguridad.
La resolución 1813 aprobada por unanimidad el pasado día 30 admite que, aunque el Frente Polisario y Marruecos se han comprometido a seguir el diálogo iniciado en junio de 2007 en Manhasset (EEUU), el proceso para hallar una solución pacífica al conflicto, se encuentra estancado. Para superar el bloqueo, el texto «hace suya» la recomendación del informe del secretario general del pasado 14 de abril «de que la visión realista y el espíritu de compromiso de las partes son esenciales para mantener el impulso del proceso de negociaciones».
Aparentemente, la semántica del texto parece repartir de forma ecuánime entre las dos partes en el conflicto, el Frente Polisario y Marruecos, el deber de ceder ante el pragmatismo que requiere la paz. Sin embargo, la satisfacción manifestada por el Gobierno de Marruecos («consagra la preeminencia de la propuesta marroquí de autonomía», dicen en Rabat) en contraste con la consternación del representante saharaui en la ONU, Ahmed Bujari («una maniobra para descarrilar el proceso y la descolonización que conlleva», ha protestado), reflejan sin equívocos quién se ha llevado el gato al agua en la nueva ronda de esta partida onusiana.
En efecto, este énfasis en el realismo presenta demasiadas coincidencias con las declaraciones efectuadas, el 21 de abril por el enviado especial de la ONU para el Sáhara Occidental, el holandés Peter Van Walsum, cuando dijo que la independencia del territorio no es una «solución realista», como si la ONU, en realidad, en lugar de haberse comprometido a organizar el referéndum hubiese estado dedicándose desde 1991 a evaluar la conveniencia o no de aplicar la doctrina que da al pueblo saharaui el derecho a elegir libremente entre la anexión o la independencia y que Marruecos aceptó y, una vez implantado el alto el fuego, repudió.
Por si subsistiesen dudas de cuál es el sentido que corresponde a la invocación al realismo, conviene consultar las reacciones del Departamento de Estado en Washington sobre la nueva la resolución: «un estado saharaui independiente no es una opción realista», han dicho sus portavoces para los que la «única» vía realista de solución es que el pueblo saharaui acepte de la política anexionista de hechos consumados marroquí.
Tras el paréntesis no promarroquí marcado por el segundo plan Baker que convirtió al ex secretario de Estado norteamericano en un enemigo de la diplomacia alauita, la estrategia de aproximación emprendida por el presidente Sarkozy con Washington favorece el realineamiento sin fisuras de Bush con la estrategia del rey Mohamed para evitar el referéndum de la ONU sobre el futuro del Sáhara. Marruecos, el gran aliado africano de Francia, también ha sido un tradicional e importante amigo de EE. UU. y las tesis promarroquíes son susceptibles de ganar más puntos en Washington si, dando satisfacción a las tradicionales ansias de liderazgo francés en el Magreb, el Departamento de Estado logra importantes contrapartidas en otros frentes de primera importancia para sus intereses como son la OTAN, Irak, Irán o Afganistán. Puesto que con ello también contenta a la España de Zapatero, subordinada a la política exterior francesa, la coyuntura favorece un gesto que insufla pasión a la luna de miel con Sarkozy, dejando atrás la tormentosa crispación antiamericana de Chirac.
La adhesión al realismo promarroquí se convierte así en el justo premio a la constancia de una diplomacia en la que, desde 1975, jamás se ha producido el desvío de un Baker y que, por el contrario, ha sido muy combativa a favor de la anexión francofonizadora del Sáhara a Marruecos.
Aunque el secretario general Ban Ki-Moon se desmarcó oficialmente de las declaraciones realizadas por Van Walsum (dice el holandés) «a título personal», su informe -que también hace referencia al «realismo y espíritu de compromiso de las partes»- lleva todos los síntomas de la gran tentación que supone para los responsables de la ONU apuntarse el tanto de un nuevo éxito pacificador sacrificando a la parte débil del conflicto. Es comprensible. El acatamiento del realismo por parte de los saharauis sería la solución perfecta para maquillar el descarrilamiento de un plan de paz al que la ONU ha contribuido con ese exquisito e inquietante cuidado con el que, en lugar de denunciar la contínua labor de sabotaje marroquí a la organización del referéndum, ha evitado librar a Rabat de toda culpa. (Ver El misterio de los cascos azules en el Sáhara Occidental por Ana Camacho)-
Los efectos de la resolución 1813 van, sin embargo, más allá de las arenas del antiguo Sáhara español. Así lo señaló el embajador de Surdáfrica, país al que correspondía la presidencia del Consejo en el momento de aprobarse la resolución, y que intentó oponerse a la inclusión de ese malévolo realismo. «Se introduce la palabra realismo, que no está definida en ningún sitio, pero lo que parece que aquí se dice es que si eres débil, tienes que aceptar», dijo Kumasi Dumalo, al subrayar que el caso saharaui podría convertirse en un peligroso precedente para otros conflictos como el israel-palestino.
No es el único mal sabor que ha dejado la resolución 1813 redactada y presentada por España, EE. UU., Francia y Rusia en calidad de miembros del supuesto grupo de países amigos del Sáhara. Su proceso de gestación ha provocado una división entre los miembros del Consejo que ha enfrentado a representantes de estados pequeños (en cuanto a peso específico) frente a los grandes miembros con asiento permanente. El cómo la resolución fue sometida a los miembros no permanentes como un paquete cerrado para el que no había posibilidad de enmienda, arrastra para los que intentaron ponerse del lado del débil una triste moraleja.
