espacioseuropeos.com (11/6/2008)
El diario El Mundo publica hoy una carta de Ángeles Pedraza. Quizás el nombre no les diga nada, pero sólo con leer los primeros renglones de esta misiva, dirigida a toda la sociedad, recuperen la memoria y se estremezcan.
Ángeles Pedraza comienza así su carta: «Mi nombre es Ángeles Pedraza. Cuando el 11 de marzo de 2004 llegué a casa al final del que sin duda ha sido el peor día de mi vida, sólo pude sentarme y escribir en el ordenador: «Han matado a mi hija y no sé qué hacer». Cuatro años después y sigo sin saber quién decidió que la vida de mi hija Miryam terminara aquella mañana maldita junto con la de otras 190 personas».
Ángeles Pedraza se siente decepcionada, según ella misma dice, y «en ocasiones hasta asco por muchos políticos». Su frustración y amargura nos las transmite de esta forma: «Esperaba un grito preguntando ‘¿Quién ha sido?’ por cada calle, por cada plaza. Y sólo he encontrado el silencio. El silencio y mi desesperación».
La decepción y desesperanza después del macro juicio del 11-M ha sido evidente: «Yo tenía puesta mi fe en el sistema judicial. Pensaba que, para honrar la memoria de todas las personas inocentes asesinadas y heridas el 11 de marzo de 2004, todos los engranajes del Estado se pondrían en marcha. Que los culpables de idear y ejecutar aquella monstruosidad quedarían al menos apartados del resto de la sociedad, que responderían por lo que hicieron». Lo más lamentable, lo más desgarrador, es su respuesta a esa pregunta: «Pero no ha sido así».
Ángeles Pedraza sigue sin encontrar una respuesta a tamaña bestialidad: «la sentencia del juicio celebrado hasta la fecha desecha la autoría intelectual propuesta por la Fiscalía. Es decir, que no sabemos quién fue». Tampoco sabemos quiénes arrebataron tantas vidas: «Quién arrebató tantas vidas y sembró tanto dolor en aquellas estaciones de tren. Porque para mí, es tanto o más culpable el que idea los asesinatos que el que los ejecuta».
Ángeles Pedraza, como otros muchos, se sigue preguntando, «¿Quién ha sido?’ por cada calle, por cada plaza. Y sólo he encontrado el silencio. El silencio y mi desesperación. ¿Es posible que la sociedad española, que todos vosotros, los que estáis leyendo estas líneas, os resignéis a no conocer al culpable? ¿Es posible que quien ideara la muerte de Miryam pueda en el futuro sentar en sus rodillas a unos nietos que yo, porque él lo quiso así, ya no tendré?»