José Manuel G. Torga (13/1/2010)torga
Cantarero vivió 40 años después de aquella entrevista. Unos 30 conservó la lucidez. En 2009 falleció y le recordaron algunos obituarios, los profesionales de la política y otros simplemente iniciados en esa inquietud.

Había sido un aperturista durante el Régimen anterior. Después encabezó el partido Reforma Social Española, cuyos votos, superiores a los de siglas  regional-nacionalistas, le impedían sin embargo acompañarles en el Congreso de los Diputados. Obtuvo, en cambio, escaño,  primero en Madrid y más tarde en el Parlamento Europeo, por el Partido Popular.

Tras esta elemental puesta al día, vamos al texto originario.

En las promociones españolas de la postguerra hay un fenómeno común a muchos adolescentes con inclinación juvenil por las cuestiones políticas. El contacto con la doctrina falangista conduce en esos casos a la identificación con unos postulados que hablan de revolución y sintonizan con los ideales más volcados a la justicia social. Esa etapa luego deriva, según los casos, optando entre una multiplicidad de posiciones. Desde la reacción radical en contra, hasta una especie de continuidad fuera de cauces estrictamente oficialistas. En esta última línea cabe considerar como nombre representativo el de Manuel Cantarero del Castillo. Un falangista que no ha supeditado su postura a repetir el dogma oficial sino que busca nuevas soluciones partiendo de las realidades  actuales y sin olvidar la existencia del pluralismo de nuestra sociedad. En consecuencia, podríamos denominarle, por su evolución, como neofalangista.

No hizo la guerra por razón de edad, puesto que había nacido el 25 de abril de 1926, pero ha sufrido muy íntimamente sus consecuencias. En su casa estaban representados los dos bandos. Su padre, republicano, murió en el exilio. Él ingresa, muy pequeño, en el Frente de Juventudes, en cuyas centurias y campamentos va recibiendo una formación que modela su mentalidad política.

Había visto la luz en Málaga y su primera vocación es el mar. Cursa estudios  en la Escuela Oficial de Náutica, en Cádiz, y embarca, primero como alumno y más tarde como oficial de máquinas. Navega en distintos buques y hace una campaña de dos años en África Ecuatorial, con base en Fernando Poo. Viaja y aprovecha el tiempo libre en alta mar para leer metódicamente. Se interesa por los temas filosóficos.

A los veintiséis años desembarca y entra de meritorio en la redacción del diario «España«, de Tánger. Pronto es promovido a redactor y realiza, entre otras funciones, labores de crítico de libros, de arte y de música. Como enviado especial de «ABC» recorre el sur de Marruecos. Trabaja también como corresponsal de otros órganos periodísticos.

En 1958 regresa a la Península para dirigir el semanario  Juventud. Cursa los estudios de Derecho y comienza a ejercer como abogado. Entretanto ha desempeñado, sucesivamente, la jefatura del Servicio Nacional  de Prensa de Juventudes, y la jefatura del Servicio Nacional de Actividades Culturales.

También ha sido subdircantarero-1ector de Radio Juventud de España. Como conferenciante ha hablado ante públicos de todas las provincias españolas. Sus artículos sobre temas  sociológicos y políticos han tenido cabida  en muy diversas publicaciones. Su argumento de la película para jóvenes, titulada «Dos alas», consiguió, en el Certamen Internacional de Gijón, la Medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos.

Está casado y tiene cinco hijos. Ha competido como candidato a procurador en Cortes de representación familiar por Madrid, aunque no consiguió salir elegido En cambio es presidente, por elección, de la Agrupación de Antiguos Miembros del Frente de Juventudes.

Habla dos idiomas extranjeros: francés e italiano.

Falangistas, no Partido falangista
El día de la entrevista, a las diez de la mañana está sólo en casa. Al abrir la puerta, lleva un batín sobre la ropa. Lo sustituye para las fotos.

