Javier Perote (10/11/2009)
Se ha equivocado la señora Clinton, como la paloma de Rafael Alberti. Se ha ido al norte, a Berlín: «no hay muro que no podamos derribar», ha dicho. Pero se ha equivocado de muro, el muro de Berlín ya no existe. Ha equivocado el rumbo la señora Clinton; es mas abajo, hacia la Cruz del Sur a donde hay que caminar. Dos mil kilómetros de fosos, piedras, alambradas y minas. Bajo el azul del cielo, junto al azul del mar, una gran cicatriz que cobra su peaje en sangre y dolor. A uno y otro lado del muro, envueltos en el fuego, los saharianos cabalgan a lomos del viento sobre los huesos calcinados, en un día que no tiene fin. No hay flores que pisar ni olas que envuelvan los sueños. Vuelan con un temblor de muerte en sus manos, las espadas levantadas y los ojos vendados. Las cadenas herrumbrosas en los muros de las mazmorras. Nada se oye, solo el choque del metal y el zumbido del boomerang en la negrura de la tormenta.
Pero no estamos solos, ya se ven las banderas ,14 veces humilladas, están llegando, 35 veces levantadas. Otra vez el sol nos abrirá su puerta.
La señora Clinton usa casco de acero y calza espuelas de oro en busca de muros que derribar. Pero la señora Clinton no ha visto nada. Lo tenía cerquita, a un tiro de piedra, pero nada vio ni nada oyó. La señora Clinton tiene el hormigón en la cabeza; se ha dejado atrás el muro de los sinvergüenzas.