España
José Manuel G. Torga (2/2/2010)
Es momento para reanudar un diálogo, en el que no hubo solución de continuidad. Sólo ha quedado cortado aquí para tratar de administrar el tiempo de lectura, sin que resulte cargante. Comprobaremos, eso sí, el optimismo que derrochaba Cantarero al creer en posibilidades de entendimiento con el socialismo.
– ¿Qué grupos distinguiría usted entre los falangistas de ahora, a la altura de finales de los 60?
– Fundamentalmente, tres. Los que entienden que el Régimen y el Movimiento han realizado el ideal apetecido. Los que entienden,
irritadamente, todo lo contrario. Y los que entendemos, más serenamente, que el falangismo no debe hacerse ya cuestión del pasado, sino asumir el presente en la fatalidad de su contextura actual, en absoluto de nuestro gusto, y tratar de resolver el futuro en una inteligente y tenaz demanda democrática de corrección y de perfeccionamiento.
– Esos nombres más puros de la Falange histórica, como Hedilla o Ezquer ¿qué significación tienen a sus ojos?
– La de hombres de gran fe, que tratan, o han tratado, de ser consecuentes con el compromiso moral que un día adquirieron. Ahora, el valor político de esa significación depende de que sean o no capaces de entender el presente y el futuro… Hedilla hizo últimamente un notable esfuerzo en ese sentido.
– Vamos a mirar hacia el futuro: ¿con qué otras tendencias ideológicas supone que habrá de entenderse el falangismo…?
– En mi opinión, el falangismo deberá integrarse en lo que, tarde o temprano, habrá de ser la nueva izquierda española. Si en el pasado, y a pesar de las grandes fisuras nacionales, el falangismo de José Antonio y el de Ramiro Ledesma intentó la fusión con el socialismo de Prieto y el sindicalismo de Pestaña, entiendo que hoy esa integración, además de seguir siendo necesaria, es ya decididamente posible. En el presente, los motivos de distanciamiento, originados por la radicalidad beligerante de aquella situación, han desaparecido. Por otra parte, como voy a intentar demostrar en un trabajo de próxima publicación, la actitud crítica del falangismo -o de José Antonio– ante el socialismo y su consecuencia, es casi integralmente coincidente con la crítica -o autocrítica- que un sector profundamente humanista del socialismo había hecho ya en Europa, a principios de siglo.
Las identidades entre la crítica que hace José Antonio y sus formulaciones con la crítica y las formulaciones socialistas humanistas, por ejemplo de Jean Jaures, son sorprendentes… Pero, ¡atención!, el socialismo del pasado, todos los socialismos del pasado, están también precisados de revisión y adecuación al tiempo presente. «Manteniendo en la propaganda los temas oratorios que eran legítimos en 1848 -ha dicho Jeanne Hertz, importante dirigente socialista- se acostumbra a la clase obrera a un auténtico divorcio mental». «Los movimientos socialistas -agregaba también- han mantenido demasiado a menudo una fraseología caída en desuso y exigido una fidelidad independiente de los hechos». Hay que verificar todas las ideologías -y eso soy yo el que lo dice- en el banco de pruebas de la realidad, si se quiere que la ideología sea algo vivo que pueda incidir creadoramente en esa realidad. Lo demás es nostalgia, esterilidad y pérdida de tiempo. Por otra parte, la izquierda del futuro, que ya, en los países desarrollados y hacia dentro, es solo residualmente social, habrá de ser cada vez más cultural, ética y estética. En el orden internacional o universal, ante la actual situación de opresión y despojo que padecen los países del Tercer Mundo, habrá de seguir siendo durante largo tiempo todavía exigentemente social.
– Los ingredientes falangista y socialista ¿cómo se pueden aglutinar?
