Cordura (11/11/2009)agora-1
[Lo que sigue no es exactamente una reseña (cinematográfica) de esta magnífica película de Amenábar. Para eso recomendamos el artículo que pronto aparecerá en La Excepción, a cargo de Guillermo Sánchez Vicente y Juan Fernando Sánchez. Las líneas presentes son, en lo básico, la última parte de aquél.]

Ágora narra la historia de Hipatia, una pensadora y astrónoma que vivió en Alejandría entre los siglos IV y V. Su vida transcurre en un ambiente pagano de la Roma ya decadente, pero en el que ya se experimentaba un fuerte auge de la cristiandad. Debido a las luchas por el poder entre paganos y «cristianos», una turba de estos últimos acaba linchando a esa brillante mujer después de que ella se negase a abandonar sus ideas. Es, pues, una historia (básicamente real) que tiene como meollo la libertad de conciencia, o más bien su aplastamiento.

¿Un mensaje actual?
Aquí nos interesa sobre todo detenernos mínimamente en la aplicación que puede tener Ágora en y para nuestros días. Nuestra pregunta será por tanto: ¿Hay un mensaje, no ya genérico sobre los peligros del fanatismo, sino específico sobre la realidad de éste en nuestros días?

El propio director (y co-guionista) Amenábar ha enfatizado de manera prudente que «los cristianos de hoy en día […] no van dando palos por la calle». Sin embargo, es relevante recordar que ha añadido: «La película claramente lo que condena es a los fanáticos, a los que a día de hoy, y entonces, utilizaban la violencia».

Ese «a día de hoy», pese a la prudencia señalada (necesaria cuando tantas y tan agresivas interpretaciones se han hecho sobre/contra la película), debe necesariamente remitirnos a la actitud de no pocos «cristianos» de nuestros días. Recuérdese que ya Mar adentro sufrió los más ácidos denuestos de los neoinquisidores actuales y de sus corifeos. Y también, la postura laica de su director (visible en Ágora), condenado por ella desde los mismos sectores. Significativo es asimismo el hecho de que, aún más claramente que en su cinta sobre la eutanasia, en la que nos ocupa haya hecho Amenábar una obra de tesis, como acertadamente afirma el crítico evangélico José de Segovia. Por todo ello, pero también a la luz de las tendencias del mundo presente, no podemos sino estar de acuerdo con el diagnóstico de éste en el sentido de que «no hay duda que la Alejandría del siglo IV que nos presenta Amenábar, tiene más que ver con nuestra época actual que con la reconstrucción histórica de unos sucesos transmitidos con el rigor de un documental».

Película molesta para los ‘cristianistas’
Estamos, de hecho, ante un filme actualísimo. Así lo confirman, particularmente, muchas de las propias reacciones al mismo, fácilmente localizables en la Red. Ataques ad hominem contra su director aludiendo a su condición de ateo y homosexual. Acusaciones de incluir «engaños», sobre los que ya hemos dado nuestra opinión más arriba. O, aún con menos contemplaciones, de que la trama es mentira e insulta a los «cristianos». O incluso de «despertar el odio contra los cristianos en nuestra sociedad de hoy». O de reduccionismo («Ágora», dice un comentarista, «se como hacer una película del Real Madrid y llamarla «Alcorcón»», aludiendo así al reciente partido que el primer equipo perdió por goleada frente al segundo (el Real Madrid ha resultado eliminado), de una categoría muy inferior; de este modo, se nos pretende convencer de que -a pesar del largo historial de persecuciones, Cruzadas e Inquisición-, lo que cuenta Ágora es una rara y sorprendente excepción en la historia de la cristiandad, en lugar de una tónica frecuente e incluso habitual, al menos en cuanto al afán de poder que refleja).

Algunos, cegados por el prejuicio, parecen no haber entendido la película, como quien señala: «El hecho de que Hypatia fuera pagana no quiere decir que el paganismo en conjunto sea digno de admiración y el hecho de que Cirilo fuera cristiano no significa que el cristianismo es condenable. Meter en el mismo saco a todo un colectivo, por un acto de ciertas personas, es hacer lo que Hypatia probablemente hubiera condenado». Pero es que Amenábar ni hace una apología del paganismo ni una descalificación global del cristianismo. Según recalca De Segovia en la fuente ya ofrecida, «los paganos y los judíos se presentan como igualmente violentos» (yerra tristemente, sin embargo, al añadir que «la conclusión evidente es que la religión conduce a la intolerancia», cosa que choca con algún pasaje de la propia película, según ya hemos reseñado).

Aún hay alguno que califica la película de «mortalagora-2mente aburrida», mientras, todavía con menos recato, otros se regodean en su supuestamente previsible fracaso comercial: «El batacazo va a ser de aúpa», afirmó osadamente uno en el día del estreno (el cual sería un éxito, corroborado las semanas siguientes por su permanencia en el número uno de las taquillas; al día de hoy, un mes después, sigue proyectándose en numerosísimos cines españoles; otra cosa es que, habida cuenta de ciertos problemas de distribución -p. ej., en Estados Unidos, confirmando de nuevo la intolerancia despertada por la película-, ésta pueda llegar a amortizar su caro presupuesto).

El trasfondo de esas críticas
En suma, estamos hablando de una serie de críticos (respetables, por supuesto) que descalifican Ágora por su carácter presuntamente «anticristiano». Y que lo hacen basándose en que la historia cuenta unos hechos (reales, no se olvide) en los que unos «cristianos» nominales cometieron actos, ésos sí, absolutamente anticristianos. Así es como los cristianistas anteponen su buen nombre (que no el de Cristo, en realidad) a la preocupación por el genuino evangelio y la auténtica praxis cristiana.