– Podemos leer, de un tiempo a esta parte, y con cierta frecuencia, que la Falange ya no existe legalmente, pero que sigue habiendo falangistas ¿cabe distinguir  diferentes grupos o tendencias?
Evidentemente, la Falange, formalmente, no existe; como no existe  ningún otro partido, toda vez que los partidos políticos están prohibidos por la Ley. Pero lo que la Ley no puede prohibir, ni en España ni en ninguna parte, es pensar y sentir. Y así, por ello, hay falangistas, muchos falangistas  en la medida en que hay  muchos españoles que piensan y sienten en falangista; como hay también otros muchos españoles  que piensan en socialista, en demócrata, en liberal, en tradicionalista, etc. etc.
Evidentemente cabe diferenciar grupos o tendencias, en el seno de esa masa de españoles que puede pensar y sentir en falangista. En rigor, y debido a la especial manera en que se constituyó la Falange, hubo siempre en su seno grupos y tendencias. La Falange es producto de una fusión con la JONS, y ésta, a su vez, producto de la fusión de las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, propiamente dicha. Por otra parte, a la Falange ya fusionada, acudieron hombres en función de cuatro motivaciones fundamentales:

1ª.  Quienes querían  sostener las mismas reivindicaciones sociales que la izquierda, pero afirmando al tiempo los valores religiosos y nacionales o patrióticos.
2ª. Quienes querían, igualmente, sostener las mismas reivindicaciones sociales que la izquierda, pero afirmando al tiempo sólo los valores nacionales  o patrióticos.
3ª. Quienes, procedentes de la burguesía acorralada por la subversión del proletariado, querían  integrarse en una organización defensiva.
4ª. Quienes, procedentes de la oligarquía, trataban de hacer de la Falange una «guardia de hierro» de sus privilegios seculares.

– ¿Quiere significar todo ello que, desde el principio, faltó claridad suficiente para plantear las cosas?
 Más bien faltó tiempo. La Falange  fue fundada en 1933 y, en marzo de 1936, ya había sido definitivamente encarcelado José Antonio y, enseguida, Ramiro Ledesma. Ningún partido político, ni español ni extranjero, consiguió fijar sólidamente su pensamiento en un espacio de tiempo tan corto. Para José Antonio, en el discurso fundacional del Teatro de la Comedia, las cosacantarero-42s parecían estar terminantemente claras. Sin embargo, la experiencia y la reflexión, hicieron que, dos años después, en el discurso del cine Madrid, conocido por «Discurso de la Revolución Española» hubiera de modificar y radicalizar sus actitudes y de «girar» a la izquierda muy sensiblemente. El tiempo fue muy corto; pero,  además, confuso y atormentado. No dio cuartel. La disputa política era entonces  mucho más «política», en el sentido más pedáneo de la palabra, que propiamente ideológica. La lucha era mucho más de emotividades exaltadas que de idealidades confrontadas. A pesar de ello, el esfuerzo de teorización falangista fue grande. Pero faltó tiempo, clima adecuado, desapasionamiento. Cuando se estudia, seria y profundamente, la obra de José Antonio, sobre todo, se captan líneas que enlazan decisivamente con las corrientes más actuales del pensamiento contemporáneo.

José Antonio hizo una «síntesis de urgencia»
Cantarero
no ha perdido el acento andaluz. Para hilar parte de sus respuestas, habla concentrando su pensamiento, con la cabeza agachada.