– Desde luego, por la identidad objetiva de los fines apetecidos hacia el futuro y no, por supuesto, por la evocación de los enfrentamientos del pasado. Por otra parte, en la base doctrinal fundacional del falangismo hay una auténtica mayoría de ingredientes socialistas. Sin embargo, yo no he dicho nunca que los falangistas nos tengamos que hacer socialistas, en el plano nominal y de la formalización política, sino que falangistas y socialistas hemos de coincidir en el universal esfuerzo que las fuerzas éticas de Occidente deben hacer en su ámbito para corregir al neo-capitalismo en la dirección de la gran síntesis del futuro: el socialismo de la libertad.
Nuevas fórmulas
– Es decir, que estaríamos en tránsito hacia una nueva fórmula
– Siempre se está en tránsito hacia una nueva fórmula. Actualmente, y a nivel universal, puesto que a nivel nacional ya no se pude hacer en ninguna parte nada decisivo, la fórmula puede ser esa del «socialismo de la libertad», que integre las aportaciones positivas de Occidente y del Este. Y a eso hay que llamarlo socialismo -cosa que muchos compañeros míos se niegan a admitir- porque esa es la denominación válida, hoy por hoy, en la terminología o lenguaje político universal. No utilizar esa terminología apropiada podría representar para nosotros algo muy grave: que se nos confundiese definitivamente con una corriente totalitaria de derechas…
– En relación con sus ideas sobre la evolución del socialismo ¿cómo ve el caso Dubcek, en la Checoslovaquia comunista, intentando «la primavera de Praga»?
– Como una experiencia que, aunque fallida por ahora, constituye una esperanza. Opino que así como en el Occidente liberal neocapitalista hay que ser socialista para corregir sus excesos liberales, en el Este socialista hay que ser liberales para corregir sus excesos autoritarios. Por eso digo siempre que «lo de izquierdas», progresivo o revolucionario, en Occidente, es ser socialistas, mientras que «lo de izquierdas», progresivo o revolucionario, en el Este, es ser liberales. De tal manera, la izquierda socializante en Occidente y la izquierda liberalizante en el Este, constituyen de alguna manera, y a distancia, la fuerza universal que tiende a realizar en el futuro el «socialismo de la libertad». El caso Dubcek no es más que un ejemplo concreto de la forma en que ese lentísimo proceso se produce…
– Hacia la derecha ¿qué sectores diferencia en España cara al futuro?
– Una corriente centro-derecha, muy positiva por su dimensión y por su actitud moderna, que es, en «estado gaseoso» como todas las tendencias políticas españolas, la democracia-cristiana. Fuera de ésta ya no veo más que a grupos conservadores, más o menos difusamente liberales, y a una derecha extrema, muy radicalizada y minoritaria.
– Una referencia a los tecnócratas. ¿Qué opinión le merecen?
– Constituyen, sin duda, un tipo de hombre imprescindible en la sociedad tecnificada hacia la que avanzamos a gran velocidad. El tecnócrata, complementando al político, es necesario y positivo. Sustituyendo al político, me parece gravemente negativo. Pero ocurre incluso que el político, como tal, tiende también a especializarse y expresarse como un «técnico de la política». La complejísima realidad política moderna excluye todo tipo de improvisación y «amateurismo». El político que no sea capaz de comprender «técnicamente» la realidad dinámica sobre la cual hay que operar hoy, carecerá, cada vez más, de verdadera autonomía y, en vez de gobernar a la realidad, será él el «gobernado» por la misma.
Política de tirios y troyanos
– A su juicio ¿cuál es el nudo gordiano de la problemática política española?
