Daniel del Campo (9/6/2008)
Los planteamientos de José Luís Rodríguez Zapatero, que llevan hacia una España federal o confederal, considerados por muchos como una peligrosa frivolidad, no son, desde luego, nada originales.
Sin remontarnos a Pí Margall, el problema figura claramente plasmado en las «Memorias políticas» de Federico Silva Muñoz, calificado en el franquismo de «Ministro eficacia».
Era un abogado del Estado y letrado del Consejo de Estado, de adscripción demócrata-cristiana, que, en la reunión del Consejo del Reino que eligió la terna para que el rey Juan Carlos designara al jefe del Gobierno, superó en votos a Adolfo Suárez y a Gregorio López Bravo. El monarca, sin embargo, prefirió a Suárez, el menos votado de los tres.
Silva narra en sus memorias cómo, en septiembre de 1975, un par de meses antes de la muerte de Franco, asistió a unas reuniones del CSU, en Munich. Allí, el secretario general adjunto de la Mundial Democristiana, Mr. Hann, le abordó para un contacto que Silva evocaba así:
«Hablamos largamente. Su proposición en concreto fue la siguiente: Había que hacer una democracia cristiana única en España; había que fusionar los siete grupos que se atribuían el nombre de demócratas cristianos; estaba dispuesto él a cerrar aquella operación, pero ello exigía una condición por mi parte. Esa condición era que yo admitiera el Estado federal; que el Estado español fuera una federación de estados entre los que estuvieran Euzkadi y el Estat Català. Me negué en rotundo a aceptarlo».
Ante tal negativa, Silva quedaba descartado para liderar a los democristianos españoles.
Por otro lado resulta bastante sorprendente la siguiente acotación que hace Federico Silva sobre aquel alto cargo de la Mundial Democristiana (Mr. Hann): «Según me informaron era judío, no sé si israelita o no». ¡Averígüelo Vargas!.