– Desde el punto de vista de la elaboración doctrinal ¿qué significó la muerte de José Antonio?
 En gran medida y desde el punto de vista teorético, nada menos que la frustración de la Falange. Ello supuso la «congelación» de la elaboración ideológica en su momento germinal o fetal. En torno a la «idolatrización» de José Antonio, y naturalmente de su obra, se constituyó un «escriturismo» levítico que, en mi opinión, ha resultado funesto. Si José Antonio pudo hacer entre sus treinta y tres años, la síntesis de urgencia que hizo, en un desarrollo normal hubiese sido capaz de hacer formulaciones de solidez y vigencia decisivas y definitivas. Pero no pudo legar más que la «síntesis de urgencia» y sobre ella, dogmáticamente, ateniéndose mucho más a la letra que al espíritu, han querido construir, los falangistas sucesores, la síntesis definitiva. La «sacralización» de José Antonio ha sido uno de los grandes errores del falangismo y justamente  el que más ha erosionado la obra del propio Fundador, tan rica en intuiciones y visiones geniales. Yo tengo fe en que, a pesar  del daño que le han hecho muchos de sus seguidores con la «idolatrización», José Antonio ocupará el lugar que merece en la Historia del Pensamiento Político contemporáneo. Para mí, de todas formas, lo más importante de José Antonio, no es su elaboración ideológica, sino su formidable gesto moral.

– ¿No había con él hombres capaces de continuar, sin interrupción, el proceso?
–  Hombres preparados, pues sí. Hombres que «viesen» tan lejos como vio él, a pesar de sus condicionamientos de clase y de la situación «límite» de acogotamiento de la burguesía que entonces se vivía, no. Por otra parte, con excepción de Ramiro Ledesma y Onésimo Redondo,  orientados en un sentido predominantemente nacionalista, más que predominantemente humanista, como era el caso de José Antonio, no había ideólogos en el grupo fundacional, sino hombres de acción y organización como Ruiz de Alda o Hedilla, o estetas y estilistas como Sánchez Mazas, Eugenio Montes, Agustín de Foxá, el mismo Ridruejo entonces, etc. Pero, en realidad, lo que ha ocurrido es que no interesó, en ciertos medios o esferas de intereses, que el proceso ideológico  falangista continuase. Llevando la «flecha» que llevaba, conducía inflexiblemente hacia formulaciones inoportunas… Arrese, en el plano teórico, y González Vicén en el de la acción, hicieron valiosos esfuerzos, pero no prosperaron porque «no podían» prosperar…

– ¿Cómo considera usted que respondió la Falange, después, en el banco de pruebas del poder…?
– Pues respondió como Dios le dio a entender, toda vez que se hallaba, a la sazón, cuando de verdad tuvo una parte importante de Poder, en un estado de lógica inmadurez, tanto por la «juventud» de la idea cuanto por la misma juventud física de sus hombres. Influyó,  además, la huella tremenda de la guerra que se acababa de hacer y la situación de Europa en aquellos momentos. A través de una serie de tanteos, dentro de un campo lleno de limitaciones interiores y exteriores, la Falange suplió su falta de conocimiento con un impaciente entusiasmo creador. Cometió errores, cómo no. Pero es indudable que en los saldos positivos de la obra del Régimen, en materia social, sobre todo en los años 40-50, estuvo siempre alguna idea o algún hombre de la Falange. Con todas sus imperfecciones, ahí están obras como la Seguridad Social o el INI, cuyo nacimiento «caldeó» la Falange, en un clima de duras resistencias.

Punto de partida y evolución
– O sea, que a estas alturas, considera que es mejor partir de la Falange que hacer borrón y cuenta nueva
– 
¿Para quién me pregunta usted, si lo considero mejor…?