– Para mí, la actitud mágica e irracional con que, en general, se ejercita la actividad política, tanto en la «posición» como en la «oposición». La política en España todavía se plantea y se entiende como una doctrina de salvación transcendente y no, tal cual debe ser en un país de alta estirpe cultural, como un racional quehacer de cotidiana convivencia y de empresa común. Esta «religiosidad» en la «manera» política española de tirios y troyanos conduce al dogmatismo y al sectarismo o a una forma de maniqueísmo en base al cual, unos y otros, creen poseer toda la razón y toda la verdad, entendiendo, a la vez, que sus opositores representan todo el horror y toda la mentira. Quizás esto ha sido o es consecuencia – yo creo que residualmente hoy – de que haya sido España prácticamente la patria de la Contrarreforma. En cualquier caso, el desarrollo y con él la atenuación o desaparición de la disputa económica, y el simultáneo crecimiento cultural, atemperarán y racionalizarán, cada vez más, las actitudes políticas y estimularán el espíritu de respeto mutuo y de mutua tolerancia. No soy de los que creen que España «es diferente», ni de los que profesan ningún tipo de «pesimismo antropológico hispánico»…
La cuestión sucesoria
– El tema sucesorio creo que no debemos eludirlo en este diálogo. Y por lo tanto, pretendo saber cuál es su actitud ante el mismo
– Intento y deseo que sea racional y cívica. Ni yo, ni la mayoría de los hombres de mi procedencia somos ni podremos ser nunca monárquicos. Y ello por una cuestión de principios: creemos que la sociedad debe jerarquizarse, estrictamente, en base a méritos biográficos o personales y no genealógicos o hereditarios. Y la monarquía consagra justamente este último principio, nada menos que a nivel de magistratura nacional suprema. Ahora bien, soy demócrata antes que republicano – que, naturalmente, es lo que tengo que ser en esta materia – y además ciudadano responsable. Plantear hoy el conflicto institucional ni es visible ni rendiría mayor servicio a nuestra Patria. En consecuencia, hay que acatar la legalidad para descartar, de una vez, la subversión y la violencia como método político nacional. Estoy seguro que son muchos los españoles conscientes a los que quizás no agrada la legalidad monárquica, pero que la acatan como mal menor. De todas formas, hasta que no se constituya un «poder popular constituyente», regulando el derecho popular de iniciativa para el referéndum, ese acatamiento entrañará una dura servidumbre de dignidad lesionada y de libertad mutilada, que nos impedirá experimentar la plenitud de una ciudadanía. Sólo cuando, en vía legal, se ofrezcan todas las posibilidades legales para promover o proponer legalmente cualquier modificación legal de la legalidad, valga la redundancia, podrán los españoles aceptar y acatar la institución sin merma alguna de su propia estimación. En cualquier caso, antes que republicano, ya he dicho que soy demócrata y antes que demócrata, soy español. Por tanto, no deseo perversamente que la Monarquía fracase porque su fracaso sería un nuevo fracaso de España. No soy, o no creo ser, ni sectario ni bellaco. Ahora bien, la Monarquía no triunfará de verdad en España si en el futuro, tras un periodo de definitivo «serenamiento» e integración nacional, no es capaz de someter su propia pervivencia a la confirmatoria y decisiva prueba democrática de un inequívoco plebiscito nacional al respecto.
Pluralismo
– Partiendo de los tanteos de asociacionismo que no llegaron a término, a pesar de la probación por el Consejo Nacional en la etapa Solís, y que Fernández Miranda ha sometido a revisión ¿qué perspectiva augura por ahora al pluralismo?
– En esto, tras una etapa de entusiasmo e ilusión, hemos vuelto a experimentar un ya conocido desconsuelo y desaliento. No creo que, por ahora, podamos volver a abrigar ninguna esperanza al respecto de las asociaciones. De todas formas, la actitud ante el pluralismo de los hombres del Régimen no es uniforme. Hay diversas líneas:
1ª. La de los que creen que el Régimen debe ser pluralista sólo con los hombres y los grupos del 18 de Julio y sus herederos directos.
2ª. La de los que creen que el Régimen debe ser pluralista, no sólo con los hombres y los grupos del 18 de Julio, sino con todos los españoles que acepten los principios de ese 18 de Julio.
