Ricardo Angoso (22/10/2008)
NADA MÁS COMENZÓ a atisbarse la reciente crisis económica internacional, las señales de alarma se encendieron en el m

odelo español. Aumentó el desempleo, la inflación, la economía en general se desacel

eró, bajo el índice de ocupación turística, el sector estrella

 de la economía española, la construcción, paró en seco y los precios del mercado inm

obiliario comenzaron a caer sin remisión.

«Somos un país escasamente industrial, donde se produce poco, caro y mal, con una grave dependencia del exterior en materias primas». Un país que ha basado durante años su crecimiento económico a costa del sector inmobiliario, con altos dosis de desregulación, especulación desmedida y un sistema bancario que ha hiperhipotecado por encima de sus posibilidades a casi todo el país, era lógico que -en una coyuntura como la que estamos viviendo- padeciera los primeros síntomas de la crisis.

Se derrumbó como un castillo de naipes y la hecatombe, como se verá en los próximos meses, no ha hecho más que comenzar; tantos años de errores y desatinos no se arreglan con los fantasmagóricos planes quinquenales europeos y norteamericanos. Pero que se creen, ¿que están en la época idealista de Lenin y su fracasada nueva política económica para la URSS?

EN ESPAÑA SE TRABAJA POCO… ¿Y MAL?

A este paisaje tan adverso y negativo, con sus fatales secuelas en todos los sectores, pues la desaceleración económica del país cortocircuitó la estructura económica, hay que unir las características propias de un modelo obsoleto, infuncional y tercermundista de crecimiento. «Aparte de que se trabaja poco, cuando se hace, se hace mal. Los productos españoles son mucho más caros que

los del resto de Europa». Somos un país escasamente industrial, donde se produce poco, caro y mal, con una grave dependencia del exterior en materias primas y una mano de obra altamente costosa para los escasos rendimientos que produce, sobre todo si se compara con los nuevos mercados emergentes y las vigorosas economías asiáticas. España no puede ni tiene capacidad para competir con los nuevos mercados, está fuera de juego.

Y muchos de estos defectos estructurales tie

nen mucho que ver con la misma idiosincrasia de los españoles y su mal hacer en el trabajo. Interminables vacaciones, puentes, fiestas, navidades, Semana Santa, fiestas locales, resacas, veraneos en cualquier fecha del año y un sinfín de no encubiertas formas de no hacer nada y donde el caso es no trabajar. Nuestro modo de vida, absolutamente improductivo y desde luego nada competitivo en el orden económi

co internacional, debe ser revisado si de veras queremos que nuestro país juegue en las grandes ligas y sea un país de primera. Otra cosa será si queremos resignarnos y ser una economía de cuarta en un mundo globalizado donde nuestro desorden vital y económico nos hará merecedores de un triste destino. «La apuesta turística se ha caracterizado en los últimos años por su tercermundismo, masificación, baja calidad y altos precios».

Aparte de que se trabaja poco, cuando se hace, se hace mal. Los productos españoles son mucho más caros que los del resto de Europa, nuestros vinos ya no son competitivos; si uno visita un supermercado inglés podrá contemplar como los vinos griegos, búlgaros y rumanos son más baratos y de una calidad aceptable. Lo mismo pasa con otros productos. Por no hablar de nuestros precios en bares, restaurantes y hoteles, que ya casi son los más caros de Europa -si exceptuamos Francia y el Reino Unido- y que ha convertido a nuestro sector servicios, antaño buque insignia de la economía española, en caro, poco riguroso en su transparencia y nada competitivo, cuando en todo el co

ntinente y fuera emergen mercados turísticos mucho más dinámicos, baratos y ágiles en su marketing y desarrollo. La apuesta turística española se ha caracterizado en los últimos años por su tercermundismo, masificación evidente, paquetes de baja calidad y altos precios, ¿quién da menos y peor por más precio?

