Adrián Mac Liman (22/7/2008)
HAY QUE ACABAR CON EL PODERÍO MILITAR IRANÍ. Éste ha sido, desde mediados de la década de los noventa, el objetivo de los sucesivos gobiernos israelíes en relación a los avances del programa nuclear llevado a cabo por los científicos persas.

La mayoría de los gobiernos israelíes han exigido a Washington acciones militares concretas y contundentes contra la red de laboratorios iraníes, alegando el peligro del nacimiento de una nueva potencia atómica en la ya de por sí convulsa región de Oriente Medio.

CONSECUENCIAS DESASTROSAS
La preocupación de los políticos israelíes se reflejó claramente en las gestiones realizadas en los primeros meses. «El bombardeo de Osirak no generó protestas internacionales; medios y opinión pública occidentales acogieron la noticia con incredulidad» de 2003 por el entonces primer ministro, Ariel Sharon, quién llegó a pedir a los neoconservadores -que tenían acceso directo al Despacho Oval de la Casa Blanca- que contemplen la posibilidad de un ataque aéreo contra las instalaciones iraníes. Tras haber evaluado cuidadosamente las ventajes y los inconvenientes del operativo, el Estado Mayor de la Fuerza Aérea de Estados Unidos desaconsejó la intervención, alegando que la misma podría tener consecuencias desastrosas para el conjunto de los países de la región.

Pero la cosa no quedó ahí. Israel ideó su propio plan de intervención, reclamando el apoyo estratégico de Washington. Pero la iniciativa no obtuvo el aval de la Casa Blanca.

«En los 90, la estrategia de Israel iba más allá: se trataba de apoyar los cambios de los regimenes de Irak, Irán y Siria, en pro de un nuevo mapa socio-político de la región». La preocupación de Israel por el programa atómico iraní viene de más atrás. Hace tres lustros, los estrategas israelíes detectaron los primeros indicios de un incipiente proyecto de investigación nuclear en el país persa. La reacción primitiva del establishment castrense fue muy parecida a la que desembocó, en 1981, en la destrucción del reactor iraquí Osirak, centro de investigación atómica financiado en su momento por Francia que, según los militares, podría haberse convertido en una seria amenaza estratégica para Israel.

El bombardeo de Osirak no generó protestas a escala internacional; al contrario, los medios de comunicación y la opinión pública occidentales acogieron la noticia con cierta incredulidad. En aquel entonces, parecía inconcebible que la aviación de un Estado atacará las instalaciones de otro país.

LA RADICALIZACIÓN DEL GOBIERNO PERSA
A mediados de la década de los noventa, los planes estratégicos de Israel no se limitaban a la eliminación del peligro potencial que supone un Irán dotado con armas nucleares. Su proyecto estratégico era más ambicioso. «La victoria electoral de Ajmadineyad, jomeinista fanático y exponente del nuevo radicalismo islámico, llevó el agua al molino de los conservadores israelíes». Se trataba de apoyar los cambios de los regimenes políticos de Irak, Irán y Siria y de acompañar paralelamente un nuevo mapa socio-político de la región, contando con la creación de nuevos Estados étnicos y religiosos, basados en estructuras tribales.

¿Un paso atrás? Por supuesto. Pero un paso atrás que hubiese facilitado en control remoto de esos Estados por potencias regionales, como por ejemplo Israel y Turquía o mundiales, como Estados Unidos. El proyecto, extremadamente complejo y peligroso, quedó totalmente descartado por la cúpula militar estadounidense tras la guerra de Afganistán.

Diez meses antes de la invasión de Irak, Washington y Tel Aviv resucitaron el tema iraní. «Hoy las Cancillerías occidentales parecen más propensas a dar luz verde a una ofensiva militar». Esta vez, el peligro parecía más real. A la hipotética amenaza nuclear se sumaba la radicalización de la clase política persa, el desembarco en la vida pública de la nueva generación de militantes islámicos, más afines al ideario de Jomeini, quien preconizaba, allá por los años setenta, la destrucción de Israel y la utilización del arma del petróleo contra Occidente.

La victoria electoral de Mahmud Ajmadineyad, jomeinista fanático y exponente de la nueva ola de radicalismo islámico, llevó el agua al molino de los conservadores israelíes persuadidos de la necesidad de borrar del mapa el peligro nuclear iraní.

EUROPA MÁS MODERADA
A esta postura se sumaron los conservadores estadounidenses, quienes exigieron a su vez medidas contundentes contra Teherán. Europa, que parecía haberse acostumbrado a ir a la zaga del aliado transatlántico, adoptó en esta ocasión una postura más moderada. «Una guerra entre Israel e Irán podría provocar entre 16 y 28 millones de víctimas iraníes y 800.000 bajas israelíes en tres semanas». El fracaso de los operativos bélicos de Afganistán e Irak obligaban a los políticos del Viejo Continente a actuar con prudencia. Los europeos trataron por todos los medios de frenar los impulsos bélicos estadounidenses y de apreciar en su justo valor las declaraciones de los políticos israelíes.

En los últimos meses, las potencias occidentales llegaron, sin embargo, a la conclusión de que la amenaza nuclear iraní podría materializarse en un plazo de dos a tres años. ¿Indicios reales? ¿Resultado de una maquiavélica campaña de intoxicación?

Poco importa. El hecho es que hoy en día las Cancillerías occidentales parecen más propensas a dar luz verde a una ofensiva militar.

EL HORROR NUCLEAR
Anthony Cordesman, miembro del equipo de investigadores del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales de Washington. «Israel trataría de conservar armamento para posibles ofensivas contra sus enemigos», estima que una guerra entre Israel e Irán podría provocar la desaparición de alrededor de 16 a 28 millones de iraníes en un plazo de tres semanas. Paralelamente, las bajas israelíes ascenderían a 800.000 personas.

Se cree que los iraníes -que difícilmente podrán disponer de más de una treintena de ojivas nucleares en 2010- escogerían como objetivo prioritario las ciudades de Tel Aviv o Haifa, mientras que los israelíes procurarían centrar sus ataques contra las instalaciones nucleares persas y contra las principales ciudades iraníes, Teherán, Isfahan, Tabriz, Shiraz, Quon y Ahwaz.

Israel, que dispone actualmente de más de 200 cabezas nucleares, trataría de conservar armamento para posibles ofensivas contra sus vecinos -Egipto y Siria-, o contra algunos Estados del Golfo Pérsico.

Actualmente, los consejeros de la Casa Blanca prefieren centrar su interés en las consecuencias de una campaña internacional concertada contra el régimen islámico de Irán, que podría desembocar en el posible abandono del programa nuclear persa. En el caso contrario, los más pesimistas estiman que Bush podría caer en la tentación de aprovechar sus últimas semanas en la Casa Blanca para lanzar una ofensiva militar contra los rebeldes persas. Un operativo desaconsejado por el Pentágono, cuyos estrategas no confían en la eficacia de una opción militar.

N. de la R.
Adrián Mac Liman es analista político y consultor internacional. Fue corresponsal de El País en Estados Unidos y trabajó para medios de comunicación internacionales (ANSA, AMEX, Gráfica). Ha sido colaborador habitual de Informaciones y de la revista Cambio 16, corresponsal de guerra en Chipre (1974), testigo de la caída del Sha de Irán (1978) y enviado especial de La Vanguardia durante la invasión del Líbano (1982).  En la actualidad está integrado en el Grupo de Estudios Mediterráneos de La Sorbona.