3ª. La de los que creen que ese pluralismo hay que establecerlo con todos los hombres que, sea cual sea su ideología actual o pasada, estén dispuestos a actuar consecuente y diferenciadamente en política, pero respetando escrupulosamente la legalidad vigente y estando dispuestos a no pretender la modificación de esa legalidad más que, como decíamos antes, por estricta vía legal y democrática.
4ª La de los que consideran que cualquier tipo de pluralismo es atentatorio contra la integridad del Régimen.
Por supuesto, yo me encuentro entre los hombres del tercer grupo.
Desde luego, solo en esa tercera línea resultaría verdaderamente positivo y operativo el pluralismo, si llegase a desarrollarse. Así propiciaría que, de alguna manera, muchos españoles valiosos fuese cual fuese su signo pasado o presente, y siempre que se comprometiesen a actuar en una vía democrática, legalista y no subversiva, entrasen constitucionalmente en el juego político. España no puede privarse del caudal activo que, en política, pueden representar los anchos sectores católicos en sus distintas configuraciones, ni por supuesto, de los sectores de izquierda democrática y social, homólogos de los que funcionan en el mundo occidental, del que España quiere formar parte y hacia el cual orienta su política.
– Su experiencia en la campaña electoral para Procurador en Cortes de Representación Familiar por Madrid ¿qué calificativo le merece?
– Un calificativo muy triste. Saqué la conclusión de que sin dinero o sin apoyo oficial, y mucho menos en contra del criterio oficial, es inútil intentar nada. Me presenté con gran ilusión y obtuve creo que 113.000 votos, a pesar de tener muchas circunstancias adjetivas en contra. De todas formas, la experiencia fue alentadora por lo que respecta a la conducta de los diferentes candidatos que concurrieron a las elecciones. Todos ellos se comportaron ejemplar y caballerosamente. Dieron una decisiva prueba de hombría verdaderamente cívica.
– Por último ¿qué opina usted respecto a las peticiones que proliferan sobre amnistía para presos por cuestiones de carácter político o sindical?
– Pues que celebraría mucho que se llevasen a efecto. Así como el nivel de salud moral de un pueblo puede medirse por el índice de su población penal común, el nivel de salud cívica del mismo puede igualmente medirse por el índice de su población penal política. Ahora bien, me interesaría subrayar, en este sentido, que esas peticiones de amnistía que yo ahora comparto, no las compartiría si, introducidas en el sistema las modificaciones en materia sindical, de pluralismo político y de institución del «poder popular constituyente», alguien vulnerase, aún levemente, las reglas legales y democráticas del juego. Entonces creo que, plenamente legitimada la moral del Poder, habría que ser inflexibles. España no puede jugarse de nuevo el derecho a las libertades democráticas, que tanto cuesta reconquistar después, por un problema de debilidad ante la irresponsabilidad de unos cuantos. Plena libertad democrática, pero desde esa base plenamente democrática, poder firme y enérgico, capaz de asegurar el funcionamiento de la democracia para siempre.
Sólo cuatro llamadas telefónicas, salteadas, interrumpieron el largo diálogo, de preguntas breves y respuestas amplias.
Tal como queda reflejado, notarialmente.
Nota del autor:
Franco nombraba por entonces Príncipe de España y heredero en la Jefatura del Estado a título de Rey a Juan Carlos de Borbón; pero el futuro era tan inescrutable como siempre.
Este periodista, redactor-jefe en un periódico, se planteó hacer una serie de entrevistas, destinadas a un libro que cabría denominar de domingo, como se suele calificar a ciertos pintores que sólo disponen para el arte de los días no laborables.
Aplazada la publicación por circunstancias particulares del momento, se perdieron luego las carpetas con los originales. 40 años después, haciendo limpia en dos casas y un garaje, he dado con varias de aquellas entrevistas. Algunos personajes siguen en candelero, otros viven más retirados y no faltan los que pasaron a mejor vida. Pero, con unos trazos introductorios nuevos, los diálogos mantienen un interés, leídos con la perspectiva del tiempo transcurrido. Así fuimos y así dialogamos.