Internacional
José Manuel G. Torga  (Enviado especial)torga-en-indonesia
(5/12/2009)
En esta región del mundo, la mar posee una auténtica constelación de islas, que desbordan los límites de sus naciones.

Dejamos Indonesia y, al borde de los archipiélagos, llegamos a Singapur, una pequeña isla, que tiene comunicación con la península malaya por dos puentes; pero, a su vez, Singapur cuenta con su propio archipiélago, que le añade otras sesenta y cuatro islitas.

Entre Bali y Singapur el contraste es grande. Esta última posee traza de ciudad inglesa en el mundo asiático, al pie del ecuador. Combina rascacielos de diseño elegante, con zonas verdes; y encierra barrios, como el chino o el hindú, con un tipismo  cuidado, al menos a la vista de un recorrido turístico.

Las altas moles de cemento, cristal y otros materiales de la arquitectura más avanzada, nada tienen que ver con las zonas turísticas de Bali, donde la altura de los cocoteros ponía límite a la de las edificaciones.

La prosperidad de los pequeños
Singapur, como puerto y mercado internacional, posee la prosperidad que caracteriza a otros enclaves orientales y, en Occidente, a territorios exiguos como Luxemburgo, Liechtenstein, Mónaco o Andorra. Sin embargo, la población singapurense ronda los 5 millones, con una densidad próxima a los 7.000 habitantes por Km².

Hay una lucha titánica de Singapur por ampliar su territorio, ganando espacio al mar. Primero, desmontaron sus colinas  para tal fin. Luego, han comprado y transportado tierra, piedra y arena de costas vecinas, de otras nacionalidades. Los ecologistas muestran su oposición y el asunto cada vez resulta más difícil por las prohibiciones establecidas. No obstante, la isla de Singapur  ya amplió su superficie en treinta y tantos Km²; un pico fue para el aeropuerto de Changi. Con ese esfuerzo telúrico,  Singapur se ha ganado el calificativo de la isla creciente.

Antigua costa de pescadores y piratas
La moderna historia de la República de Singapur, como nación independiente, todavía no ha cumplido los 45 años.

En el primer cuarto del siglo XsingapurrIX, fundó la plaza de Singapore, el británico Thomas Stamford Raffles; quedaba atrás un pasado de costa con pescadores y piratas.

Está considerado como padre de la Patria, Lee Kuan Yew, primer ministro durante muchos años. Siempre ha gobernado la misma  formación política -el Partido de Acción Popular- y la oposición sólo logra una representación simbólica en el Parlamento. La democracia, por lo tanto, resulta muy relativa; pero hay orden. Y alguna opinión recogida, indica que se combate la corrupción.

Cuatro idiomas comparten la consideración de oficiales: el inglés -hablado por muchos en un degradado singlish–  el malayo, el chino mandarín y el tamil. La moneda es el dólar de Singapur.

Una noria de alto porte, que rota lentamente y tiene parada arriba, permite a los grupos de visitantes contemplar  unas excelentes perspectivas de la urbe,  si la lluvia torrencial no pone dificultades en ciertos momentos.

En la reducida  isla de Sentosa, accesible en autobús a través de un puente, está en construcción un amplio parque temático.

Crónicas que parecen adivinatorias
Cualquier lector de crónicas de viajes, merecedoras del calificativo de clásicas, encontrará, sin duda,  sorprendente, cuanto anticipa Blasco Ibáñez sobre Singapur, en una obra publicada en los años 20 del siglo XX.

Sólo necesitamos aplicar la consideración de que, por entonces, los elementos cuantitativos contaban, lógicamente, a escala reducida, vistos desde el presente. La evolución creciente abarca, como es natural, una amplia gama de facetas.

«Paseando por las calles de Sblasco-ibanezingapore -escribía el célebre periodista y novelista, de su periplo alrededor del mundo- aprecia el viajero su valor comercial y estratégico…Hoy tiene  más de 300.000 habitantes y es una ciudad con barrios modernos y edificios altísimos».

Creeríamos que seguía haciendo prospectiva al constatar que «Singapore  está en pleno boom, como los otros mercados del Extremo Oriente». Por aquellas calendas el motor del enriquecimiento era el caucho.

Sastrería contra reloj
Hace poco, cuando preparaba el viaje a Singapur, algunos amigos me comentaron la destreza, rapidez y competitividad en precio, de sastres que allí trabajan de cara, sobre todo, a los turistas que pasan. En efecto, sobre el terreno, he podido comprobar sus tentadoras ofertas.

El asunto no es nuevo ni mucho menos. El mismo Blasco Ibáñez necesitó allí un esmoquin blanco, para utilizarlo en el plazo perentorio de cuatro horas. Visitó a un sastre chino, en una tienda próxima al hotel donde se alojaba; el alfayate propone hacerle cuatro trajes, ya que,  a partir del primero, todo queda simplificado, y además, como allí se suda mucho, por el clima caluroso y húmedo, conviene disponer de un armario surtido.

«Si me da un traje suyo -transcribe Blasco Ibáñezcomo modelo, le haré los cuatro en una hora; si es por medida, pido dos horas». Era la propuesta relámpago del sastre.

Deja el escritor español y cosmopolita que le tomen las medidas y se va, a continuación, muy desconfiado. Luego, dentro del horario prometido, los cuatro trajes, están a su disposición, «sin singapurdefecto alguno, igual a todos los que usan  los elegantes del Singapore». Ahora no es tan fácil lograr un plazo tan breve; pero sí en el mismo día, o en 24 horas.

Es bueno recurrir a veces a maestros de la crónica de viajes, como Blasco Ibáñez o «Augusto Assía«, de algunos años después. Los dos dieron la vuelta al mundo y nos dejaron retazos de unas realidades que, en parte, desaparecieron y, en parte,  siguen. Ellos facilitan que percibamos la continuidad y, también, el contraste.