Sáhara Occidental
Antonio de Torre (26/10/2010)desierto-del-sahara
Cada vez que veo el justo empecinamiento de los saharauis por recobrar su tierra me viene a la cabeza la vieja sentencia «el desierto no se mueve», con la que responden cada vez que intentamos meterles prisa y explicarnos esto con nuestras mentes apresuradas de occidente.

Esta vez, ellos sí se han movido, unos veinte kilómetros más allá -o más acá, lo mismo da-, de El Aaiún. Se sienten mucho mejor rodeados de la dureza de la arena que agobiados a diario por los invasores. El campamento Gdeim Izik se va a convertir en otro símbolo de esta larga pesadilla, y ya van demasiados iconos. Varios miles de haimas se agolpan para darse cobijo y sentirse aún más unidos frente al opresor.

A lo lejos se ven llegar los refuerzos. Los valientes soldados del rey moro no saben ni cómo actuar. Su jefe tiene costumbre de dar órdenes directas, pues no se fía ni de sus generales. Así le va a su pueblo sometido.

De este lado, las cámaras de los móviles de primera generación, usadas en otras latitudes para jugar, son testigos incontestables, sin montajes ni sofisticación tecnológica. Otra vez la red de redes. Cada grupo que se acerca, ya sea a pie o a lomos de algún destartalado cuatro por cuatro, es evidente desde el horizonte. Hay tiempo de sobra para evitar sorpresas. Sin embargo, en un ejercicio de dudoso celo profesional, unos soldados del rey temeroso, hermano del nuestro, abren fuego contra el vehículo.

«Oímos una bala, y nos tenían dicho que tirásemos a matar, en defensa propia», se justificó el soldado ante el superior, «eran muy peligrosos, llevaban el coche lleno de armas, se veía claramente, a pesar del polvo», dijo un segundo, «sí, además iba con ellos el peligroso delincuente adolescente que estábamos buscando, había que actuar rápidamente y sin contemplaciones, mi capitán». En este dramático juego de explicaciones, la otrora hábil diplomacia del sultán se contradice con cada versión.

Hay que actuar con rapidez y falla la máquina de crear mentiras para el consumo diplomático. «¡Que no se asomen los periodistas, eso sí que no!», gritaba su majestad a sus generales. «Hay alguno ya montado en el avión», le recordaban desde palacio. «Que se baje, que tenemos mucho lío burocrático, y tampoco hace falta explicarlo todo. Que alguien llame a doña Trinidad, vaya nombre, por Alá, que se tragará lo que digamos, espero que se parezca al otro ministro, el llorón, que ya ni me acuerdo de su nombre».

antonio-de-torrePor su parte, la familia de Elgarhi ni siquiera ha podido ver el cadáver del nuevo mártir de esta Intifada de décadas. La policía ha llamado a su padre para informarle de que su hijo ha muerto, que ya había sido enterrado y que no podrá verlo más. Lo han sepultado a hurtadillas, para evitar un entierro multitudinario, con protestas. Sólo Alá sabe qué más podría pasar.

Mientras, el sitio se hace más agobiante, pero se respira «libertad», dicen los organizadores.

El nuevo muro que han construido los marroquíes, dentro del otro, no podrá jamás sitiar la voluntad de este pueblo luchador, pero paciente, mientras los saharauis ocupen un sitio firme en nuestras conciencias.