Frente a la introducción del realismo, apoyada por EE .UU., y Francia, nada pudo la oposición de los países favorables al Polisario. Sudáfrica, Panamá y Costa Rica ni siquiera lograron amortiguar el golpe con un vano intento de añadir a la iniciativa una coletilla que confirmase que las previsibles concesiones debían hacerse en el marco del derecho internacional. Los intentos del embajador costarricense por introducir una referencia a los derechos humanos que perjudicaba a Marruecos, también rebotó sobre los escudos protectores desplegados por las dos grandes potencias amigas de Rabat.
Los representantes saharauis se enfrentan a un combate desigual. Por un lado, EE. UU., y Francia apoyando a Marruecos, y ellos, privados del que debería ser su principal valedor, España, que insiste en limitar su papel en la cuestión al de correveidile de la diplomacia gala, aunque sea en contra de sus propios intereses. Ni siquiera el bofetón que Sarkozy acaba de propinarle a España, al declarar oficialmente difunto el Proceso de Barcelona, parece que va a lograr hacer reaccionar a los cerebros de esa acción que se escuda en la supuesta contribución al fortalecimiento de Europa para no tomar ninguna iniciativa que ponga en evidencia su aislamiento internacional.
Puede que Moratinos intente disimular la humillación y vendernos que nada tiene que ver el Proceso de Barcelona con el conflicto del Sáhara pero, evidentemente, lo menos que se puede hacer con un estado que hace dejación de sus deberes y responsabilidades (los compromisos que España sigue teniendo por derecho internacional con el pueblo saharaui) en una pieza clave para la estabilidad magrebí, es no contar con él ni siquiera como florero que era para lo que seguía sirviendo la ficción del Proceso de Barcelona.
En la práctica, el Proceso de Barcelona lleva ya un buen rato extinguido pero, al menos, el ministro Moratinos podía seguir exhibiéndolo como un importante activo de la política española en el Norte de África y de la estrecha colaboración hispano-francesa en el Magreb. El planteamiento de la primera cumbre de la Unión del Mediterráneo en París el próximo 13 de julio, deja bien claro quién lleva las riendas de esa «colaboración entre los pueblos» de las dos orillas del Mediterráneo que Sarkozy, tras recibir luz verde de Angela Merkel, pretende que herede en exclusiva su proyecto euromediterráneo.
A los diplomáticos españoles sólo les queda confiar en poder curarse del ridículo con las migajas que Sarkozy tenga a bien pagar la lealtad con la que España ha contribuido, por ejemplo, a la redacción de la resolución 1813 y su inestimable contribución a la introducción del realismo con el que, tras su fracaso internacional con la Alianza de las Civilizaciones, el Gobierno de Zapatero pretende contribuir a una nueva estrategia global pacificadora.
La incógnita, como siempre, es hasta dónde está dispuesta a llegar la solidaridad argelina con el pueblo saharaui. Por el momento, el comentario emitido en Argel ante la nueva resolución del Consejo de Seguridad, evita la polémica haciendo como que no se dan por aludidos por la correosa referencia al realismo para destacar el más positivo de sus párrafos para la causa saharaui, aquel que «exhorta a las partes a que continúen las negociaciones bajo los auspicios del secretario general, de buena fe y sin condiciones previas, teniendo presentes los esfuerzos realizados desde 2006 y los acontecimientos posteriores, con miras a lograr una solución política justa duradera y mutuamente aceptable que permita la libre determinación del pueblo del Sahara occidental en el marco de disposiciones conformes a los principios y propósitos de la Carta de la ONU».
El pase torero contrasta, sin embargo, con la rotundidad con la que tres días antes de aprobarse el texto con el que se prorroga el mandato de la MINURSO sobre el Sáhara, el primer ministro argelino, Abdelaziz Beljadem, reiteró el irrenunciable apoyo a la causa saharaui de su país en el mismísimo Marruecos. Fue con motivo del 50 aniversario del congreso de los partidos del Magreb Árabe en Tánger. Emborrachado quizás por el éxito que sus diplomáticos estaban cosechando en Nueva York y Washington, el ministro de Estado marroquí y dirigente socialista, Mohamed Yazghi, aprovechó la presencia de Beljadem en el encuentro para instar a los dirigentes magrebíes y, en especial al presidente argelino, Abdelaziz Buteflika «a apoyar el proyecto marroquí de autonomía para sacar del impasse actual la cuestión del Sáhara Occidental». El ministro argelino no dudó en responder que su país «siempre ha defendido las causas justas y a los movimientos de liberación» y no se plantea cambiar. Su respuesta fue tan clara y rotunda que la audiencia marroquí se sintió obligada a manifestar su indignación con abucheos y gritos de «Sáhara marroquí».
El inequívoco mensaje argelino a Marruecos y sus aliados no se ha limitado a las declaraciones verbales. Mientras Beljadem respondía a la «provocación» marroquí, en Argel, la celebración de una conferencia internacional culminaba con la creación de un grupo interparlamentario africano de solidaridad con la causa saharaui. La iniciativa es un recordatorio para el rey Mohamed de que todavía tiene una importante asignatura pendiente en la ONU, con la familia de países africanos cuya solidaridad tiende a inclinar el apoyo de la Asamblea General del lado del Frente Polisario. Por ahora, a pesar de sus numerosas giras africanas, los amigos en la zona del rey Mohamed se limitan al menguante grupo de gobiernos incondicionales de Francia.
N. de la R.
Este artículo se publica gracias a la gentileza de la autora y del GEES (Grupo de Estudios Estratégicos)