Andrés Soliz Rada (30/3/2009)
El país está dejando atrás los esfuerzos de 183 años, llenos de luces y sombras, por construir un Estado Nacional aún in constituido, para dar paso a un Estado plurinacional, que reconoce a 36 naciones indígenas. Tal reconocimiento no obedece a demandas de la sociedad. Nadie presenció alguna manifestación callejera o concentración campesina en la que se coreara la consigna «Viva las 36 naciones». En la guerra del agua de 2000, la muchedumbre enfrentó en Cochabamba a las fuerzas represivas al grito «El Pueblo Unido Jamás Será Vencido». En la guerra del gas, de 2003, cuyo núcleo fue la ciudad de El Alto y que culminó con la caída del neoliberal Gonzalo Sánchez de Lozada (GSL), se venció bajo la consigna «El Alto de Pie Nunca de Rodillas». En ambos sucesos, la presencia de banderas bolivianas fue abrumadora.
Si alguien hubiera gritado en Cochabamba «Viva los quechuas, abajo los mestizos», o en El Alto «Los Aymaras de Pie, los Cholos de Rodillas», habría sido tomado por loco. La Nueva Constitución Política del Estado (NCPE) es un producto exógeno, oxigenado por millonarios desembolsos de ONGs, las que abonaron la disgregación nacional bajo la excusa de legítimas reivindicaciones culturales (Convenio 169 de la OIT, de 1990 y Resolución de la Asamblea de la ONU de 2008). Las culturas indígenas influyeron fuertemente en la sociedad boliviana. La religión católica abandonó la ortodoxia para acuñar cultos a vírgenes mestizas, la medicina occidental se mezcló con recetas tradicionales, al igual que los mejunjes surgidos en la comida casera. El folklore se enriqueció con creaciones indo mestizas, que combinaron inspiraciones del cholaje con acordes precolombinos.
Las uniones legales y extra legales fortalecieron la porosidad social y lograron que la presencia morena en universidades, cargos públicos, Fuerzas Armadas o Policía se tornara creciente. Esta es la línea que debió profundizarse. Evo Morales ha usado el castellano para erradicar el analfabetismo, lo que demuestra que la casi totalidad de la población boliviana habla este idioma. Las ONG dicen que la justicia comunitaria se mantuvo por la ausencia del Estado en poblaciones aisladas. Lo obvio era garantizar esa presencia en vez de imponer, como ocurre ahora, el desbarajuste de 36 «justicias» contradictorias.
Los defensores del caos aducen que no permitirán que la casta criollo-mestiza, continúe con la opresión de los 500 años. Esta es una dulce melodía para los agentes del poder mundial que esperan apoderarse de los territorios indígenas, la biodiversidad y los recursos naturales que contienen. Similar sentimiento es compartido por terratenientes y separatistas de la «media luna», que exigen convertir a Bolivia en Estado federal bi nacional. Los oligarcas racistas y neoliberales que pululan especialmente en barrios residenciales, que despreciaron a Felipe Quispe y Remedios Loza, a Carlos Palenque y Max Fernández (sus abuelos repudiaron a Isidoro Belzu y Andrés de Santa Cruz y Calahumana), se sienten justificados por el fundamentalismo indígena.
El éxito de separatistas y plurinacionales se asienta en el odio, el caos y el descontrol social. La masacre de campesinos en Pando y la humillación de indígenas en Sucre coexisten con linchamientos impunes, asaltos y cercos al Parlamento, observados por la Policía a prudente distancia. La corrupción alcanza ahora a dirigentes de movimientos sociales empeñados en recaudar fondos para sus organizaciones. La producción de cocaína está en auge. La guerra entre pobres también se acentúa. Cooperativas mineras, formadas por indígenas, son asaltadas por otros indígenas. El odio racial está a flor de piel. El Estado plurinacional avanza incontenible. Pese a todo, se necesita usar los escasos resquicios de la NCPE para seguir buscando la unidad nacional.