En este contexto, merece reseñarse especialmente la posición de la jerarquía española de la Iglesia Católica Romana: «Amenábar recurre al enfrentamiento entre la cosmovisión cristiana y la pagana, en un contexto histórico muy alejado de nuestras coordenadas, para emitir una sentencia histórica: si el paganismo fue luz, el cristianismo no ha sido otra cosa que oscuridad. […] Es un acto más en el combate sectario contra el cristianismo como raíz de nuestra cultura y como experiencia presente, protagonista del debate público».

¿Otros que no han entendido la película? Nos cuesta creerlo. No ya porque los obispos españoles, como refinados políticos que son, acostumbran a hilar fino. Ni siquiera solamente porque el filme, al subrayar el fanatismo y el afán de poder de quienes les precedieron, les señala de modo indirecto a ellos mismos. Sobre todo, porque la cinta, que resulta ambigua para un público mayoritariamente ignorante en materia religiosa, les viene de perlas para seguir adelante con su campaña victimista (ya se sabe: «el programa laicista», «la dictadura del relativismo», etc.).

Téngase en cuenta que son los mismos que llevan años usando agresivamente las ondas de radio y muchos otros medios para enfrentar, como ya hicieran en la II República, a unos españoles contra otros con el pretexto de la libertad religiosa y los valores cristianos. Los mismos que, a través de esos mismos medios, han dado un soporte ultrabelicista a las políticas del Imperio, particularmente desde el 11-S. Los mismos que han venido convocando manifestaciones contra medidas (más o menos aceptables, pero generalmente legítimas) del gobierno con el propósito evidente de doblegar al Estado. Los mismos que hinchan una y otra vez hasta extremos por completo inverosímiles las cifras de asistencia a dichas manifestaciones, revelando así que su afán de ganar es mayor que su amor a la verdad (esencial atributo cristiano). Los mismos, en fin (pero sin agotar el asunto) que instrumentalizan el aborto (crimen reprobable, no hay duda) con el fin de acrecentar sus propias cuotas de poder, mientras reciben con los brazos abiertos en su seno a un abortista (y genocida) impenitente como Tony Blair.

Son éstos, y su legión de seguidores, los que pretenden dar lecciones a Amenábar y a quienes aprecian el buen trabajo de éste en Ágora. Éstos y sus pares u homólogos en otros países, más o menos instalados en posiciones de poder (recuérdese que Bush, Aznar, Obama, Brown, Sarkozy, Merkel… y un largo etcétera se declaran «cristianos» y/o defienden explícitamente una mayor presencia del «cristianismo» en el mundo actual).

El contraste con el Maestro
A diferencia de ellos, en cambio, el humilde Maestro de Nazaret no pretendía imponer nada. Su «Sígueme» era una invitación, apremiante, es cierto, pero nunca coercitiva. Se declaraba «manso y humilde de corazón» (Mateo 11: 28) y a fe que lo era. Él no pretendía ganar a toda costa, como lo prueba el hecho de que clamase llorando contra los inquisidores de su tiempo (ver Mateo 23: 13ss.). Y que, tras una vida de no violencia estricta, acabase colgado de una cruz desde la que, como recuerda Amenábar en su excelente película, perdonó a sus enemigos (ver Lucas 23: 34). Ya lo había anticipado así el profeta cuando, subrayando su mansedumbre, dijo: «Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como un cordero fue llevado al matadero; como una oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, no abrió su boca» (Isaías 53: 7).

Cuando la jerarquía y sus acólitos mediáticos vuelven a enseñar sus dientes contra un presunto «no cristiano», lo que están haciendo es animar a todos sus seguidores, pero también al conjunto de la sociedad, a perseguir y maltratar a todo aquél que no piensa como ellos, en lugar de evangelizarlo. Les están incitando a perder, una vez más, la oportunidad de ser cristianos genuinos. Y, en el fondo, les están invitando a volver a crucificar a Jesús (ver Mateo 25: 41-46).

Conclusiones
Frente a ese espíritu se alza Ágora, película cristiana que, en nuestra modesta opinión, todo seguidor del Maestro debería recibir con alborozo. No en vano es un canto a la libertad de conciencia, al sagrado respeto que merecen los demás piensen lo que piensen, y una denuncia del odio sectario, tarea que debería ser siempre primaria en quienes se reclaman adeptos de la religión del amor (ver 1 Corintios 13).

Concluyendo, cabe decir que, por desgracia, la película que nos ocupa, pese a narrar una historia del pasado, ha resultado ser una profecía que se autocumple. Ciertamente, no lo tenía difícil, pero, ¡qué descorazonador resulta que un filme que denuncia los prejuicios, que nos puede ayudar a meditar e incluso a crecer moralmente, sea utilizada por tantos para seguir alimentando esos mismos prejuicios! Así Ágora deviene para muchos (gracias a Dios, no para todos) una nueva oportunidad desaprovechada, un nuevo clamor desatendido.

En este sentido, al menos en alguna medida, sí se podrá decir que Amenábar ha fracasado. Su narración serena, su enfoque pacífico, su apelación a la reflexión quedan en muchos enturbiados por la ofuscación personal y las directrices de la «Santa Madre Iglesia». No me extrañaría que ese resultado, tan ajeno a su propósito, a Alejandro le suscite alguna tristeza.

Quizá porque, en el fondo, es más cristiano que ellos.

N. de la R.
Este artículo se publica con la autorización de Cordura, el blog de Juan Fernando Sánchez
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