– Para usted mismo
– 
Yo llegaré a donde tenga que llegar partiendo de mi consciencia moral y de mi mayor o menor inteligencia, partiendo de la Falange, o mejor dicho, «partido» desde la Falange. Me explico: cuando yo alcancé mi «uso de razón política», ya estaba en la Falange. Había ingresado a los nueve años en sus organizaciones juveniles, poco más o menos para «jugar a los soldados» en la retaguardia. El juego me gustó y ahí crecí, haciendo acampadas y, al principio, desfilando con fusiles de palo. Luecantarero-del-castillogo, cuando se acabó la guerra y se acabaron los fusiles de madera, me gustó lo que en esas organizaciones se nos decía, y en ellas seguí. Ya adolescente, en el marco de la gran «katarsis» que fue, de alguna manera, la post-guerra, contemplé la sociedad española y comprendí las grandes injusticias. Y resulta que, quién con un lenguaje poético, especialmente sugestivo, proponía entonces una revolución válida para acabar con todas esas injusticias, era la Falange. Y en la Falange seguí. De la misma manera, a la Falange se incorporaron otros muchos miles de jóvenes de mi edad porque ella era «la izquierda» de entonces, o, al menos, la única izquierda visible para la juventud adolescente a que me refiero. En cualquier caso, «la única izquierda» que entonces «podía» ejercitarse. Y sabido es que, de suyo, el joven tiende  a adoptar o afiliar sus entusiasmos a la izquierda de su tiempo. Tal vez la gran contribución -desperdiciada-  de la Falange al Régimen fue el haber ofrecido una alternativa de izquierdas (en materia económica y social) a la juventud y el haber conseguido así asistirlo de entusiasmos juveniles  en un momento decisivo de su trayectoria. Pero eran unos entusiasmos críticos, rebeldes, incómodos…. Fuimos los jóvenes patriotas de la «España que no nos gusta», de «la voluntad de perfección», de la «revolución nacional-sindicalista». Lo que queda de todo aquello en la mayoría de todos nosotros, y de nuestra manera irremisible ya, es la disposición ética, la consciencia moral. De ese pasado, no tenemos en absoluto que avergonzarnos, sino todo lo contrario. Pero nuestra fidelidad a ese honesto origen y al magisterio válido de estilo, generosidad y rigor, de José Antonio, no puede ni hipotecar nuestra recta libertad actual de pensamiento y de crítica -o de autocrítica, si se quiere- ni marginarnos de la vinculación activa a nuestro tiempo. Y nuestro tiempo no tiene casi nada que ver con el tiempo en que se fundó la Falange. Fue el propio José Antonio  el que afirmó: «quien acierta con la palabra exacta de cada tiempo se pone a la cabeza del mundo…»

– Entonces, entiendo que ha habido aspectos en los que ha evolucionado fundamentalmente…
 Pues, sí ¡quién lo duda!..Por ejemplo, en el tema de la democracia. Y en el de la libertad política. Justamente para poder satisfacer el postulado fundamental joseantoniano, afirmatorio de la «dignidad humana, la libertad del hombre y su integridad» como valores «eternos e intangibles», creemos -creo yo y creen muchos hombres de mi generación- que es necesaria hoy la democracia plena y la plena libertad política, sin más limitaciones que las establecidas por el compromiso constitucional, libre y democráticamente establecido  por el propio pueblo. Tal vez en circunstancias de grave indigencia económica y de irracional tiranía oligárquica sea aceptable, como transitoriedad quirúrgica o terapéutica, un sistema de autoridad al estricto servicio de la justicia. Pero nunca como perpetuidad y mucho menos como «normalidad». El propio José Antonio que era, ante todo un humanista, a pesar de la euforia «totalitaria» de su época y de su medio, dejó dicho que él consideraba la solución autoritaria, ante la quiebra entonces de la democracia liberal, con una «vocación de interinidad».

Hasta aquí la primera entrega, en razón de la dosis periodística aconsejable. El capítulo, concebido para libro, requiere ser dividido.

Nota del autor
Franco
nombraba por entonces Príncipe de España y heredero en la Jefatura del Estado a título de Rey a Juan Carlos de Borbón; pero el futuro era tan inescrutable como  siempre.
Este periodista, redactor-jefe en un periódico, se planteó hacer una serie de entrevistas, destinadas a un libro que cabría denominar de domingo, como se suele calificar a ciertos pintores que sólo disponen para el arte de los días no laborables.
Aplazada la publicación por circunstancias particulares del momento, se perdieron luego las carpetas con los originales. 40 años después, haciendo limpia en dos casas y un garaje, he dado con varias de aquellas entrevistas. Algunos personajes siguen en candelero, otros viven más retirados y no faltan los que pasaron a mejor vida. Pero, con unos trazos introductorios nuevos, los diálogos mantienen un interés, leídos con la perspectiva del tiempo transcurrido. Así fuimos y así dialogamos.