Mi Columna
Eugenio Pordomingo (23/2/2010)
En esta España nuestra, más de unos que de otros, casi nunca nos entramos de nada. Aquí si que hay secretismo, «tupidos velos», servicios supersecretos -que no de inteligencia-, policías paralelas y vayan ustedes a saber.
Por no adentrarnos demasiado en los vericuetos de la política, las finanzas y demás, y para situarnos en fechas más o menos recientes, la verdad es que todavía, y es un ejemplo, no sabemos con exactitud en qué día murió el General Francisco Franco.
Todavía, otro ejemplo, no sabemos quién o quiénes fueron los autores intelectuales, ni tan siquiera los materiales, de la masacre del 11-M (hoy mismo aparecen en la prensa noticias que parecen demostrar que la composición del explosivo era distinta a la que reconoció el tribunal juzgador). Y eso sin mencionar el asesinato de los abogados laboralistas de la calle Atocha, en Madrid, en plena transición. Y así…
Ahora se cumplen 29 años del 23-F. Pues bien, de ese hecho es que ya no quedan casi ni los famosos videos que, por un descuido, grabó una cámara de televisión, que un guardia civil nervioso e inexperto -aunque vaya usted a saber- dejó que la cámara siguiera funcionando. Ya se ha comentado hasta la saciedad, que varias decenas de cintras con grabaciones orales han desaparecido…
Resulta que en la trama civil del 23-F sólo aparece un nombre, aunque había muchos. Unos sabían con certeza lo que estaban haciendo, otros no. Otros, quizás no eran conscientes de para qué ni para quién trabajaban. Era su oficio, hacían lo que les mandaban, que para eso cobran.
El teniente coronel Martínez Inglés, ha dejado escrito en un libro que el «innombrable» estaba metido de hoz y coz. Y hasta ahora nadie le ha desmentido ni le ha llevado a los tribunales. Martínez Inglés menciona que el Rey Juan Carlos estaba detrás de todo y que Alfonso Armada era la persona designada para organizar un Gobierno de Concentración Nacional, o algo similar, en el que estarían representados los líderes de los partido políticos más importantes.
Pero ¿quiénes estaban al tanto de todo eso? Difícil saberlo. Lo que si es cierto es que yo no almorcé, ni cené, ni tomé café, en Lérida con Alfonso Armada, como hicieron, por ejemplo, Manuel Fraga, Enrique Múgica (Defensor del Pueblo hasta que del Vaticano llegue Paco Vázquez) o Javier Solana (ex secretario general de la OTAN y ex ministro de Exteriores de la UE).
No se sabe si fue el «pacto de los editores» o qué, pero el caso es que aquí casi nadie habla. Algunos, los más avezados y valientes, atribuyen al coronel José Luís Cortina, el haber tejido ese golpe -por supuesto, por orden de alguien- que, en el fondo, quizás se preparó para desmontar el verdadero. Soy de los que mantienen la tesis de que el verdadero Golpe de Estado iba a ser el 2 de mayo, fecha patriótica, a cargo de unos coroneles, no de generales «fachas».
Y también mantengo la teoría de que el golpe del 23-F sí triunfo. Y ahí están los resultados: afianzamiento de ciertas instituciones, parón sindical a muchas de las reivindicaciones pendientes, «aviso» a ETA… Y, sobre todo, se logró la domesticación de la ciudadanía y la entrada en la OTAN, antes de que otros nos metieran, como dejo escrito Manuel Fraga Iribarne en uno de sus tomos de memorias.
Al día siguiente de aquel 23 de febrero de 1981, el Rey de España pronunció un discurso que a día de hoy la mayoría no recuerda su contenido, ni tan siquiera que se hubiese pronunciado. Algunos párrafos de ese texto nos inducen a la reflexión: «Se ha creado una situación delicada que es preciso abordar con la máxima serenidad y mesura»; o «sería muy poco aconsejable una abierta y dura reacción de las fuerzas políticas contra los que cometieron los actos de subversión en las últimas horas, pero aún resultaría más contraproducente extender dicha reacción, con carácter de generalidad, a las Fuerzas Armadas y a las de Seguridad»; o «Las responsabilidades por las actuaciones que se han producido se determinarán de conformidad con las normas aplicables por la jurisdicción competente y con el vigor que fuese justamente necesario».
Lo cierto es que a estas alturas, uno se da cuenta que aquel intento de golpe de Estado pudo fracasar porque uno -quizás alguno más- no aceptó la lista del nuevo gobierno que amparaba el Supuesto Anticonstitucional Máximo (SAM).