España
Antonio G. Gator
El Coyote  (3/11/2006)baltasar-garzon
Baltasar Garzón, juez de la Audiencia Nacional, puso sus manos, que asoman de las mangas adornadas con puñetas, y no quiere soltar la presa: peritos de la Policía en el caso del ácido bórico.

Según denuncia de los peritos Manuel Escribano e Isabel López Cidad, el juez más dado al vedetismo que recuerdan las crónicas de Tribunales, continúa las indagaciones después de haber proclamado la instancia pertinente que el entrometido juzgador no era competente en el asunto.

¿Quién puede convencer a Garzón de que no sea competente para algo? Su larga mano -con las propias puñetas- llegó a Londres y no soltó a Pinochet tampoco en Chile. Mientras Juan Español acude a comisarías de Policía y cuartelillos de la Guardia Civil para poner a la cola su denuncia, con dosis letales de escepticismo, nuestros jueces «vedettes» se van a Guatemala, al Tibet… Si al menos fuera en régimen de intercambio con jueces chilenos, guatemaltecos o tibetanos, aquí la Administración de Justicia avanzaría algo más rápidamente.

Garzón tiene fama de instruir mal sus sumarios. No hay mal que por bien no venga; así será más fácil «desfacer sus entuertos». Por desgracia, no obstante, algunos descuidos no tienen remedio, como las cintas grabadas y dejadas de lado con posibles datos anticipadores cara al 11-M. Trágicamente tenían fecha de caducidad.

Mientras, él estará en Nueva York, México, Bolivia, Ecuador o Perú, arreglando el mundo o buscando, según testimonios, un abrigo de pelo de llama. En Colombia, con los indígenas, o vaya usted a saber.

En tiempos daba clases de Derecho en una Universidad privada, a la que acudía escoltado por su guardaespaldas, dándose más importancia que si fuera la diosa de la Justicia, con balanza y todo.

Con las grabaciones, tal vez reveladoras, más olvidadas que el arpa becqueriana, «del salón en el ángulo oscuro», Garzón madrugó para estar presente en el escenario del 11-M. ¿También quería atraer a su juzgado el terrible atentado? Le sobra tiempo para moverse de acá para allá y le falta para estar a lo suyo. Zapatero, ¡perdón, Garzón!, a tus zapatos.

Juez universal
Garzón
aspira a ser juez universal. Pero también profesor, conferenciante y – según las etapas- diputado, secretario de Estado, ministro o biministro, perseguidor/seguidor/perseguidor de X (X=Barrionuevo x chivo expiatorio).

¿Cómo indagar algo más sobre Garzón?  Desde luego, el libro de Pilar Urbano no nos vale. La periodista del Opus Dei hace una hagiografía cual si se tratara de un nuevo Escrivá (Escriba) de Balaguer (segundo apellido inventado). También el fundador de la Obra por excelencia tenía mucho de fantasma. Subió a los altares por obra y gracia de haber compensado sus numerarios los números rojos dejados por el arzobispo-banquero Marzinkus.

El apellido Garzón resulta rico en sugerencias. Aunque para el caso concreto viene de Jaén, su ascendencia terminológica es francesa: «garçon» que, con sus correspondientes modificativos, adquiere significaciones diferentes: «garçon de café» (camarero): «garçon épicier» (hortera)…Como aquí no se trata de insultar ¿cómo le sentaría a Garzón que le llamáramos, simplemente como al camarero?

Bueno, Garzón también significa, sin más: joven, mancebo o mozo. En el cuerpo de la Guardia de Corps era el ayudante a través del cual el capitán comunicaba sus órdenes. Muy poco para nuestro Garzón, salvo que sirviera para llegar, como Godoy, a Príncipe de la Paz. Ahora con el supuesto proceso zapateril, podría estar en camino. Así se explica su cambio de actitud hacia ETA.

Nueva fijación
Su fijación por el momento la ha transferido hacia los islamistas. Tiene lógica. Ha debido consultar el diccionario de la RAE donde figura otra acepción; menos mal que está en desuso; pero recuerda que garzón (con minúscula), «entre los antiguos musulmanes, sodomita (que comete sodomía)». A ver si alguien -por la reacción- va a pensar en la homofobia. Aquí si no te pillan por un lado te pillan por el otro.

A nuestro personaje, con sus aficiones viajeras, seguro que no le resultan lejanas las acepciones colombiana -¡faltaría más!, ni venezolana. Veamos: garzón (del aumentativo de garza): ave- lo es, dirían algunos -de cabeza sin pluma- ¿sólo? -pico muy largo- ¡y tanto! -collar rojo- bueno eso ya ni Alfonso Guerra– alas negras -alas le han dado muchas, pero el negro ¿no será el de la toga?- y vientre blanco; estómago está claro que tiene; pero del vientre, mientras no aparezca en «Mira quien baila», la mayoría de los españoles no saben nada. Ni quieren saber, suponemos.

Entre unas cosas y otras, Garzón ha fabricado una especie de monstruo. Es como el «Deus ex machina», un Dios teatral que figuraba en las antiguas obras de teatro y que bajaba de las alturas a la escena mediante el mecanismo diseñado al efecto.

Garzón tan dado al protagonismo, en el caso de los peritos de la Policía, no se resigna a hacer mutis por el foro; se salta las acotaciones del libreto, las indicaciones del director de escena, y sus parlamentos son auténticas morcillas sin ton ni son. No extrañaría un sonoro pateo por parte del respetable, al que tan poco se respeta.