ESCASA COMPETITIVIDAD
Luego está el asunto especulativo, el motor de una economía que basó su crecimiento en una burbuja inmobiliaria que ahora se está revelando como su talón de Aquiles. «Después de esta gravísima y aguda crisis en el sistema capitalista internacional las cosas no volverán a ser las mismas» y como la demostración evidente de que, haber apostado durante años a dicha fórmula, provocó las actuales conmociones, fruto de la inconsistencia de un modelo ya obsoleto y no ceñido a un esquema de crecimiento moderno y dinámico. Es cierto que todos lo

s actores implicados -banca, particulares, meros especuladores, tasadores, incluso la Administración- participaban del mismo y contribuían a que la burbuja se inflara, pero no es menos cierto que este crecimiento económico, inflado por unas cifras oficiales siempre deseosas de ofrecer lo mejor de nuestra economía aunque ésta no marche por el buen camino, benefició a un sector muy reducido de la sociedad y a la larga, tal como se está viendo con el aumento en el índice de morosidad, generará tensiones sociales y serios problemas a los deudores de unas hipotecas que no dejaron de crecer en los últimos años.

«El grado de endeudamiento de España ha sido elevadísimo. Habrá que cambiar normas y criterios, dotando al sistema financiero de mayor racionalidad y objetividad». Entonces, y apelando al viejo interrogante leninista, ¿qué hacer en las circunstancias actuales? Está claro que después de esta gravísima y aguda crisis en el sistema capitalista internacional las cosas no volverán a s

er las mismas de que lo eran antes, lo cual también atañe a España. Hará falta un cambio en el mundo bancario que afecte a sus estructuras, a su modus operandi y a la forma en que realizan sus operaciones crediticias, pues la crisis revela su debilidad estructural e incluso su desbordante irresponsabilidad, por llamarlo de alguna forma. El grado de endeudamiento de España, a este respecto, ha sido elevadísimo y habrá que cambiar las normas y los criterios, dotando al sistema financiero de una mayor racionalidad y objetividad. También habrá que hacer un esfuerzo serio y razonable, sin contar con unos sindicatos obsoletos y funcionarizados, por llevar a cabo una reforma laboral que permita convertir a la mano de obra española en más competitiva, con un menor coste salarial, más trabajadora y productiva, algo que ahora no lo es por mucho que algunos se autojustifiquen en autocomplacientes sofismas sobre su supuesto grado de laboriosidad.

UNA NUEVA CULTURA DE TRABAJO
Finalmente, y a modo de resumen, será necesario implementar una nueva cultura de trabajo, una cultura que se labre desde la educación, que trate de generar un espíritu

de eficiencia, responsabilidad colectiva en la empresa -basta ya de ese burdo esquema premarxista de amos y esclavos- y una apuesta a largo plazo por convertir a España en una potencia en el orden internacional, lo que implicará, desde luego, reformas legislativas, cambios estructurales en nuestro modo de producción y, sobre todo, trabajar más y mejor.

De lo contrario, si seguimos reconstruyendo un modelo obsoleto sobre las ruinas de nuestra infuncionalidad y constatado fracaso, España acabará aceptando su triste destino de ser un país de servicios pobre, situado en la periferia de la estructura económica internacional y alejado de los grandes centros de decisiones, lo que se traducirá, evidentemente, en una merma en nuestra calidad de vida y en el bienestar general. A nosotros nos toca elegir. Es la hora de la autocrítica.

N. de la R.
Ricardo Angoso
es periodista especializado en cuestiones internacionales y coordinador general de la ONG Diálogo Europeo, con sede en Madrid.

Este artículo se publica gracias a la gentileza del autor y de Safe Democracy.

Como es obvio, no todos los artículos que publicamos coinciden con la línea editorial de espacioseuropeos.com, como es el caso del presente. Según nuestra opinión, el autor nomenciona el excesivo beneficio de grandes empresas y entidades bancarias y financieras; tampoco menciona la aportación de una importante mano de obra sin cualificar, mayoritariamente inmigrante. Tampoco estamos de acuerdo en la opinión del autor acerca de que en España no se trabaja. El sector de la hostelería, por ejemplo, es una muestra de lo contrario.